Roberto Carrera / Corresponsal Vigo
En un mundo infestado de hipérboles banales, donde la importancia se cambia de disfraz diariamente, todavía existen oasis reflexivos que permiten liberarnos temporalmente de la opresiva actualidad. Momentos donde volvemos a sentirnos humanos, donde las personas vuelven a ser personas y la noticia pasa de engullirse a sentirse.
Fernando Gabriel Cáceres nunca ha enseñado sus abdominales al estilo CR9 en portadas deportivas. Nunca sintió cerca el ‘Balón de oro’ como su compatriota Messi, ni tiene las botas doradas de Forlán en ninguna repisa de su casa. En su selección no tuvo ni ‘manos de dioses’ ni pudo aconsejar a periodistas sobre sus actos sexuales, como se permite Maradona. De hecho, ni siquiera en Vigo pudo competir ante la magia de sus compañeros. Pero nada de esto importa. Porque hoy el ‘negro’ Cáceres sólo protagoniza este modesto artículo por su condición de persona. Y eso, de vez en cuando, nos viene muy bien a todos.
En la ciudad olívica no se viven buenos momentos. El equipo juega bonito pero está hundido en el descenso. Quizá por ello, el brutal asalto a Cáceres, además de ese dolor frustrante que deja en herencia toda injusticia, ha permitido rescatar del olvido un equipo que jamás será olvidado en las gradas de Balaídos. Fernando, desde su condición de zaguero rocoso, vivió algunos de los momentos más recordados de la historia celtiña.
Estuvo en aquellas eliminatorias de la extinta UEFA donde el Celta se permitió el lujo, por ejemplo, de ganar al Liverpool de Owen en el legendario Anfield. Defendió la portería del hoy culé Pinto en el 4 a 0 a toda una Juventus y participó en la memorable goleada por siete tantos a cero a un humillado Benfica. El ‘negro’ disfrutó jugando con históricos celestes como Gudelj, Mostovoi, Mazinho o Karpin, leyendas vivas con las que Cáceres hizo historia. Y es que Fernando sí sabe lo que es ganar al Milán en San Siro en Champions League, e incluso estuvo a punto de remediar su ‘traición’ de la Copa del ’94 siete años después, aunque hay maleficios que ni Cáceres ni las meigas parecen ser capaces de arreglar.
Pasó seis temporadas en las Rías Baixas, más que en ningún otro club de su dilatada carrera, y al público celeste, su público, se le encoge el alma sabiendo el calvario en el que se encuentra dentro de algún hospital de la capital argentina. No fue un ídolo de masas, pero su nombre está escrito con letras de oro en el libro histórico del Real Club Celta de Vigo.
El sábado toca el Castellón y le retorno a la rutina liguera. Pero era de rigor dejar escrito un pequeño homenaje a Fernando, una persona castigada salvajemente por la aleatoria estupidez humana. Independientemente de cómo finalice su pesadilla en el centro médico bonaerense, sea cual sea el destino hacia donde le dirijan sus propias fuerzas, puede estar seguro que nunca caerá en el olvido en la memoria agradecida del club gallego.