Que Alfredo Pérez Rubalcaba ha prestado grandes servicios a este país está fuera de duda. El último: su espectacular combate contra ETA cuando estaba al frente del Ministerio del Interior, que resultó fundamental para la derrota de la banda terrorista. Un éxito que lógicamente comparte con todos sus antecesores en el cargo, y que fue posible gracias al abnegado trabajo y la profesionalidad de los agentes de la Guardia Civil, el Cuerpo Nacional de Policía y la Ertzaintza, así como al saber hacer de los jueces y fiscales de la Audiencia Nacional.
Pero ocurre que en la política, como en la vida, nadie resulta eternamente imprescindible. Es más, a veces sucede que quien otrora fuera rutilante estrella, con el devenir de los días queda relegado a la categoría de estorbo o rémora. Le sucede al secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), al que el electorado, su electorado potencial, considera parte del problema de la crisis y no de la solución.
La imagen de Rubalcaba no camina en solitario por la senda política, sino que va asociada a la del expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, al que una importante mayoría de españoles reprocha que en un primer momento negara la crisis, que después la combatiera con torpeza, y, que finalmente, cediendo a las presiones de los mercados, Bruselas y Berlín, decidiera subirse a la ola de recortes que desde 2010 asola al conjunto de la Unión Europea.
Pocos discuten ya a estas alturas que Pérez Rubalcaba no resulta atractivo como líder político. Los tiempos han cambiado y el pueblo considera que no está a la altura de los retos que esta sociedad tiene ante sí. Como tampoco lo están los dos escuderos que conforman su guardia pretoriana: la vicesecretaria general, Elena Valenciano, y el secretario de organización, Óscar López.
El segundo hace ya muchas semanas que fue defenestrado, tras la nefasta gestión que hizo de la moción de censura de Ponferrada. A cambio de una alcaldía más, López no tuvo reparo a la hora de negociar con el maltratador de Nevenka Fernández. Desde entonces apenas se prodiga ante los periodistas. El protagonismo ha ido a parar a la vicesecretaria general, Elena Valenciano, una dirigente que cada vez que sale en la tele o en la radio consigue que baje la intención de voto a su partido.
Hace algunas semanas puso los pelos de punta al electorado en general, y a al electorado potencialmente socialista en particular, al defender en la SER ante Pepa Bueno que la ministra Ana Mato debe dimitir por sus conexiones familiares con la red Gürtel pero que el exministro de Fomento, José Blanco, no debe entregar el acta de diputado, aunque el Tribunal Supremo esté tramitando su suplicatorio. Según dijo, “Mato debe dimitir porque está en el Gobierno pero Blanco no porque está en la oposición”.
El pasado sábado, en el debate de La sexta, ante las incisivas preguntas de Iñaki López, Valenciano volvió a responder en similares términos. Por más que se le insistió, se mantuvo firme en la postura de que Blanco no debe dimitir.
Y lo que yo me pregunto es si la señora Valenciano no repasa sus declaraciones públicas una vez realizadas. Si no lo hace, debería. Y quienes están a su alrededor deberían decirle que cada vez que habla de Blanco en un medio de comunicación, no es que suba el pan, sino que baja la intención de voto socialista. Porque la gente no puede entender que en el PSOE pidan la dimisión de todas las personas del PP que resultan imputadas, mientras se buscan excusas de lo más peregrinas para salvar la cabeza de los compañeros que están bajo sospecha.
Rubalcaba debe obligar a que Blanco entregue hoy mismo su acta de diputado. Si resulta condenado, adiós muy buenas, y si finalmente es declarado inocente, que se le restituya a bombo y platillo su honor y buen nombre. Pero lo que no parece de recibo es ver la paja en el ojo ajeno y obviar la viga en el propio. No se puede pedir la dimisión de todo hijo de vecino mientras se defiende a ultranza el trasero del compañero de partido. Es ilógico, no resulta coherente y tiene un tufo que tira para atrás que apesta. ¿Por qué tanta comprensión con Blanco? ¿Por devoción? ¿Por amistad sectaria? ¿Tal vez porque sabe muchas cosas de dentro? ¿Alguien le tiene miedo en Ferraz?.
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