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La llamada maternidad subrogada es una expresión del yo posmoderno, que entiende la vida como un derecho a la carta. Las cifras de suicidio, disparadas especialmente en España, son muestra de un fracaso colectivo que hunde sus raíces en un nihilismo y en un relativismo que no encuentran más salida que desistir de la vida. Los fenómenos de la trata o de los dramas migratorios, que, como dice el Papa Francisco, han convertido el Mediterráneo en un cementerio nos avergüenzan.
Todas ellas son razones poderosas para recordar que la vida no es un derecho absoluto a la libre disposición del criterio humano, sino que es un don de Dios: un don y una tarea, que implica una responsabilidad y que se mantiene desde el inicio, en la concepción, hasta su fin natural.
Realmente, la función de la filosofía se desarrolla, como un saber crítico de segundo grado, que analiza los contenidos de las diversas ciencias. Es un saber que se interesa por toda la realidad y el presente. Ya en vida de su creador Gustavo Bueno, su materialismo demostró una potencia explicativa extraordinaria, superior a la de otras corrientes o sistemas filosóficos.
Hay cosas cómicas que hay que tomar muy en serio. Son gansadas que retratan nuestro mundo. Representan el ombliguismo que nos rodea. El término es magistral: define aquello que cree está en el centro del cuerpo (del universo), sin reparar que su función se volvió inútil hace ya tiempo.
Hace unos días recibí de la editorial Anagrama el libro de Roberto Saviano titulado Los valientes están solos. Libro apasionante que he comenzado a devorar por la forma directa de contar una historia de coraje e integridad que terminó con los restos del juez Falcone volando por los aires a consecuencia del atentado perpetrado por la Cosa Nostra, al mando de ese tipo con cara de paleto bobo, Salvatore Totò Riina.
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