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Kepa Tamames
Kepa Tamames
Curiosa especie la humana, capaz de matar por un poco más de dinero y de amar sin él

Hace ya algún tiempo tuve ocasión de asistir a una boda, la primera en muchos años. Quienes me conocen saben bien que no soy precisamente forofo irredento de tales eventos sociales. Siempre me parecieron un tanto decadentes, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie (y con la esperanza de no estar jodiendo el artículo ya en su primer párrafo).

Existe un documental que narra los hechos, y en las fotografías que atesora internet aparecen los reales protagonistas de esta poderosa historia

Corre la última década del siglo XIX en la vieja América de la conquista agrícola y ganadera. La caza de búfalos y otras especies se extiende por doquier, y se ha convertido de hecho en una práctica obsesiva y criminal. Ello priva de alimento a los lobos; a ellos, legítimos y ancestrales moradores de aquellas vastas tierras.

Siempre fue harto difícil nadar y guardar la ropa, y esto no ha cambiado ni para los compositores de baladas chulas

Declara Víctor Manuel (cuyo abuelo fue picador, allá en la mina): “A veces se tiene la sensación de que parte de los políticos de este país quiere que se caigan al mar los que no están de acuerdo con ellos. Espero que los catalanes no piensen que todos somos de Vox, igual que yo no pienso que todos los catalanes son ultranacionalistas y que desean lo peor para España".

Se me ha metido en la cabeza que a ninguno de los partidos políticos que forman gobierno les interesan tanto los animales como quieren transmitir

Leo en las redes ―nunca mejor etiquetada esta maraña― que ya no se podrán tener determinados animalitos en casa cuando quede aprobada la popularmente conocida como Ley de Bienestar Animal (LBA). Y acompaña el comentario, o incluso la noticia en prestigiosos periódicos, la fotografía de una anciana acariciando a un perrillo, o hablándole a su querida cotorra, quien seguro le responde, encantada de la conversación.

Multitud de comportamientos son etiquetados como «machismo» en la opulenta sociedad actual, e incluso se han creado de la nada categorías hasta ahora inexistentes, como los ya familiares «micromachismos». Y no parece descabellado pensar que a no mucho tardar seremos bombardeados por supuestos «inframachismos», «supramachismos», «paramachismos», y todos los equismachismos que se le ocurra a la clase dominante.

Uno de los aspectos que más está dando que hablar a raíz del proceso que sigue la Ley de Bienestar Animal es si los perros usados para la práctica de la caza deben tener un estatuto jurídico diferente al resto (aquellos conocidos bajo el epígrafe de «perros de compañía»). En tal sentido, parece claro que los canes usados para cazar no se asumen ―al menos en un contundente porcentaje― como «de compañía».

Por encima de lo ofendidos que se hayan podido sentir los aquejados de tan seria dolencia ―que en cualquier caso se comprende―, echa uno de menos en el anuncio ese de los «derrochólicos» a gente como Fernando Alonso, como Pedro Sánchez, como la dupla paternofilial de los Sainz, como los hermanos Márquez, o como Laia Sanz… y quizá también a algún que otro periodista deportivo, de esos que se desgañitan cada vez que el bólido del compatriota rebasa al del extranjero.

Nunca se habló tanto en España del bienestar de los animales, y todo gracias a la ley que pretende aprobar el Gobierno en lo que queda de legislatura. Me cuesta horrores creer que, en el fondo, subyazca un sincero interés por el bienestar de los «animales no humanos».

Siento decepcionar a quien haya supuesto al leer el título del artículo que iba este de don Josep, insigne escritor catalán, denostado ahora por el independentismo pata negra (y cerebro de idéntico color). Como me disculpo ante el lector que creyera que me disponía a hablar de don Albert, artista polifacético, catalán igualmente, que pasa un poco de todo, o eso dice, quizá para alimentar su personaje calculadamente ambiguo. Nada ni de uno ni de otro.

Un loro multicolor suelta gracietas picaronas; un aterido gatito se deja secar amorosamente por su dueña tras caer «por descuido» a la piscina; un caballo camina con brioso gesto sobre una superficie de ascuas… Por lo general, no solemos reparar en la trastienda de este tipo de publicidad, quizá porque precisamente se trata de “simple publicidad”, al fin y al cabo la hermana menor de las artes escénicas. Pero trastienda la hay, sin duda.

La pasada semana estuvo protagonizada en lo personal por la pérdida de un familiar [muy] cercano. Un padre lo es, desde luego. Hacía mucho tiempo que no sufría de cerca una experiencia de este tipo. De pequeño yo creía a pies juntillas que la muerte es un esqueleto blandiendo una guadaña.

Supongo que, como sucede con tantas otras cosas, también esto va por modas. Me refiero a los llamados mercados medievales, que proliferan por doquier desde hace algunos años sin saberse ni la causa ni el porqué de tan advenediza afición, hasta el punto de que no hay población de cierta entidad que no celebre su feria anual, donde se supone se recrea con fidelidad la vida cotidiana de nuestros antepasados. 

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