El presidente de la Generalitat Valenciana, Alberto Fabra, dijo las navidades pasadas en su discurso de fin de año que 2013 iba a ser un punto de inflexión. Personalmente entendí que el President pretendía anunciar que el gráfico de la crisis dejaría de ser descendente, para mostrar una curva con vocación de ascenso.
Aunque nada más lejos de la realidad. La crisis sigue azotando con virulencia a la Comunidad Valenciana, y aunque en el mes de octubre hubo un descenso de 3.768 personas en el número de desempleados, los parados registrados siguen siendo legión: un total de 569.947. Y según la última Encuesta de Población Activa (EPA) correspondiente al tercer trimestre de 2013, la tasa de desempleo es altísima: el 28,3%.
Con independencia de que existan datos macroeconómicos que puedan inducir al optimismo de nuestros gobernantes, lo que parece claro es que las familias valencianas no alcanzan a apreciar ese punto de inflexión económico al que Fabra se refería en diciembre de 2012.
Lo que posiblemente sí perciben es la desconcertante acción de gobierno emprendida por el presidente de la Generalitat, que tiene mucho de improvisación y bastante de falta de acierto. Los recortes, que siguen estando a la orden del día, han dejado bajo mínimos a la Educación, la Sanidad y la Dependencia. Y también a la imagen pública del President. Imagen que se ha ido socarrando con los titubeos generados con su supuesta línea roja contra la corrupción, que finalmente ha terminado siendo de quita y pon. Y es que la voluntad ética de Alberto Fabra parece secuestrada por el aparato de un partido, el Popular, que a lo largo y ancho de la Comunidad Valenciana presenta una extensa lista de imputados, encausados e, incluso, condenados.
No juega por lo tanto a favor de obra el presidente de los valencianos, a quien han bastado dos años para sufrir un importante deterioro de imagen. Y es que Fabra no transmite ni fortaleza, ni credibilidad. Tampoco solvencia. Su figura está ciertamente dañada y la intención de voto de su partido en las encuestas, también. Todas predicen la pérdida de la mayoría absoluta y, por lo tanto, el paso a la oposición. Porque si algo une hoy en la Comunidad Valenciana a la fragmentada izquierda es el convencimiento de que hay que desalojar del poder al Partido Popular.
Cierto es que Alberto Fabra heredó de Camps un campo político plagado de minas. Aunque también lo es que su falta de habilidad ha hecho que, una a una, las distintas bombas hayan ido explotándole encima. La última: la de RTVV.
Nadie duda que la Radio Televisión Valenciana era un barco a la deriva, después de veinte años de exagerada utilización partidista y pésima gestión empresarial, en la que a más de uno se le fue la mano a la hora de enchufar afectos a la causa. Lo que nadie podía prever era el cierre, que llega después de un caótico y chapucero Expediente de Regulación de Empleo, finalmente anulado por el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJ-CV). Su fallo ordena la readmisión de los trabajadores despedidos y Alberto Fabra (o tal vez, Cristóbal Montoro) ha decidido tirar por la calle de en medio, decretando el cierre de la RTVV.
Una abrupta decisión que hay quien sostiene que los tribunales podrían paralizar, pero que en cualquier caso, considero que supone el golpe de gracia definitivo a la carrera política del propio Fabra. Es cierto que RTVV contaba con una plantilla desorbitada, escasa audiencia y la desconfianza de buena parte de la ciudadanía, después de tan largos años de sectarismo y manipulación. Pero también lo es que la televisión autonómica es una institución más del pueblo valenciano, que quienes rondan los 30 años de edad recuerdan la existencia de Canal 9 desde que tienen uso de razón. Y para determinados colectivos, como los falleros, no va a ser fácil digerir su ausencia. Llegará el mes de marzo y Paco Nadal no entrará en los hogares para loar la grandiosidad de las mascletás de Valencia y Castellón. Los valencianos echarán a faltar la televisión autonómica en Fallas, La Magdalena de Castellón, Les fogueres de Alicante, fiestas de moros y cristianos, y en tantas y tantas celebraciones existentes en la Comunidad Valenciana. Llegarán gotas frías, nevadas invernales y sucesos muy pegados al territorio, que ya no se verán por la tele. Lo que será una excusa más, un potente instrumento que ayudará a mostrar la frustración de buena parte de los valencianos, así como su rechazo hacia la figura del presidente de la Generalitat y su gestión.
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