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Mujeres indígenas abastecieron el mercado de lujo europeo del siglo XVIII con piezas de calabaza

Agencias
sábado, 7 de diciembre de 2024, 14:50 h (CET)

MADRID, 07 (SERVIMEDIA)


La elaboración de piezas de calabaza barnizadas elaboradas por mujeres indígenas en la Amazonía brasileña abastecieron el mercado de lujo europeo durante el siglo XVIII.


Esa es la conclusión de un estudio realizado por Renata Maria de Almeida Martins, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Sao Paulo (Brasil), y publicado en la revista ‘Heritage’.


"Se cree que las calabazas se encuentran entre las primeras plantas cultivadas en la Amazonia, y su uso es probablemente incluso más antiguo que el de la cerámica", sentencia Martins.


Esta investigadora realizó un análisis detallado de la producción de calabazas barnizadas en la provincia del Gran Pará (Brasil) durante del siglo XVIII. Estos objetos se conservan en museos de Portugal.


"Las calabazas fueron hechas por mujeres indígenas que utilizaron técnicas sofisticadas para crear un acabado negro, brillante y duradero, como una 'laca amazónica'”, apunta.


Martins añade: “Estas frutas tuvieron sus campos iconográficos modificados y fueron remodelados por decoraciones con motivos inspirados en la flora y fauna local, pero también por patrones para bordados europeos y asiáticos, que circularon por todo el mundo”.


FÁBRICAS


Estas calabazas no se elaboraban de forma espontánea y aleatoria, sino que se producían en fábricas mantenidas por colonos o en el marco de misiones religiosas en la Amazonía.


El oficio de la pintura de calabazas fue reconocido a principios del siglo XVIII. Los productos de estas ‘fábricas’ se destinaban en su mayoría al mercado europeo, con lo que participó de un proceso de globalización que ya estaba en marcha en ese momento.


Las calabazas remodeladas se produjeron principalmente en la aldea de Monte Alegre, otros lugares de la región del Bajo Amazonas y también en Belén.


El naturalista Alexandre Rodrigues Ferreira (1756-1815) recogió varios de ellos en su expedición filosófica, que ahora se encuentran en las colecciones del Museo Maynense de la Academia de Ciencias de Lisboa y del Museo de las Ciencias de la Universidad de Coimbra.


En su relato, Ferreira afirma que cada año se producían entre 5.000 y 6.000 calabazas en la aldea de Monte Alegre, la mayoría de las cuales se enviaban a Lisboa. "Sus variadas y complejas decoraciones, basadas en tradiciones indígenas y/o con inspiraciones asiáticas y europeas, son ejemplos que muestran las prácticas creativas y artísticas de resistencia de mujeres indígenas, africanas y mestizas", indica Martins.


Además de estudiar las calabazas del siglo XVIII, Martins visitó el año pasado la comunidad de Carapanatuba, en la Baja Amazonia, donde todavía se producen estos objetos, ahora por mujeres libres y empoderadas de esa región ribereña.


"Descubrí, como también han informado otros estudiosos, que, en su mayor parte, la producción sigue el mismo proceso descrito por Ferreira”, comenta la investigadora, quien añade que mujeres de esa zona conservan ahora “los conocimientos ancestrales sobre la naturaleza, los ríos, las plantas y los animales locales”.


PROCESO DE ELABORACIÓN


Hay diferentes tipos de calabazas del arcol ‘Crescentia cujete’, que producen frutos redondos u ovalados de diferentes tamaños. Las mujeres los recogen cuando están maduros.


Luego, las frutas se cortan con un machete o una sierra, y las calabazas resultantes se colocan en una olla grande con agua hirviendo para ablandar las cáscaras. Después, la cáscara exterior de cada fruto se raspa cuidadosamente con una cuchilla, el borde se alisa con la lengua rugosa del pez pirarucú (‘Arapaima gigas’) y el interior con las escamas de ese mismo pez.


La preparación final para la aplicación del barniz se realiza frotando el interior y el exterior con las grandes hojas del árbol embaúba (‘Cecropia’).


El proceso de ‘lacado’ se realiza mediante la aplicación de tintura de cumaté, un líquido rojizo que se obtiene por infusión de la corteza de otro árbol de la región, el cumatezeiro (‘Myrcia atramentifera’).


Después de ser pintadas con varias capas de tinte, las calabazas se colocan sobre un lecho de arena o cenizas, se rocían con orina humana y se dejan cubiertas durante toda la noche.


La reacción química entre los componentes del tinte y la orina transforma el tinte rojizo en una especie de ‘laca’ negra brillante. Esta técnica, desarrollada por mujeres indígenas del Bajo Amazonas, produce un resultado comparable e incluso superior a la mejor laca de China (‘Rhus vernicifera’ o ‘Rhus verniciflua’), según informes del siglo XVIII.


"Después de todos estos pasos, las calabazas se decoran haciendo incisiones con un cuchillo pequeño. La incisión elimina el barniz y permite que brille el fondo claro. La pintura mediante la aplicación de tintes vegetales o minerales sobre la superficie desnuda, que se usaba ampliamente en las calabazas en el siglo XVIII, apenas se usa en la región hoy en día, aunque las plantas productoras de tintes son conocidas por los artistas de la ribera", explica Martins.


MOTIVOS GEOMÉTRICOS Y ABSTRACTOS


La iconografía de origen indígena, compuesta por motivos geométricos y abstractos, se utiliza cada vez más en las calabazas actuales, que se producen para el comercio.


"Sin embargo, incluso en la época colonial, la producción de calabazas, además de servir al mercado de exportación, también tenía funciones importantes en el contexto ritual. En sus memorias, Ferreira relató la resistencia de las mujeres indígenas de Monte Alegre a la venta de ciertas calabazas, que tenían cuentas y ‘muiraquitas’ (una especie de amuleto amazónico), debido a sus significados sensibles en las relaciones sociales de las comunidades", indica Martins.


Producidas por mujeres, las calabazas también se asocian simbólicamente con la fertilidad, los mitos de la creación y las antiguas prácticas curativas de los pueblos indígenas, y todavía se usan ampliamente hoy en día para preparar y verter baños terapéuticos y bendiciones, así como para servir comidas típicas amazónicas como el tacacá.


PORCELANA, SEDA Y BORDADOS


En el siglo XVIII, sin embargo, los talleres instalados en las aldeas y las misiones religiosas reorientaron esta tradición ancestral para abastecer al mercado europeo, hambriento de artículos de lujo, así como de objetos considerados ‘exóticos’.


Piezas asiáticas o europeas de inspiración asiática, como porcelana, seda, bordados e incluso crucifijos de marfil, sirvieron de modelo para objetos de producción local que reinterpretaron los importados.


"Los artistas indígenas y afroindígenas utilizaron técnicas como la incrustación, la marquetería y el dorado, adaptando materiales y plantas amazónicas como la copaiba (‘Copaifera langsdorffii’) y la langosta de las Indias Occidentales (‘Hymenaea courbaril’), por ejemplo, para crear efectos similares al dorado que se encuentra en los objetos asiáticos. La participación de las mujeres indígenas, su intimidad con la naturaleza del bosque, fue fundamental en este proceso", concluye Martins.


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