Cuando uno escucha la intervención de este personaje, venido a más, representante de ERC en el Parlamento de la nación, un parlamentario que, por una de estas raras coincidencias de la vida, une en su persona un apellido cuyo significado califica certeramente al propio individuo al que identifica; algo que, el mismo, se ha encargado de dejar suficientemente claro a lo largo del tiempo que ha estado metido en política, política separatista y de izquierdas que, en un principio, ejerció como es habitual en muchos de estos radicales antisistema, mediante el empleo de un lenguaje grosero, soez, insultante y, por supuesto, ofensivo y provocativo como corresponde a quienes, en su ignorancia y falta de inteligencia, no tienen otra forma de enfrentarse a sus adversarios políticos que mediante la descalificación y la brutalidad de lenguaje, en los únicos aspectos que, por cierto, son capaces de enfrentarse a quienes los superan intelectualmente, en oratoria y preparación. Claro que el señor Rufián, cuando lo elevaron a la condición de parlamentario, en virtud de su inclusión en la lista electoral de su partido y consiguió que el sistema de votación, evidentemente obsoleto, de la Ley D¨Hont permitiera que la minoría catalanista de ERC sacara escaños para el Parlamento de la nación; después de unos primeros escarceos en los que intentó introducir en la cámara de representación popular, sus formas proletarias, sus lenguaje barriobajero y sus gestos horteras, pronto se dio cuenta de que se convertía en el hazmerreír de la cámara y la vergüenza de su propio grupo parlamentario.
Ahora, el hombre, se ha refinado a la manera de cómo pretendieron hacerlo los conocidos “nuevo ricos”, aquellos que durante la posguerra se hicieron ricos trapicheando, aprovechándose de las circunstancias y dificultades por las que pasaban los españoles, haciendo lo que por entonces se conocía como “estraperlo” que, cuando se vieron con las faltriqueras rebosantes pretendieron imitar las maneras, los modales, la forma culta de expresarse o los gustos refinados de las clases cultas de la sociedad española, con los resultados que fácilmente se pueden deducir cuando hablamos de unas personas que, lo único que las caracterizaba, era el haber conseguido riquezas materiales pero que, en todos los otros aspectos de formación, cultura, preparación, modales, costumbres y educación seguían siendo unos patanes que, con todas sus demostraciones de riqueza, abundancia o despilfarro, lo único que consiguieron fue que se los mirara como unos advenedizos que hacían el más espantoso ridículo cuando pretendían introducirse en las capas selectas de la sociedad española.
Hoy hemos tenido ocasión de escuchar como el señor Rufián, ahora reconvertido en un gentleman, encantado de conocerse a sí mismo, con maneras estudiadas, verbo sincopado, repitiendo cada una de las frases que, para él, tenían el valor axiomático y sin renunciar a su temperamento jacobino y sus instintos heredados de aquellos miembro de la Comuna parisiense de la Revolución Francesa; se ha olvidado de que son socios del actual gobierno socialista, recuperando sus conceptos revolucionarios, su separatismo innato, se ha mostrado como en realidad es: un sujeto con ínfulas revolucionarias, un anticapitalista radical y un ácrata que no soporta que la derecha o el centro derecha demuestre su patriotismo, mostrándose dispuesta a mantener la política aparcada, mientras que España está azotada por una pandemia que amenaza, no sólo la salud de todos los españoles, sino por las gravísimas consecuencias económicas que de ella pudieran derivarse si, como es probable que ocurra, la lucha contra el coronavirus se prolonga durante unos meses, dando lugar a que, los letales efectos que sobre los españoles, su consumo, su trabajo o sus vidas pudiera tener el retraso en encontrar el remedio adecuado para combatir la propagación del Cobide19.
Y esta actuación del señor Rufián, su crítica implacable contra el gobierno del señor Pedro Sánchez y las amenazas de represalias para cuando la actual crisis haya sido superada, nos hace que nos preguntemos si este pacto, evidentemente contra natura, de las izquierdas y el separatismo, goza de buena salud o lo que sucede es que ya se están empezando a producir grietas en cuanto a aquella mesa de negociaciones que, la llegada del coronavirus, dejó aparcada sine die, cuando parecía que el señor Sánchez ya había tirado la toalla y estaba dispuesto a ceder a todo cuanto se le pidiera por ERC y, de paso, complaciendo al señor Quim Torra, que no dejó de aprovechar la ocasión para humillar al Estado español, a su presidente y al propio Parlamento, obligando a que una parte importante de los ministros del gobierno y su mismo presidente, se tuvieran que trasladar a Cataluña para sentarse a negociar, de tú a tú, de gobierno a gobierno y de Estado a estado, como si lo de que se tratara fuera ceder al despiece de la nación española ante la exigencia separatista de obtener la soberanía a Cataluña.
La base de todos estos politiqueos, que ya se daban por convenidos, que tuvieron lugar antes de que, la llegada de la pandemia, diera un vuelco a todo el aspecto político, económico, social, sanitario, financiero y proyectos pergeñados por el Gobierno, con el pleno apoyo de la izquierda y el separatismo, para la puesta en funcionamiento, previa su aprobación en el Parlamento, de los nuevos PGE para el año 2020, (en los que la señora Montero había incluido un importante incremento del gasto público, una nueva política fiscal mucho más dura, y la puesta en práctica de un nuevo keynesianismo que pusiera en manos del gobierno la potestad de marcar la orientación económica del país) sin duda se centraba en que los presupuestos del 2020, incluyeran importantes partidas de gasto social, como ha venido anunciando el propio Gobierno a todo el país que, sin duda, iban a estar acompañados por una nueva fiscalidad que iba a incidir, especialmente, sobre las empresas aunque, es evidente, que finalmente acabarían por afectar a todos los españoles y muy en particular sobre la sufrida clase media que es la destinataria final de cualquier intento del Gobierno de recaudar más.
Pero, todos aquellos proyectos de presupuestos, con la llegada de la pandemia se han venido abajo. El Gobierno ha tenido que arbitrar medidas que, por supuesto, no entraban en sus planes presupuestarios y es evidente que la orientación del destino de las partidas de gasto público van a tener, necesariamente, que cambiar respecto al que el señor Sánchez y sus compañeros de gobierno habían previsto en los proyectos de presupuestos que estaban a punto de aprobar. Y aquí es cuando nos surgen algunas preguntas a las que no hemos sido capaces de encontrar una respuesta satisfactoria. Por ejemplo: ¿Se van a tener que confeccionar unos nuevos presupuestos que sustituyan, al menos en una parte importante, a los que estaban a punto de aprobar?, ¿Estarán los socios del gobierno, Podemos y separatistas, dispuestos a renunciar a las ventajas sociales que se habían incluido en el primer proyecto?, ¿El señor Sánchez se vería obligado a buscar apoyo de los partidos de la oposición para aprobar unos nuevos presupuestos adaptados a las nuevas necesidades del país?, ¿Se va a producir una crisis de gobierno cuando, finalmente, se consiga eliminar el coronavirus?... Evidentemente son muchas las preguntas que se podrían formular y que, posiblemente, nadie en estos momentos se encontraría en disposición de poder contestar de una forma coherente.
Lo que sí resulta evidente es que cuando salgamos de esta crisis, si es que salimos de ella, España no va a parecerse en nada a aquella nación que seguía intentando recuperarse de la crisis del 2008 y que, desgraciadamente, con la llegada de los socialistas y sus socios de la izquierda, había experimentado un giro de volante, hacia la izquierda, que pondría en cuestión la continuidad de la recuperación que había iniciado el PP cuando ya estaba dando sus primeros frutos, bajo la dirección de los nuevos gobernantes. Sin embargo, por mucho actual Gobierno se esfuerce en alabar su actuación respecto al tratamiento que se le da a la epidemia que padecemos aunque, por lealtad constitucional, la oposición vaya apoyando puntualmente las acciones del ejecutivo para paliar la situación; llegará un momento en el que, el señor Sánchez y sus colaboradores en el gobierno, van a tener que responder ante el pueblo español de las decisiones que se han tomado; de la oportunidad y eficacia de las mismas; de los resultados que para el país han tenido las medidas adoptadas; de la situación económica en la que ha quedado España; del endeudamiento público y de las consecuencias que, para el país y los españoles, se van a derivar de todo este gran maremágnum al que nos hemos tenido que enfrentar.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, creemos que nos encontramos ante una escenario de una gravedad absoluta que, en esta ocasión, va a tener que afrontar un gobierno de izquierdas que tradicionalmente nunca han sido los que mejor han conseguido salir de estas situaciones de penuria económica, como ya demostró el señor Rodríguez Zapatero, a finales del 2011, cuando hubo de convocar elecciones debido a que se encontraban, él y su Gobierno, en un momento en el que no conseguían encontrar una salida a la agobiante situación económica de España. Si el señor Rodríguez comete la torpeza de pretender resolver el problema actual de la nación española siguiendo con su política de izquierdas, es muy posible que no tardemos en encontrarnos ante una situación parecida y probablemente peor que aquella en la que dejó España, en noviembre del 2011.
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