El reciente libro “Bibliotecas. Una historia frágil”, de Pettegree, es un estudio más de los que se han hecho en diversas ocasiones sobre ese fenómeno importantísimo para la cultura y la historia como son las grandes colecciones de libros y documentos de diverso tipo. Han sido siempre una referencia indiscutible a la hora de plantear la auténtica formación de las personas, especialmente universitarios, políticos y personajes públicos.
A esas grandes bibliotecas no accede cualquiera. Hay que ser socio, para lo cual se requieren ciertos requisitos. Quienes acceden con frecuencia, porque pueden trabajar bien, con todo el respaldo de las fuentes, consideran que es lo mejor que han tenido, un auténtico lujo. Pero el porcentaje de personas de nuestra sociedad que entran, que pueden entrar, es pequeñísimo. Desde luego, no llega a un uno por ciento.
Por eso, para muchas personas, hablar de bibliotecas es hablar de las que usaba en la universidad, o la que tenían en el colegio, o la biblioteca del barrio, cada vez más completas y asequibles. Y luego están las del hogar, especialmente cuando hay o ha habido lectores: el padre, el abuelo, la mamá, un hijo universitario. Eso se nota mucho: cuando ha habido un buen lector en la casa, hay biblioteca.
Pero las bibliotecas están, actualmente, en grave peligro de extinción. No digo yo que corra peligro la Biblioteca Nacional de Madrid, por ejemplo, porque aunque sea muy pocos los que la utilizan, en todo caso las autoridades tendrán siempre a gala el cuidado de esos focos inmensos de cultura. Aunque cuidado, tiempo al tiempo. Y es que en todo caso el peligro no lejano de las bibliotecas se llama libro electrónico.
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