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Cuando decidimos conocer la profundidad y riqueza de una persona, no basta con esa primera impresión

​Un acto total

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Ser extraño, exagerado, raro, especial, rechazado, ser diferente o normal, culto o vulgar, amoroso, irascible, melancólico al tiempo que eufórico; da igual el calificativo que usen al etiquetarte, así como da lo mismo el calificativo que tu expongas en contra o a favor de ti mismo. Las opiniones son inevitables, incluso necesarias, sin embargo, no son más que eso, opiniones y puntos de vista, tantos como ojos, bocas y oídos, hasta los niños las tienen (ellos con un criterio más sabio, hay que aclarar). La opinión es algo sin valor exceptuando para quien sea su dueño, podemos compartirla y no por ello imponerla. Además, las opiniones cambian cuando nuestra percepción de algo también lo hace.


Quino una vez dijo: «No es necesario decir todo lo que se piensa, lo que si es necesario es pensar todo lo que se dice». Esto es obvio, y si continúo por este camino esta columna se tornará en un artículo barato de autoayuda, así que, quiero ir más allá, quiero enfocarme en las opiniones que tenemos acerca de los demás. 


Alguien una vez afirmó que no podíamos conocer a una persona solo con ver su comportamiento o sus gestos (no valía la pena corregirle, pero me dejó pensando) o al entablar relación con una persona de interés o con su superior al que tiene un profundo rencor, «claro, no lo vez, sus ojos chispean ira y odio». 


Es cierto que no podríamos conocer a la persona en toda su complejidad al analizar su lenguaje corporal o las inflexiones de su voz, pero es innegable que todos formamos nuestras opiniones a partir de lo que observamos; si alguien va erguido lo definiremos como alguien seguro, aunque solo este fingiendo; estableceremos la categoría de tímido a esa persona autoarrinconada en una esquina oscura, cuando en realidad solo tuvo un mal día. No podemos conocer a una persona de ese modo, pero si formarnos una opinión de ella en esos primeros segundos, antes, incluso, de entablar palabra.


Hay algo más. Cuando decidimos conocer la profundidad y riqueza de una persona, no basta con esa primera impresión, es elemental querer descubrir quién es aquel ser tan complejo que está hablando con nosotros, para lograrlo es imprescindible que demos el primer paso: salir de nosotros mismos y ponernos los zapatos de los demás, no “en los zapatos de los demás” sino “ponernos los zapatos de los demás”, es un acto total, es intentar comprender lo que se sentiría vivir con las creencias y pensamientos del otro, con sus miedos y deseos, con distinta crianza y traumas, así como, su consciencia del mundo. Semejante a un escritor que busca entender a sus personajes antes de traspasarlos al papel, ser ellos, cambiar de voz, salir de uno y ser el otro. Es un acto total en el que la intención es lo que cuenta, nunca podremos experimentar la realidad de una forma distinta a la nuestra, pero si podemos intentarlo. 

​Un acto total

Cuando decidimos conocer la profundidad y riqueza de una persona, no basta con esa primera impresión
Gabriel Lanswok
martes, 21 de septiembre de 2021, 09:28 h (CET)

Ser extraño, exagerado, raro, especial, rechazado, ser diferente o normal, culto o vulgar, amoroso, irascible, melancólico al tiempo que eufórico; da igual el calificativo que usen al etiquetarte, así como da lo mismo el calificativo que tu expongas en contra o a favor de ti mismo. Las opiniones son inevitables, incluso necesarias, sin embargo, no son más que eso, opiniones y puntos de vista, tantos como ojos, bocas y oídos, hasta los niños las tienen (ellos con un criterio más sabio, hay que aclarar). La opinión es algo sin valor exceptuando para quien sea su dueño, podemos compartirla y no por ello imponerla. Además, las opiniones cambian cuando nuestra percepción de algo también lo hace.


Quino una vez dijo: «No es necesario decir todo lo que se piensa, lo que si es necesario es pensar todo lo que se dice». Esto es obvio, y si continúo por este camino esta columna se tornará en un artículo barato de autoayuda, así que, quiero ir más allá, quiero enfocarme en las opiniones que tenemos acerca de los demás. 


Alguien una vez afirmó que no podíamos conocer a una persona solo con ver su comportamiento o sus gestos (no valía la pena corregirle, pero me dejó pensando) o al entablar relación con una persona de interés o con su superior al que tiene un profundo rencor, «claro, no lo vez, sus ojos chispean ira y odio». 


Es cierto que no podríamos conocer a la persona en toda su complejidad al analizar su lenguaje corporal o las inflexiones de su voz, pero es innegable que todos formamos nuestras opiniones a partir de lo que observamos; si alguien va erguido lo definiremos como alguien seguro, aunque solo este fingiendo; estableceremos la categoría de tímido a esa persona autoarrinconada en una esquina oscura, cuando en realidad solo tuvo un mal día. No podemos conocer a una persona de ese modo, pero si formarnos una opinión de ella en esos primeros segundos, antes, incluso, de entablar palabra.


Hay algo más. Cuando decidimos conocer la profundidad y riqueza de una persona, no basta con esa primera impresión, es elemental querer descubrir quién es aquel ser tan complejo que está hablando con nosotros, para lograrlo es imprescindible que demos el primer paso: salir de nosotros mismos y ponernos los zapatos de los demás, no “en los zapatos de los demás” sino “ponernos los zapatos de los demás”, es un acto total, es intentar comprender lo que se sentiría vivir con las creencias y pensamientos del otro, con sus miedos y deseos, con distinta crianza y traumas, así como, su consciencia del mundo. Semejante a un escritor que busca entender a sus personajes antes de traspasarlos al papel, ser ellos, cambiar de voz, salir de uno y ser el otro. Es un acto total en el que la intención es lo que cuenta, nunca podremos experimentar la realidad de una forma distinta a la nuestra, pero si podemos intentarlo. 

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