En España pasas de héroe a villano con absoluto desparpajo y sin epidural.
Adolfo Suárez, que según los franquistas fue traidor al Movimiento Nacional del
que nacía, derivó hacia héroe democrático más tarde y a infame y olvidado después; y
ahora cerca del Padre, en loor de santidad.
González, adalid de los cambios sociales y titán de la democracia, fue llamado
señor equis por algunos medios y acabó en papa pupa y consejero.
Garzón, más de veinte años juzgando etarras y narcotraficantes, superhombre de
causas perdidas, y arrojado a los leones de los banquillos acusatorios, apartado de lo que
más quería.
Y ahora el granadino Elpidio. ¡Ay Elpidio! ¡Qué buen nombre para un juez!
Elpidio significa el que tiene esperanza. ¿La tiene? ¡Hueso duro de roer! El poeta
Elpidio, finalista del Premio Adonais con su obra “Memoria inconjugable”, ha pasado
de adalid con Blesa, al que encarceló sin pestañear, a infame por sus compañeros de
judicatura que lo acusan de prevaricación y no de escribir malos versos. En un proceso
que se llama patraña se ha pasado de juez a juzgado.
Número uno de su promoción, doctor, profesor asociado de la Complutense,
narrador, cinco idiomas… Elpidio ha sentido ganas de llorar cuando el abatido Blesa
hablaba de su dolor. Y es que Elpidio es un hombre sensible, como todos los poetas.
España es un país de discordancias, amores y odios, catalanes y anticatalanes,
monárquicos y republicanos, derechas e izquierdas, nacionalistas y centralistas.
Todo nos lo jugamos a una carta y en poco tiempo. Nuestro espíritu es inflexible y
despiadado, ciclotímico y bipolar, con dosis de hipomanía o depresión.
Por eso fuimos capaces de crear a Don Quijote, ese héroe ciclotímico, y también
a don Juan Tenorio, ese infame analgésico de monjas febriles.
Los españoles nos abrazamos y lloramos y nos juramos amor eterno cuando
ganamos un mundial de fútbol, como nos golpeamos sin frenesí en la mayor de las
guerras civiles de Europa ya anunciada por Goya en su famoso cuadro “Duelo a
garrotazos”. Somos un país extraño y peligroso.
Y ahí nos hallamos, para no perder la costumbre, con el juez-poeta Elpidio en
los banquillos. Lo que le está pasando al juez Elpidio forma parte de nuestra genética de
pueblo converso, de pueblo turbulento, de pueblo bipolar.
Un país que se ha alimentado siempre de episodios violentos, o de psicoterapias
expeditivas.
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