En 1348 una terrible epidemia, denominada como “la peste negra” asoló toda Europa. Parece que tuvo su origen en el actual Uzbekistán y ha sido definida en los textos históricos como “un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos.”
De tal catástrofe se han dado múltiples descripciones, muchas de ellas tan exageradas como apocalípticas. Se propagó a regiones de Asia y llegó a pensarse que se extendería por todo el mundo. Fueron unos virólogos de entonces los que descubrieron la relación de la epidemia con las ratas y ratones, tan abundantes en aquellos tiempos los que llevaban y trasmitían la enfermedad gracias a sus parásitos (pulgas etc.). El índice de mortalidad se calculó entre un 60 y un 65% de la población de aquella época. En el caso de la península Ibérica la población pudo haber pasado de seis millones de habitantes a dos o bien dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65 por ciento de la población.
La llegada del cólera a España fue devastadora y los dos primeros brotes en 1843 y 1854 causaron más de 300.000 muertos. La sífilis, por su parte fue una enfermedad exclusivamente masculina, importada de América. Se dice que un 15% de la población masculina europea la padecía. La, injustamente, calificada por Europa como la “Spanish influenza”, una gripe asociada con gérmenes que causaban neumonía, mató entre el 1918 y el 1920 a 40 millones de personas aunque parece que hay dudas respecto al lugar en el que se originó, barajándose lugares como Francia (1916) o China (1917), pero parece ser que, en realidad, se señala como su lugar de procedencia la base militar de Fort Riley (EE.UU) en marzo de 1918. España, a pesar de no ser el país de origen fue de las más afectadas con 8.000.000 de infectados y 300.000 muertos, un cifra muy significativa ya que, por aquella época, la población de España estaba poco por encima de los 20.000.000 de personas. El Sida, ya en nuestro tiempo, fue identificado por los científicos en 1983 y, aunque han ido decreciendo a medida que se han descubierto medicamentos para combatirlo, entre el 2006 y el 2017 el número de muertos por esta causa asciende a 3875 personas. Ahora, sin embargo que nos encontramos de nuevo ante una nueva pandemia, la del coronavirus, de la que se podría decir exactamente lo mismo que en su día se dijo de la peste bubónica: “un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos.”, parece que España no se encuentra a la altura de las circunstancias para hacerle frente.
A pesar de los siglos transcurridos desde aquella epidemia de la Edad Media, de los innegables avances experimentados desde entonces por la ciencia médica, de los viajes espaciales, de los sofisticados armamentos de los que están dotados las naciones más poderosas del Mundo, del cambio climático y de los avances en el conocimiento de las enfermedades gracias a las nuevas técnicas, de pronto, cuando más seguros nos encontrábamos de que controlábamos todos los aspectos de la ciencia, aparece en China un virus, una aparente mutación de la gripe que pone a la humanidad de cabeza abajo, que desconcierta a los científicos, que empieza a provocar muertes, que se expande a la velocidad del rayo, que no respeta fronteras y que, aparte de diezmar la población de los lugares en los que irrumpe, consigue paralizar su economía; crear paro; enclaustrar a la población; desorientar a las autoridades; superar, congestionar, desbordar y colapsar los servicios sanitarios y crear un caos, como hace siglos no se veía en todo el mundo civilizado y por civilizar.
La velocidad a la que se va expandiendo el Cobid19 y la enorme cantidad de víctimas que va dejando detrás de sí, nos hace pensar que sus efectos pueden ser más destructivos y mortales que ninguna de las epidemias que los europeos hemos tenido que soportar a lo largo de los siglos; lo que, a la vista está, puede llevar como consecuencia que se produzca un parón en el progreso de las naciones a las que afecta, que las haga retroceder a situaciones pretéritas en las que las condiciones de vida de los ciudadanos no alcanzaban el grado de progreso al que habíamos llegado, a pesar de las crisis económicas que hemos tenido que soportar. Resulta impactante el grado de adaptabilidad de estos pequeños seres, microscópicos, invisible, simples y dependientes capaces de ir mutando, una y otra vez, para ir superando los obstáculos que la medicina moderna les va poniendo para evitar su desarrollo.
Si Darwin ya nos puso en antecedentes, con su teoría de la evolución de las especies, de la facultad de los seres de irse adaptando al ambiente en el que tienen que sobrevivir, una evolución que, sin embargo, parecía fruto de muchos siglos de aclimatación, quizá no sea esta la expresión justa, o de acoplamiento a unas determinadas condiciones ambientales; ahora, no obstante, no apercibimos de que, a niveles de seres muy simples, de bacterias o virus, estas acomodaciones al entorno, esta defensa contra los ataques que se les hacen desde los organismos en los que se desarrollan, se producen en espacios de tiempo relativamente muy cortos, como sucedió con la penicilina, un invento que en su tiempo parecía que iba a ser la bicoca contra todas las infecciones y que, en unos años, se ha demostrado que hay muchos casos en los que ya resulta ineficaz, ya sea por los anticuerpos que crean en el organismo humano, ya sea porque los virus han desarrollado defensas propias que los inmunizan contra determinados antibióticos.
Lo cierto es que, la única esperanza que le queda a la humanidad, debido a que el virus del coronavirus ya se ha internacionalizado por todo el planeta, es , es que surja algún científico capaz de encontrar la vacuna adecuada para luchar contra esta nueva cepa del Cobis19 y anularla. En caso contrario, y ahí tenemos el ejemplo de Italia, Irán y el nuestro, en España, vamos a ver como el sobrevivir a esta pandemia va a convertirse en una especie de ruleta rusa en la que vamos a estar obligados a jugar todos los ciudadanos. Lo peor es que, ante una situación que la medicina se declara incapaz de controlar; en la que los políticos se encuentran incapaces de encontrar soluciones factibles, es fácil que se acuda a recursos extremos, a remedios radicales, a la aplicación de estadísticas y a decisiones salomónicas en las que se sacrifican la ética y los reparos morales en aras de conseguir resultados aparentemente prácticos, sacrificando los derechos fundamentales y constitucionales de todo ciudadano a conservar su vida.
Se habla de prioridades, de esperanza de vida, de edades avanzadas y de poner en la balanza las posibilidades de vivir más años, la mejor salud del infectado o la primera impresión que les pueda causar a los médicos un enfermo, como medios para darles preferencias a unos en perjuicio de los más débiles. ¿Una especie de eutanasia decidida en una situación de overbooking de enfermos graves? ¿Una decisión que, a los jueces, en caso de delitos penales, les representa un juicio en el que se admiten testigos, pruebas, peritajes y unos plazos para poder defenderse con todas las garantías que concede la Ley? Cuidado, señores, que estamos ante una cuestión que no creemos que pueda quedar en manos de ningún médico agobiado por la cantidad de enfermos a los que tenga que atender. La vida de cualquier persona está defendida por la Constitución y el hecho de que se pueda decidir sobre si una persona debe vivir o morir cuando se encuentre en una UCI y deba ingresar en ella no puede quedar al albur de cualquier, médico, enfermero o, cualquiera que sea la autoridad administrativa que se otorgue el poder de decidir sobre tan escabrosa materia.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos con gran estupefacción como estamos entrando en una etapa de la pandemia en la que parece que los agobios, las imprevisiones, los miedos o las prisas por sacudirse las responsabilidades pueden llegar a que se olvide que en España, pese a estar ante una grave epidemia, se deben respetar ante todo las normas constitucionales que establecen la igualdad de derechos entre todos los españoles y, como es evidente, el de la vida es el derechos más importante de cualquier ciudadano.
|