Mariano Rajoy tiene problemas muy serios como presidente del Gobierno y del Partido Popular, y uno de ellos en la Comunidad Valenciana. La Generalitat está en bancarrota y las encuestas apuntan que el poder del PP en Castellón, Valencia y Alicante se ha vuelto finito. La fertilidad del granero de votos que apuntaló al PP en las instituciones valencianas por espacio de dos décadas parece haber llegado a su fin.
Da la impresión de que Alberto Fabra, que preside el gobierno valenciano sin haber ganado las elecciones, será el encargado de poner el punto y final a veinte años de dominio del Partido Popular. El todavía president tendrá el triste honor de firmar el epílogo de una obra iniciada en 1995 por Eduardo Zaplana, que se ha escrito con renglones, a veces muy torcidos, especialmente a partir de 2003, año en el que Francisco Camps se puso al frente de la nave.
Si en 2015 se confirma en las urnas lo que desde hace muchos meses vienen anunciando las encuestas, cobrará plena vigencia, después de muchos años, aquella teoría de Alfonso Guerra sobre las dulces derrotas y las amargas victorias. Sin ir más lejos, la encuesta publicada ayer por el diario El País otorgaba la victoria al Partido Popular con 41 escaños, que resultarían a todas luces insuficientes para revalidar mandato. Los 27 diputados del Partido Socialista, los 13 de Compromís y los 13 de Esquerra Unida (IU), permitirían a la izquierda gobernar con mayoría absoluta.
Sé que suele decirse que la encuesta verdadera será el resultado electoral que salga de las urnas el día que se celebren las elecciones. Y es cierto, aunque conviene recordar que tradicionalmente los estudios demoscópicos de El País sobre la Comunidad Valenciana han dado de lleno en la diana. Lo que predicen las encuestas del diario del Grupo Prisa suele ser muy parecido, por no decir idéntico, a lo que luego dictaminan las urnas.
Así las cosas, veinte años después podría volver a haber un presidente socialista de la Generalitat Valenciana. Que lo sería a pesar de la debilidad manifiesta de su partido, que según la encuesta publicada ayer, obtendría tan solo 27 escaños, 6 menos que en 2011, año en el que el PSPV-PSOE, con 33 diputados, obtuvo el peor resultado de la historia.
El PP se desangra y el PSPV-PSOE no consigue remontar el vuelo. Seguramente por la existencia de una rémora llamada Rubalcaba, que atrincherado en el mejor despacho del número 70 de la madrileña calle de Ferraz, se resiste a convocar Elecciones Primarias. Hacerlo no es garantía de éxito, pero puede resultar un buen instrumento. El PSOE necesita un líder legitimado en las urnas por la militancia y los simpatizantes, alguien al que el electorado de izquierdas preste atención. Justo lo que no ocurre en la actualidad. Es evidente que la gente pasa de un Rubalcaba, al que se niega a escuchar.
Y con semejante panorama, no hay secretario general del Partido Socialista en la Comunidad Valenciana capaz de enderezar el rumbo electoral. En poco más de un año al frente del PSPV-PSOE, Ximo Puig no ha parado de lanzar propuestas a la sociedad. Pero me temo que la gente cuando ve la marca PSOE, en lo que realmente piensa es en Rubalcaba. Y en Zapatero, sus recortes y la absurda negativa a reconocer la existencia de la crisis.
En definitiva, un drama para el Partido Socialista, justo ahora que parece estar desdibujándose uno de los principales mitos del PP valenciano: el de la alcaldesa de la capital, Rita Barberá, cuya gestión, según la encuesta de El País, ya cuenta con la desaprobación de la ciudadanía.
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