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¿Serán libres y justas las elecciones de Egipto?

Los estadounidenses deberían de haberse dado cuenta que las elecciones no hacen a las democracias
Michael Rubin
jueves, 24 de abril de 2014, 06:55 h (CET)
Tras los levantamientos de julio de 2013, el golpe o la corrección en Egipto — el debate terminológico, si bien relevante de cara a la ley norteamericana de ayuda exterior, puede distraer no obstante del debate general — el ejército egipcio prometía una transición fulminante al gobierno civil, una nueva ordenación constitucional y la celebración de comicios democráticos.

El ejército egipcio viene siendo sincero a nivel real, aun cuando los legisladores occidentales cuestionan la intención de sus maniobras. Después de que el ejército egipcio detuviera al Presidente anterior Mohamed Mursi y depusiera a su gobierno, sí nombró relevos civiles — Adly Mansour como presidente, por ejemplo, o Hazem al-Beblawi como primer ministro (Beblawi dimitió en febrero). El General Abdel Fattaj El-Sisi puede ser el árbitro último del poder y podría ser muy bien el próximo presidente, pero no asumió todas las funciones. Dicho eso, abundan las pruebas que los que tienen una visión más cínica de las ambiciones de Sisi pueden aprovechar.

Sisi, sin embargo, sí cumplió su palabra y devolvió Egipto a un orden constitucional, podando la constitución que Mursi había sacado adelante a rodillo y que habría hecho retroceder décadas a la mujer y habría asentado el islamismo más allá de su permiso electoral para gobernar. Los críticos, no obstante, aducen que la redacción de un nuevo texto constitucional no es lo bastante incluyente. No es culpa del todo del gobierno interino: Con la decisión de la Hermandad Musulmana de rechazar el orden post-Mursi en lugar de participar en él, al nuevo gobierno no le quedó otra elección a la hora de avanzar que elaborar una nueva constitución; por fortuna, se eligió seguir adelante a pesar de los intentos de la Hermandad de deslegitimar el nuevo texto constitucional.

El paso siguiente son las elecciones. Después de sus experiencias de promoción democrática en los años Obama y Bush, los legisladores estadounidenses deberían de haberse dado cuenta ciertamente a estas alturas que las elecciones no hacen a las democracias. No todos los comicios democráticos son libres y justos. Aunque muchos críticos del gobierno egipcio desean en la práctica volver al orden pre-julio y dejar que la Hermandad Musulmana se ponga al cuello su propia soga, esa opinión da por sentado el hecho de que la Hermandad y Mursi no parece estar muy decidida a respetar los mecanismos democráticos de control del poder una vez llega a la administración y consolida el control, y por eso nunca permitirá a la opinión pública juzgarles en las urnas. Con independencia de esto, volver al pasado es sencillamente imposible. La cuestión pasa a ser entonces cómo alcanzar el futuro. Instar a la democratización pero denunciando cualquier intento de celebración de nuevos comicios daría más problemas de los que soluciona. Al mismo tiempo, no hay motivos para fiarse del gobierno egipcio cuando dice desear la celebración de comicios electorales libres y justos.

Es la razón de que el anuncio del gobierno egipcio la pasada semana de que no sólo va a permitir la presencia de observadores en las elecciones del 26-27 de mayo sino la presencia de observadores extranjeros solventes, sea una buena señal. Permitir a la Unión Europea enviar observadores probablemente sea la mejor elección posible. Ni el Instituto Democrático Nacional ni el Instituto Republicano Nacional permitirían y no digamos celebrarían despachar observadores después de que el ejército egipcio los convirtiera en chivos expiatorios en el contexto de las protestas iniciales de la Primavera Árabe. El Centro Carter tampoco es solvente, teniendo en cuenta el apoyo franco y en apariencia desproporcionado a la Hermandad Musulmana por parte del Presidente Carter.

Hay mucha indignación en todas las partes en relación a la tesitura egipcia. Nadie está satisfecho. En lugar de condenar a Egipto al limbo de forma nihilista a causa de la indignación por los acontecimientos del pasado julio, sin embargo, es importante aprovechar al máximo la situación actual, y empujar a Egipto a la reforma que tan desesperadamente necesita para hacer posible que el próximo presidente no participe a la ligera de la misma corruptela y enchufismo que condujeron al estallido de la indignación en 2011. Esperemos que los observadores de la Unión Europea sigan las elecciones egipcias a largo plazo y a corto en la misma medida, y que el gobierno egipcio siga teniendo la confianza para practicar la transparencia a medida que avanza el proceso. Si las autoridades cairotas muestran buen hacer, debería de responderse en consonancia.

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