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La periodista palestino-estadounidense Shireen Abu Akleh se encontraba trabajando para la cadena Al Jazeera en un informe sobre la vida de los palestinos bajo la ocupación israelí, como lo había hecho durante más de 25 años. Esa mañana, Shireen estaba cubriendo una incursión militar israelí en un campamento de refugiados de la ciudad de Jenin, en Cisjordania.
Cuando desperté, mi cuerpo estaba cubierto de sangre, olía a muerte. Sentí mi cabeza pesada, no recordaba absolutamente nada, pero allí estaba yo, en una habitación de hotel de cinco estrellas, bueno, supongo, por el aspecto y el lujo que se respiraba por encima de toda aquella gente muerta a la que no conocía.
En España no se aplica la pena de muerte, ni falta que hace, tampoco la cadena perpetua como tal, pero sí tenemos la llamada prisión perpetua revisable, que está destinada para los delitos de mayor gravedad. Este asesinato de un niño indefenso es merecedor de que se le haga cumplir ésta con toda rigurosidad. Animales como este no tienen cabida en la sociedad.
“¡No puedo respirar! ¡No puedo respirar, por favor! ¡No puedo respirar, por favor!”. Esta súplica quedó grabada en las cámaras corporales de los policías de la ciudad estadounidense de Aurora, en el estado de Colorado que abordaron violentamente a Elijah McClain, un joven afroestadounidense de 23 años de edad que retornaba caminando a su hogar luego de comprar unas latas de té helado en la tienda de la esquina de su casa.
No hace falta haber estudiado Derecho para saber que estamos ante un asesinato en el que concurren, entre otras, las circunstancias de alevosía que contempla el artículo 139 del Código Penal. Si el agente tuviera que ser juzgado en España cabría añadirle a la acusación que su delito se vería agravado por haber actuado por motivos discriminatorios: raza, sexo, ideología, minusvalía, etc.
Me tiemblan las manos al empezar a escribir estas líneas. Y me resisto a aceptar que lo que estoy leyendo y viendo en el vídeo casero que me han enviado pueda ser verdad.
Es verdad. No creo, sinceramente, que haya un cariño en el mundo más limpio, más sincero y más desprendido que el que siente una madre por sus hijos. Y no se enfaden mis amables lectores hombres. Yo también lo soy y en el fondo de mis sentimientos me resisto a aceptar que mi mujer quiera a mis hijos más que yo. O tal vez no se trate de eso, de querer más o menos. A lo mejor se trata de querer de una forma diferente, aunque con la misma intensidad.
En la madrugada del 30 de marzo de 1976, hace cerca de 32 años, se consumaba lo que la prensa paraguaya calificaría entonces como “un crimen pasional en Sajonia”.
Uno de los huéspedes del resort ha asegurado que los atacantes "se comportaron como animales" y ha relatado cómo iniciaron una alboroto rompiendo platos, vasos y ventanas de coches.
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