Cada plaza y cada lugar emblemático de las ciudades españolas se han convertido en símbolo de la lucha social y la ‘indignación’ del pueblo, en verdadero motor del cambio. Por fin somos conscientes del poder de las ideas que se materializan y creo, fervientemente, y apelando a cierta inocencia romántica, en futuros cambios políticos y sociales tan profundos que en su misma reforma haya un comienzo, un nuevo sistema de justicia social.
Pero también soy más consciente que nunca de que las buenas ideas son muchas veces eclipsadas por el ruido en el discurso del que ya hablaron estudiosos como Shannon y Weaver, el uso y abuso del grito indignado para un arribismo de peluca, el auto proclamado ‘artista’ que usa el clamor popular con fines oportunistas.
A estos, los charlatanes del discurso vacío, se les llena la boca de leyes que no significan nada. Ocupan la plaza junto a quienes propones ideas reales para un cambio político y se dedican a juzgar con una impunidad vomitiva la forma en que uno debe demostrar su compromiso por nuevo sistema basado en la igualdad y la solidaridad. A estos, los arribistas, quiero hablarles de uno de los primeros puntos del manifiesto de Democracia Real: la no- existencia de buenos y malos credos ni colores políticos. Los indignados somos y nos representamos de diferentes formas, hay múltiples maneras de apoyar la causa: desde una atalaya virtual, a cacerolazo limpio o amparado por una pancarta; uno puedo luchar desde la plaza o desde el lienzo, pero siempre con un sentido.
Mi forma de protesta favorita es la que bebe de la idea y la lleva a la cotidianidad. La mejor forma de presión, la que va de la filosofía una nueva praxis, es siempre comulgar con el ejemplo. Si crees en el libre acceso a la cultura, en una educación pública y universal, en que hay un mejor sistema electoral, en que este capitalismo feroz se nos come, ¿por qué no actúas y te dejas ya de eslóganes? ¿O es que ocupar una baldosa en una plaza basta para producir un cambio? Cuando dices amén a formas de empleo abusivas, nos alejas del cambio; cuando te comportas como un burgués, cuando respiras como un burgués y no dedicas un segundo de tu vida a hacer nada que no engorde tu reputación o tu bolsillo, nos alejas del cambio; cuando abogas por un acceso a la cultura libre pero te guardas tu propia obra para ti, nos alejas del cambio; cuando lo tuyo es puro amiguismo, cuando eres capaz de hacer rodar cabezas inocentes para que la tuya no se despeine, ¿deseas el cambio?
Con todos mis respetos, que se callen Almodóvar y Alejandro Sanz, con su Ley Sinde y sus cuentas en paraísos fiscales, que enmudezcan ‘Los Bienvenidos’ y los periodistas de papel cuché pagados por partidos políticos. El compromiso no va de pelucas, aunque te hagas una cresta con papel maché. Si ya lo dice la canción: “Teatro, lo tuyo es puro teatro…” Y yo en la calle me quedé.
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