Alguien recordará aquel cuento que se nos contó a los españoles, sobre un banco malo, que jamás se instauraría, precisamente por su maldad. Así se aseguró, con la misma rotundidad que se afirmó también que España no sería rescatada por la UE, de igual modo que se dijo que la UE prestaría dinero a la banca española, nunca al Estado –ni siquiera por mediación-; como también hubo que antes aseguró que no subiría los impuestos. Y sin embargo, nada de eso ocurrió como se nos aseguró.
Así ese banco malo, que tanto se repudió por el equipo económico del Gobierno popular, de la noche a la mañana se ha tornado en toda una serie de bondades y virtudes sobrevenidas, por lo que lo del banco malo pasó de ser una hipótesis descartada a una acertada solución para nuestro país, sin que las razones que se hayan dado hayan sido sustancialmente diferentes, ni su probidad haya sido confirmada, más allá de la pura retórica del balbuceo político que lleva una errática trayectoria que no hace aún previsible una cercana salida de la crisis.
Ciertamente que el discurso político tiene bastante descrédito en nuestro país, pero realmente con este tipo de flagrantes contradicciones, no sólo se duda del discurso político –ya de por sí, gravemente devaluado- sino que también se duda que realmente haya un proyecto serio y eficaz de gobierno que –como se dijo en el inicio de su actividad- fijara un rumbo al que llevara toda su acción política y el destino de la Nación a buen puerto.
Sin embargo, todas estas rectificaciones, contradicciones, conllevan también un debilitamiento del crédito gubernamental tanto en el interior como en el exterior del país, y todo ello suma dificultades y costos a la salida de la crisis, incrementando el desánimo de una sociedad que contempla entre asombrada, preocupada y de momento con cierta atonía la evolución de los acontecimientos, que se auguran tensos a la vuelta de las vacaciones estivales.
Pues rectificaciones de rumbo, como estas, además de cuestionar la capacidad del timonel, añaden desaliento social y naturalmente tensan la vida política, pues la oposición en su función constitucional de control político hacen crítica de errores, cuando de haberse convenido un consenso político –como en otros países en crisis- se facilitaría la acción de gobierno, posiblemente se dieran menos vueltas y rectificaciones, se transmitiría mayor seguridad interna y externa, y sobre todo se podrían acometer las dificultades con mayor eficacia sin mayores fisuras, en pro de una acción de Estado.
En cualquier caso, esperemos ver los efectos de la implantación del banco malo, implorando no llegue tarde su puesta en marcha. Pero esta rectificación pone de manifiesto un craso error político que conllevará probablemente perjuicios de demora –si realmente nos creemos las bondades que actualmente le atribuyen sus antiguos detractores-, que en esta crisis suponen pérdida de dinero en negocios que se perjudican y empleos que se pierden.
Por todo ello, creemos que se debería dar una amplia y razonada explicación del motivo del cambio tan radical de criterio en la adopción de esta medida. Una democracia madura lo exigiría, y probablemente pediría responsabilidades políticas al equipo económico del gobierno.
DOMINGO DELGADO
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