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Luis Méndez Viñolas
Ha publicado en el Diario Sur, Sol de España, bajo la dirección de Haro Tecglen; Ideal de Granada; Periodistas en español; Nueva Tribuna, El obrero prensa transversal; Margen cero, revista cultural; Rebelión, uno en Diario 16 y uno en la revista del Ministerio de Educación. Así mismo una novela ensayo (El club de los suicidas o el malestar de la conciencia). |
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Hay cosas cómicas que hay que tomar muy en serio. Son gansadas que retratan nuestro mundo. Representan el ombliguismo que nos rodea. El término es magistral: define aquello que cree está en el centro del cuerpo (del universo), sin reparar que su función se volvió inútil hace ya tiempo.
En “La isla de los pingüinos” Anatole France (Premio Nobel, 1921) aborda con ironía el asunto del formalismo. Después de que el personaje inicial, Mael, por su vejez y casi ceguera, bautice a unos pingüinos creyendo que son hombres, se abre en el cielo una diatriba para establecer si ese bautismo es válido. No se puede ir contra las formas. El problema se resuelve finalmente aceptando la propuesta de que los pingüinos se transformen en humanos (unos pingüinos bautizados terminarían en las llamas eternas, en cuanto no cumplirían con la ley de Dios).
La vida no es como una caja de bombones. La frase de Forrest Gump, tan famosa (¿?), presupone un mundo feliz en el que no hay bombones rellenos de hiel. Sin embargo, el propio Gump debe saber que no es así en cuanto su vida no es precisamente afortunada.
NBC News y otros medios recogen la siguiente noticia sobre las investigaciones de un nutrido grupo de científicos: "Pruebas empíricas indican al menos una posibilidad realista de experiencia consciente en todos los vertebrados (incluidos reptiles, anfibios y peces) y en muchos invertebrados (incluidos como mínimo moluscos cefalópodos, crustáceos decápodos e insectos)…".
Dicen que una de las mayores habilidades del demonio es la de hacernos creer que no existe. ¿Podría ocurrir lo mismo con acontecimientos aparentemente impensables? Nosotros estamos convencidos de que existe la intención insana de vulgarizar nuestra cultura, la española. Y que no es por una cuestión estética, sino estratégica. Y una y otra vez necesitaremos hacer la misma aclaración: no somos españolistas (qué absurdo aquello de españolear).
España se enfrenta a tres o cuatro asuntos de complicada solución. Decimos asuntos para no resultar tóxicos. Uno está situado en el noreste del territorio nacional (Cataluña). El otro al sur, fuera de nuestras fronteras (Marruecos). El tercero, el más preocupante, está en-clavado en el espíritu mismo del país. Este asunto no se puede desligar de la repercusión que puede tener una configuración desafortunada de Europa. Pasemos al primer asunto.
Europa, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, perdió su alma. Cuando la moral cae en el estereotipo es que ha anulado su capacidad evaluativa. Incluso podemos degradar la cosa: ya no es creadora de ideas, sino receptora de modas (París ya no es ni en eso capital rectora). Lo mismo ha ocurrido con autores, música, arte (sobre todo con el séptimo), filosofía, periodismo, geopolítica.
El ciudadano necesita una información veraz y total. Lo contrario, significa que no es considerado como tal. Los estados, después, podrán aportar todos los matices necesarios para que su experiencia y profesionalidad delineen las razones de estado que consideren oportunas. Y a nosotros nos corresponderá decir sí o no. Después de todo somos los verdaderos sufridores de las consecuencias de esas razones. Pero esa información previa es indispensable.
Indignar a un pueblo es la peor política que se puede seguir. Es el verdadero fuego que anima su espíritu. Cuando Napoleón entró en España (el Napoleón verdadero, no el petit) ignoraba esto. Una de las cosas que más puede indignar a un pueblo es que haya, no dos varas de medir, sino tres: una para uso propio, otra para uso ajeno, y una tercera en la no hay congruencia ni con los propios usos. Es el abuso de la discrecionalidad. Esto debería dolernos a los españoles.
Decía Anatole France, premio Nobel de Literatura, que la independencia del pensamiento es la más orgullosa aristocracia. Ateniéndonos a esta frase, es evidente que la Europa de hoy carece de ambas cualidades, quizás por un efecto de anulación recíproca. En el prólogo de “La Isla de los pingüinos” amplía irónicamente su reflexión: “¿Por qué se preocupa de buscar documentos para componer su historia y no copia la más conocida, como es costumbre?”.
La paz es el bien más preciado. Lo reúne todo. Eso se sabe, sobre todo, cuando se pierde. En junio habrá elecciones en la Unión Europea. ¿Fecha muy lejana para hablar de ellas? Razonando con la mentalidad desenvuelta que impera, sí. Basta con quince días de tópicos. Sin embargo, la realidad es que en quince días es imposible tratar a fondo la grave situación de España y de la UE.
El arte es muchas cosas, entre ellas un instrumento político fundamental. Por ejemplo, tenemos el expresionismo abstracto. No fue casual. Fue la contraposición al llamado realismo social, que decía reflejar la realidad. Aquel arte tenía, tiene, su templo en el MoMA, patrocinado por los Rockefeller, y a sus sumos sacerdotes: Pollock, Rothko, Guston, Tomlin, entre muchos otros.
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