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El título de Cifuentes

¿Qué clase de universitaria es Cristina Cifuentes que ni posee ni sabe dónde coño está su Trabajo Fin de Máster?
Antonio Moya Somolinos
domingo, 25 de marzo de 2018, 13:28 h (CET)

El título sobre el supuesto máster universitario de Cristina Cifuentes es algo que me importa en sí mismo un pimiento, pero no a ella. Todos los que tenemos un título es porque nos ha interesado para algo, aunque sea por pura vanidad. No creo que exista nadie que coleccione títulos como quien colecciona canicas. Todo tiene un valor en sí o un valor de utilidad.


Un título vale por lo que representa o puede representar en el futuro. Muchos políticos se han dado cuenta en un determinado momento de su vida que ante la pregunta "¿cual es tu profesión al margen de la política?, andan algo escasos de argumentos, pues antes de medrar en la política, no solo no ejercieron ningún honrado oficio, sino que no se prepararon personalmente para nada, o bien no tuvieron suerte en los estudios, o teniéndola, no hicieron ni el güevo; es decir, que antes de meterse en política, hicieron poco menos que perder el tiempo, y una vez metidos en política, lo siguen perdiendo pero de otra manera más lucrativa, esto es, medrando y maquinando.


Algunos llegan lejos, incluso sin título. Creo que todos nos acordamos de Pepiño Blanco, en cuyo curriculum figuraba que "tenía estudios de Derecho", lo cual no era mentira, pues algo había estudiado, ya que parece ser que solo había superado primero de Derecho y los interrumpió en segundo. Mala cosa es "tener estudios" en algo: quiere decir que no se han terminado.


Quizá algunos se conformen con "tener estudios" de algo. Otros no, y luchan por terminarlos. Pero una cosa es terminarlos de verdad y otra cosa es no lograr terminarlos. Me imagino que eso debe frustrar bastante. Pero ante esto caben dos posturas: O bien aceptar la verdad de que hasta que no te aprueben el Trabajo Fin de Máster eres un simple graduado, . . . o inventar la realidad.


Inventar la realidad se puede hacer de varias maneras en un caso como este. La primera es falsificando el título, cosa no muy difícil si se dispone de un ordenador, una aplicación del estilo photoshop, un tampón de caucho y poco más. De esta manera se puede colgar un buen título en el despacho de casa o del lugar de trabajo y obviamente, nadie preguntará si es verdadero o no. Al fin y al cabo, falsificar un título, desde el punto de vista del diseño gráfico, es más sencillo que fabricar billetes de 50 euros, y hay quien hace esto último con bastante éxito.


Sin embargo, falsificar un título tiene un pequeño inconveniente: que en este figura un número de registro y lleva junto a él la firma original de quien da fe de que ese título en realidad refleja el contenido de ese registro de titulaciones que está bien custodiado. Recuerdo que hace años, en un determinado ayuntamiento, un funcionario falsificó un título a su favor. Hubo quien no lo creyó y después de diversas gestiones, llegó a comprobar que tal título no se correspondía con ningún título expedido que figurase en el registro oficial de esa universidad.


También recuerdo hace muchos años, que desde un país sudamericano se expedían títulos de arquitecto superior, homologados por el Estado Español, que se obtenían matriculándose en esa escuela de arquitectura, y nada más. Eso sí, la matrícula costaba un millón de pesetas de las de entonces y la carrera duraba solo un año, no siendo necesario hacer acto de presencia en ninguna clase ni asignatura, pues el aprobado era general para todo aquel que hubiera satisfecho los gastos de matrícula.


El historiador Ricardo de la Cierva, en su libro "Las historias mentidas" desarrolló diez casos en los que los protagonistas falsificaron la historia. Los títulos falsos son un caso particular de quienes piensan que el fin justifica los medios. Quizá puede que consigan que la historia se escriba como ellos la manipularon, pero no habrán logrado vivir según la verdad. Suetonio o Livio lograron cambiar la manipulación de la historia tejida por los césares anteriores, pero podrían no haberlo logrado. Hay muchos caraduras que se irán de rositas de este mundo, cobrando dineros que nunca debieron cobrar o disfrutando de títulos que nunca consiguieron limpiamente. Allá ellos con su conciencia. Este mundo injusto se forja a base de la injusticia de cada uno.


Volviendo al tema de Cristina Cifuentes, no se si hizo ese máster o no lo hizo. Me importa un pimiento. A ella, seguro que le importa bastante más que varios pimientos. Sin embargo, a la vista de lo que he visto y sobre todo, oído en la radio, mi opinión es que eso huele a que no hizo tal máster. Y ello con base en las razones que siguen.


Oí en la radio que tras estallar la duda o perplejidad mediática por la sospecha de la inexistencia de tal título, la propia Cifuentes dijo que había estado un día entero haciendo gestiones "frenéticamente" ante los órganos administrativos de la universidad Rey Juan Carlos para que le expedieran un certificado en el que se asegurase que sí hizo el controvertido máster.


A mí esto me causa perplejidad, porque si yo me hubiera visto en el lugar de Cristina Cifuentes y alguien hubiera dudado de mi condición de arquitecto, en primer lugar, no habría acudido a la universidad Politécnica de Madrid, en segundo lugar, no habría llevado a cabo ninguna actividad, ni histérica ni frenética, ni habría mostrado prisas de ningún tipo. Y en tercer lugar, lo que habría hecho es sacar mi título de la carpeta de mi casa en la que lo tengo guardado y lo habría exhibido. Simplemente.


Vamos a suponer (que ya es suponer) que hubiera extraviado mi título. Tampoco habría actuado con ningún frenesí, ansiedad, angustia o desesperación. Simplemente habría hecho una instancia a la universidad exponiendo el extravío de mi título y solicitando copia nueva del mismo. Como mi título EXISTE, no tengo prisas en nada, y si pido una copia, a partir de ese momento yo ya habré hecho lo que está de mi mano, quedando en ese momento la pelota en el tejado del organismo que generó el título original.


Quiero decir, que para una persona normal como yo, lo importante no es que los periodistas vean el título lo antes posible, sino, simplemente, que este exista. Por eso, el comportamiento de Cristina Cifuentes me pareció muy sospechoso en este punto.


Después de un día frenético de gestiones, Cristina Cifuentes consiguió un certificado de la Universidad Rey Juan Carlos en el que media docena de cargos de la misma certifican que hizo el referido máster y que obtuvo una calificación en el TFM de 7,5.


Inmediatamente obtenido ese certificado, a la presidente de la Comunidad de Madrid se le llenó la boca de lo que tenia en el subconsciente: avisó de las responsabilidades en que hubieran incurrido esos altos cargos de la universidad en el hipotético caso de que hubieran certificado en falso. Razonamiento de Cifuentes: Es así que esos señores jamás serían tan inconscientes ni tan temerarios como para cometer un delito de ese calibre, luego lo que han certificado no puede ser falso sino verdadero, esto es, que ella hizo el máster y sacó un 7,5.


Sin embargo, este razonamiento no es tan simple. Aunque hace muchos años que no vivo en Madrid, y aunque no dudo de la categoría intelectual de muchos profesionales universitarios, también es verdad que, en las universidades, como en otros ámbitos de la vida, se puede decir eso de "dime con quién andas y te diré quien eres". Lo digo porque en Madrid, y en todas partes, cada universidad tiene una orientación: La Universidad Loyola de Andalucía es a los jesuitas, como la Francisco de Vitoria a los legionarios de Cristo, como las del CEU a la ACdP o como la de Navarra al Opus Dei.


Los precedentes ejemplos hablan de orientaciones de tipo religioso, pero en la comunidad de Madrid, y dentro de esta, las universidades públicas, también tienen sus tendencias políticas, y todo el mundo sabe que mientras que la Carlos III es más proclive a la izquierda y al PSOE, la Rey Juan Carlos (en donde presuntamente hizo Cristina Cifuentes su máster) es más de derechas y próxima al PP, el cual lleva un montón de años en el gobierno autonómico.


Me hubiera extrañado que Cristina Cifuentes hubiera cursado su máster en la Carlos III, pero no me extraña nada que lo haya hecho en la Rey Juan Carlos cuando Esperanza Aguirre o Ignacio González eran presidentes de la Comunidad de Madrid y ella iba ganando posiciones políticas en el partido de estos dos.


Tampoco me extaña nada que la actual presidente de la Comunidad de Madrid tarde solo un día, aunque sea "frenético" en conseguir un certificado para ella misma. Otros hubieran tardado varios meses, pero no quien ostenta cargos institucionales y del PP en la Comunidad de Madrid como ella ostenta.


Lo que sí me extraña es que haya acudido a la vía de pedir (¿ordenar?) a quienes están, directa o indirectamente, bajo su influencia política un certificado en el que esas personas quedan comprometidas, en vez de exhibir su título de máster, si es que lo tiene, de la misma manera que haríamos los demás españoles de a pie, sin montar tanto follón. No voy a decir que quienes le han expedido ese certificado lo han hecho en nombre de la santa obediencia, pero tampoco tengo muy claro qué les hubiera pasado, de modo diferido (la venganza se sirve fría), si se hubieran negado a ello en el supuesto de que fuera falso que Cristina Cifuentes tuviera por derecho esa titulación.


Como quiera que "lo que hubiera pasado" es algo que no ha pasado, el párrafo anterior es puro ejercicio mental, o sea, aire. No obstante, todo esto es muy sospechoso.


Pero lo que ya resulta inquietante es lo que oí en la radio a continuación. Una vez que Cristina Cifuentes exhibió ese certificado de la universidad Rey Juan Carlos, se le preguntó algo tan sencillo como "¿dónde está ese Trabajo Fin de Máster?". A lo que ella respondió: "No lo se. Pregúntenles a los de la universidad. Ahí debe estar archivado".


Esta respuesta tiene su enjundia. Un verdadero universitario jamás habría respondido así. Después de 36 años, yo recuerdo perfectamente no solo el nombre de mi Proyecto Fin de Carrera, sino que lo recuerdo plano a plano. Y no solo lo recuerdo, sino QUE LO TENGO BAJO MI POSESIÓN, porque para cualquiera que tenga alma de universitario, un PFC, un TFM, una tesina o una tesis doctoral SON ALGO QUERIDO.


Es más, en los tiempos en que vivimos, en que está tirado de precio hacer copias en papel de los TFM, cualquiera tiene a su alcance entregar una copia más para que se la devuelvan sellada. Es verdad que en mis tiempos, una vez corregido el PFC, nos daban a los alumnos un tiempo para recuperarlo. ¿Quien no lo recuperaba? NADIE. Todo el mundo quería tener en su posesión el trabajo que le había abierto las puertas a la profesión de arquitecto.


¿Qué clase de universitaria es Cristina Cifuentes que ni posee ni sabe dónde coño está su Trabajo Fin de Máster? Ese desapego contrasta con el entusiasmo que mostró mi hermano hace años cuando preparó su TFM y con la alegría que tuvo al culminar el mismo. No me imagino a mi hermano diciendo que no tiene ni puta idea de dónde está ese TFM y que pregunten al archivero de la universidad que se lo expidió.


Ese desapego (hago abstracción de las personas) solo cabe como consecuencia de una de estas tres posibilidades: O ese TFM no existe, o alguien se lo ha hecho y el alumno solo lo ha firmado, o el alumno es un verdadero acémila intelectual en quien la universidad no ha dejado el más mínimo rastro de amor a la sabiduría.

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