En estos momentos, casi ningún representante político tiene prestigio en España. Seguramente es consecuencia de la crisis, ya que ahora los ciudadanos miran con lupa todos los movimientos de las personas públicas, que dicho sea de paso, abusan mucho menos que antes de su posición, porque son conscientes de que están en el punto de mira. Atrás quedó aquello que muchos decían hace apenas dos años: “pero si son solo dos trajes”. Las cosas han experimentado un cambio radical.
Siendo consciente de la injusticia que acarrea toda generalización, debo decir que no deja de ser cierto que, en buena medida, los cargos públicos tienen lo que se merecen. Su mala imagen es fruto de la prepotencia, el oportunismo, la opacidad y, en muchos casos, el llevárselo calentito.
Porque no todos los políticos están mal vistos por la sociedad. Un ejemplo de lo que digo es Iñaki Azkuna, el alcalde de Bilbao. Sin duda, el mejor embajador que el ‘Botxo’ podía tener. Ha sido elegido mejor alcalde del mundo, las cuentas de la ciudad están plenamente saneadas y, en consecuencia, disfruta de un altísimo grado de apoyo social. A Azkuna en Bilbao lo quiere todo el mundo. Y lo que resulta más llamativo: lo vota casi todo el mundo. En las últimas elecciones municipales el PNV obtuvo la mayoría absoluta y, a estas alturas de la película, creo que en ese partido son conscientes de que tamaño éxito, más que a las siglas, es atribuible al personaje, a la persona que encabezaba la lista del Partido Nacionalista.
Azkuna es un hombre con importantes problemas de salud, pero es sobre todo, un político que le habla al pueblo de tú a tú. En un idioma que es fácilmente comprensible por el ciudadano de a pie. Repite hasta la saciedad que un ayuntamiento se ha de gestionar igual que una familia: no gastando más de lo que se ingresa. Y el mensaje llega a la ciudadanía porque aprecia que existe una coherencia entre lo que el alcalde dice y lo que hace.
Iñaki Azkuna es un seductor. Pero no ha seducido únicamente a los bilbaínos. También a los comunicadores más importantes del Estado (que dirían los dirigentes del PNV). Pepa Bueno, Gemma Nierga, Pepa Fernández… En realidad, todo el mundo habla bien del alcalde de Bilbao. Es un hombre que se hace querer. Y un dirigente político conciliador y no excluyente.
Azkuna es una ‘rara avis’ en política, que cuando le preguntan por el ‘milagro’ de la transformación experimentada por Bilbao, siempre contesta de la misma manera: “ha sido gracias al empuje de los bilbaínos y a la generosidad y colaboración de todas las administraciones, empezando por el Gobierno de España y siguiendo por el Gobierno Vasco, la Diputación Foral de Bizkaia y el propio Ayuntamiento de Bilbao”. Reconocer sus méritos al adversario político es tan poco habitual en nuestro país, que no queda más remedio que agradecer que Iñaki Azkuna sí lo haga.
Desde luego, su mensaje resulta mucho más gratificante que el de la Casa Real, cuyo portavoz afirma “tener el convencimiento de que el Rey pagó los impuestos correspondientes de la herencia de Don Juan”, aunque a renglón seguido añade que “no hay papeles que lo justifiquen porque la Agencia Tributaria no los da y el albacea de la herencia ya ha fallecido”. En estos casos, siempre hay un muerto al que echar la culpa. Ese mismo portavoz, dispuesto a cubrirse de gloria, añade que en la Casa molestan las protestas y abucheos públicos a los integrantes de la familia real, que a su juicio, denotan “mala educación”. Hay que joderse…
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