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Quién perdona no perdona con el corazón, sino con la mente

¿Pedir perdón o perdonar?

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He llegado del trabajo, son las diez y media de la noche, así que después de cambiarme y quitarme la pintura me he sentado a cenar.


Me encanta escribir, pero últimamente no me detengo a pensar demasiado; eso que también me encanta hacer, ya que, aunque llegue a pobres conclusiones, me hacer sentir que no sigo el mismo sendero que se me dicta mentalmente que debo seguir, es decir, no soy una rebelde que va por ahí rompiendo las reglas, sé lo que debo hacer y lo hago, pero me permito pensar que lo estoy haciendo por cobardía, por supervivencia, o simplemente porque personas a las que quiero, dependen de mis actos.


En esta vida me habría gustado hacer muchas locuras, pero locuras de esas en las que te olvidas del mundo y te vas bien lejos, allá donde cuesta trabajo ser visitado, locuras de esas en las que vives en una cabaña y donde lo único que escuchas al despertar, son los hermosos cantos de los pajaritos, locuras de esas en las que el pueblecito más cercano, tiene los habitantes justos como para conocer los nombres de todos, esos pueblecitos donde mis hijos no correrían peligro. Entonces me sentaría apaciblemente frente a una gran ventana, respiraría ese aroma único a naturaleza, y comenzaría a escribir una de mis novelas o algún poema de esos con los que despierto.


Pero bueno, todo eso lo dejaré para mi siguiente vida, en esta me ha tocado seguir las reglas, y dejar que mi mundo interior crezca encerrado en una jaula de polución, así que, ya que nunca saldré, mejor decorarla con alegría y ser feliz dentro de ella, en vez de ser infeliz añorando algo que no llegará.

Después de cenar, y sin ganas de pensar, me puse los auriculares y comencé a ver tiktok, esa vía de escape en la que poco se piensa. 


Me reí con unos cuantos videos, guardé otros tantos para hacerlos otro día, y… ahí estaba mi amado Merlí, ese profesor de filosofía que me hizo pensar en tantas ocasiones, una serie; como he dicho anteriormente, que, para mí, marcó un antes y un después, pero eso sí, únicamente la primera temporada, la segunda temporada, en la que no aparecía Merlí, podrían perfectamente haberla tirado a la basura.


No me canso de ver fragmentos de esa primera temporada, así que cuando uno de esos fragmentos me aparece en tiktok, lo veo hasta el final. En esta ocasión, Merlí, preguntaba qué creían que era más difícil; ¿perdonar a alguien o pedir perdón? Y explicaba que, para ser perdonado, lo primero es arrepentirse.


Es extraño, pero dejé de escuchar el video y las conclusiones para enfrascarme mentalmente en un debate que desde el principio tuve muy claro; si me hubiese preguntado a mí, habría contestado que lo más difícil es perdonar, porque perdonar supone olvidar, y hay cosas que no se olvidan.

 El día anterior, había estado comentando ese mismo tema con mis dos compañeras de trabajo; Mari Carmen y Almudena.


Yo sé que he perdonado, cuando no recuerdo la ofensa, y no es porque tenga mala memoria; que la tengo, es simplemente, que el que perdona no perdona con el corazón, sino con la mente, a pesar de que quede más romántico perdonar con el corazón.


Para mí es fácil pedir perdón, suelo autoanalizarme, y ser muy crítica conmigo misma; cuando me equivoco lo reconozco, incluso cuando sé que el pedir perdón puede hacer que la vida sea mejor, lo hago, a pesar de saber que no tengo por qué hacerlo, porque pienso que tengo razón. En este mundo es complicado que alguien pida perdón sinceramente, ya que todos nos creemos poseedores de la verdad absoluta, somos nuestros únicos oradores y el pódium del contrincante está vacío. Pero que difícil es perdonar cuando te han herido de verdad, cuando te has sentido traicionada, cuando el corazón duele… 


Porque cuando alguien no te importa, poco te afecta lo que haga, pero cuando dejamos caer nuestro muro y abrimos las puertas a personas que destruyen el hogar de nuestro corazón, entonces es cuando duele perdonar, y, queridos amigos, por mucho que pronunciéis las palabras “te perdono”, jamás lo haréis, ¿o sí? quizás seáis mejores que yo, y el mundo no esté realmente perdido.

¿Pedir perdón o perdonar?

Quién perdona no perdona con el corazón, sino con la mente
María Beatriz Muñoz Ruiz
lunes, 22 de agosto de 2022, 09:34 h (CET)

He llegado del trabajo, son las diez y media de la noche, así que después de cambiarme y quitarme la pintura me he sentado a cenar.


Me encanta escribir, pero últimamente no me detengo a pensar demasiado; eso que también me encanta hacer, ya que, aunque llegue a pobres conclusiones, me hacer sentir que no sigo el mismo sendero que se me dicta mentalmente que debo seguir, es decir, no soy una rebelde que va por ahí rompiendo las reglas, sé lo que debo hacer y lo hago, pero me permito pensar que lo estoy haciendo por cobardía, por supervivencia, o simplemente porque personas a las que quiero, dependen de mis actos.


En esta vida me habría gustado hacer muchas locuras, pero locuras de esas en las que te olvidas del mundo y te vas bien lejos, allá donde cuesta trabajo ser visitado, locuras de esas en las que vives en una cabaña y donde lo único que escuchas al despertar, son los hermosos cantos de los pajaritos, locuras de esas en las que el pueblecito más cercano, tiene los habitantes justos como para conocer los nombres de todos, esos pueblecitos donde mis hijos no correrían peligro. Entonces me sentaría apaciblemente frente a una gran ventana, respiraría ese aroma único a naturaleza, y comenzaría a escribir una de mis novelas o algún poema de esos con los que despierto.


Pero bueno, todo eso lo dejaré para mi siguiente vida, en esta me ha tocado seguir las reglas, y dejar que mi mundo interior crezca encerrado en una jaula de polución, así que, ya que nunca saldré, mejor decorarla con alegría y ser feliz dentro de ella, en vez de ser infeliz añorando algo que no llegará.

Después de cenar, y sin ganas de pensar, me puse los auriculares y comencé a ver tiktok, esa vía de escape en la que poco se piensa. 


Me reí con unos cuantos videos, guardé otros tantos para hacerlos otro día, y… ahí estaba mi amado Merlí, ese profesor de filosofía que me hizo pensar en tantas ocasiones, una serie; como he dicho anteriormente, que, para mí, marcó un antes y un después, pero eso sí, únicamente la primera temporada, la segunda temporada, en la que no aparecía Merlí, podrían perfectamente haberla tirado a la basura.


No me canso de ver fragmentos de esa primera temporada, así que cuando uno de esos fragmentos me aparece en tiktok, lo veo hasta el final. En esta ocasión, Merlí, preguntaba qué creían que era más difícil; ¿perdonar a alguien o pedir perdón? Y explicaba que, para ser perdonado, lo primero es arrepentirse.


Es extraño, pero dejé de escuchar el video y las conclusiones para enfrascarme mentalmente en un debate que desde el principio tuve muy claro; si me hubiese preguntado a mí, habría contestado que lo más difícil es perdonar, porque perdonar supone olvidar, y hay cosas que no se olvidan.

 El día anterior, había estado comentando ese mismo tema con mis dos compañeras de trabajo; Mari Carmen y Almudena.


Yo sé que he perdonado, cuando no recuerdo la ofensa, y no es porque tenga mala memoria; que la tengo, es simplemente, que el que perdona no perdona con el corazón, sino con la mente, a pesar de que quede más romántico perdonar con el corazón.


Para mí es fácil pedir perdón, suelo autoanalizarme, y ser muy crítica conmigo misma; cuando me equivoco lo reconozco, incluso cuando sé que el pedir perdón puede hacer que la vida sea mejor, lo hago, a pesar de saber que no tengo por qué hacerlo, porque pienso que tengo razón. En este mundo es complicado que alguien pida perdón sinceramente, ya que todos nos creemos poseedores de la verdad absoluta, somos nuestros únicos oradores y el pódium del contrincante está vacío. Pero que difícil es perdonar cuando te han herido de verdad, cuando te has sentido traicionada, cuando el corazón duele… 


Porque cuando alguien no te importa, poco te afecta lo que haga, pero cuando dejamos caer nuestro muro y abrimos las puertas a personas que destruyen el hogar de nuestro corazón, entonces es cuando duele perdonar, y, queridos amigos, por mucho que pronunciéis las palabras “te perdono”, jamás lo haréis, ¿o sí? quizás seáis mejores que yo, y el mundo no esté realmente perdido.

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