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Rolando Revagliatti
Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires (ciudad en la que reside), la Argentina. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos, relatos y microficciones y quince poemarios, además de otros cuatro poemarios sólo en soporte digital. En esta condición se hallan los Tomos I, II, III, IV y V, conformados por entrevistas realizadas por Revagliatti, de “Documentales. Entrevistas a escritores argentinos”. Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles. |
El desnudo hijo dentro de la imperial bañadera de hierro llena de agua. Un despintado banquito de tres patas, al lado. Y una canasta con jabón de tocador de coco, esponja, sales de baño importadas, una caja grande de fósforos de madera y barcos de papel. El desnudo hijo es un adulto lento, vacío, triste. Estupefacto. Mira el agua. Un brazo apoyado sobre el borde de la bañadera. Lo mira. Mira el agua.
Trompifai: Entre ceja y ceja yo entusiasmado por una damita a la que conturba mi grandilocuencia. Protagonistas: ¡A mí! Antagonistas: ¡Conmigo!
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
El intrepidísimo navegante solitario, boca abajo sobre una tabla que en absoluto es más que la tabla de una mesa, con brazos y piernas abiertos y extendidos y, sin rigor, usando estos miembros a modo de remos, surca la inmensidad del océano. Se divierte, hace ruidos con la boca, farfulla.
Y si se abriera, qué habría en el abrir, cuando la condición de abrir va con delicadeza impensada y, sobre todo, sin abrirse? Decir sin decir o decir para negar. O negar para afirmar. En todo caso, en estos poemas algo se desliza de su sitio, se disloca.
Placita de barrio. Chicos potreando cerca del tobogán y las hamacas. Sol. En un banco sin respaldo un hombre viejo sentado. Ojos-claros, cejas-espesas, nariz-aquilina. En el mismo banco una mujer vieja sentada (una “pasita”, toda de negro y con pañuelo en la cabeza). Ella hacia un frente (el césped); él al lado, de espaldas, hacia un sendero.
Si un anhelo nos acompaña a aquellos que escribimos, especialmente a quienes escribimos poesía, es aquel de que la palabra resulte suficiente. Que ese hilvanado de vocablos al que intentamos dar belleza y alguna clase de sentido, se levante ante quienes le dimos forma y nos muestre un trabajo terminado, eficaz en su intento de mostrar fuera de nosotros aquello que larvado, incipiente, demandaba un brote, una mutación hacia el mensaje, hacia la obra pulida y sonora.
En el poemario “Infamélica” Rolando Revagliatti emplea el desliz irónico, el doblez, el juego del pensamiento que nunca es liso, que se despliega en sus muchas dimensiones y matices para ofrecernos un compendio de la condición humana. Comulgamos de esta forma con una cantidad de perfiles expuestos en determinadas situaciones íntimas y desgajadas.
Para empezar a hablar tuve un hijo ¡no carne de mi no carne! ¡no letra de mi no letra! ¿lo plasmo desde la estética o desde la salutífera? ¿lira benigna (salmodia) o filete de asno entre las cenizas?
¡Pero no, gordo!... ¿¡Cómo te voy a mentir!?... dice la mujer. Pero te digo que no. Bebe de una copita chata y de vidrio violáceo que contiene licor de menta. Gordo, pero... Huele el licor. ¿¡Cómo no voy a saber!?... No te pongas pesado, gordo. Bebe. Gordito, oíme, decíme algo lindo, mirá que me enojo.
'Menú', 'nombres en la noche', 'in memoriam de mí, la desbordada y el entregador' y otros poemas.
Es de tarde. El arrendatario del teatro no está a la vista. En el hall: nadie. Nadie en los baños. Nadie en la platea ni en los corredores. La salita es agradable, me siento en la última fila: alguien ensaya. —¿Y?... ¿Qué hacemos?... Fuera de foco, poneme en foco. Corrección a derecha, mucho fantasma —indica la pelirroja, único ser humano en el escenario. —La música...
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