Este gran país se merece un gran futuro, y un mejor presente.
Considero que ante el anuncio de la proyectada construcción de una
nueva capital en medio del desierto, es adecuado y provechoso pensar
algo sobre este asunto.
Que Al Sisi plantee la necesidad de impulsar la economía egipcia a
través de proyectos de gran envergadura parece prudente y coherente.
Ya que Egipto es un estado en vías de desarrollo, y con graves
problemas sociales producidos por la pobreza, y la escasez de recursos.
La nueva ciudad se situaría en mitad del Sahara entre El Cairo y el
mar Rojo, y costaría más de 40.000 millones de euros. Se construiría en
unos cinco o siete años, o sea, en un tiempo récord.
Es cierto que las petromonarquías del golfo Pérsico están dando gran
apoyo económico a Egipto, y esto es algo muy positivo. Pero sabiendo,
por ejemplo, que empresas como la British Petroleum y la Siemens
van a invertir, respectivamente, en el delta del Nilo para extraer gas
y en la construcción de centrales eléctricas, se puede considerar otra
alternativa.
Me refiero a que, a mi juicio, lo más sensato y respetuoso con el medio
ambiente, sería destinar esas decenas de miles de millones de euros a
mejorar y potenciar las dos principales ciudades egipcias que son El
Cairo y Alejandría. De este modo, también se impulsaría el desarrollo
de las infraestructuras, y se podrían crear nuevas empresas de una
forma progresiva, sin dañar el entorno. De esta manera, estas dos
ciudades aumentarían su pujanza, y esto beneficiaría, indudablemente,
y tirarían de todo el país.
El desierto debe ser protegido, y la construcción, en medio del mismo,
de una ciudad, no parece que sea lo más adecuado para este fin. En
cambio, en la costa egipcia parece que existen más posibilidades
de construir o ampliar ciudades preservando, de la mejor forma
posible, la belleza del litoral. Y esto se podría lograr con unos
controles rigurosos por parte de las autoridades, y con unas leyes que
garanticen, de forma efectiva, que se respeten normas urbanísticas
racionales.
Además, habría beneficios adicionales que propiciarían más turismo
de calidad para la costa de Egipto, de un modo selectivo, y sin caer en
la masificación, con adecuadas medidas políticas y administrativas.
Con este tipo de planteamientos se conservaría el territorio de Egipto
que es extenso en sus condiciones naturales, y no disminuiría el gran
encanto y atracción que es lo genuino de este país: el desierto del
Sahara, y todo lo relacionado con la cultura faraónica e islámica.
El gran valor de las tradiciones musulmanas no debe perderse
en Egipto, por causa de una occidentalización y modernización
avasalladora y agresiva. Este es un peligro que, en mi opinión, existe.
En general, esta actitud prudente respecto a un desarrollo industrial y
comercial y turístico equilibrado, con medidas políticas sensatas, por
parte de los gobiernos de los países árabes del norte de África sería lo
más apropiado.
Si bien es verdad, que en Libia, por ejemplo, parece ser que el mayor
riesgo es la falta de gobierno, que puede dar lugar a un auge del
yihadismo, y a la posibilidad de que sea controlado por el Estado
Islámico, con las consecuencias de desestabilización que esto supondría
para esta zona, y para Europa.
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