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Opus Dei: Comentario crítico a una carta (II)

Antonio Moya Somolinos
viernes, 8 de junio de 2018, 07:13 h (CET)

Trato de comentar la carta que el prelado del Opus Dei, Fernando Ocáriz, ha enviado a los miembros de la prelatura el pasado 9 de enero de 2018. Empecemos viendo a quién va dirigida, para después enunciar las coordenadas en que se mueve.


El saludo inicial dice así: "Queridísimos: que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos". Aunque este saludo parece referirse solo a quienes pertenecen al Opus Dei, el hecho de colgar una carta así en la página web institucional, da a entender que, aunque no se diga expresamente, se pretende que la carta la lea "alguien más". A nadie se le ocurre enviar una carta a un familiar y colgarla en una página web que van a visitar miles de personas. En una palabra, que Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei, quiere decir algunas cosas a los miembros del Opus Dei, pero "sobre todo", parece muy interesado en que "otros" conozcan lo que él dice a los del Opus Dei ¿Quienes son "esos otros"?

A simple vista, todo el que visite la página web, los cooperadores, los simpatizantes, los curiosos.


Bien, pero todos ellos sirven para disimular y envolver ese "otro", verdadero destinatario, no mencionado expresamente, que no es sino el Vaticano, término que engloba a mucho personal de curia, pero sobre todo a una persona: el Papa. En mi opinión, hay un interés específico por parte del prelado del Opus Dei en que el Santo Padre lea esta carta y vea lo que, como prelado, les dice a los miembros del Opus Dei.


Evidentemente, la cuestión de fondo no es esa. Lo que habría que preguntarse es si esta carta coincide con la praxis habitual que se vive en el Opus Dei o es un simple postureo para quedar bien ante el Papa, con independencia de que, "puertas adentro", se haga otra cosa o incluso lo contrario.


Para todo aquel que conozca esta institución, pesan mucho contra el Opus Dei aquellas palabras de Jesucristo, "por sus obras los conoceréis". La constante incoherencia institucional entre lo que se dice y lo que se hace en el Opus Dei, desacredita a Ocáriz. Sus palabras sobre la libertad son equivalentes a una alcahueta predicando la castidad desde un burdel.


La carta de Ocáriz sobre la libertad hay que entenderla en un CONTEXTO en el que se advierten DOS COORDENADAS: La primera es la profunda crisis institucional en que se ve sumido actualmente el Opus Dei. La segunda es el sínodo de obispos, que ya está a la vista, convocado por el Papa para octubre de este año, sobre el discernimiento vocacional en la juventud.


Leyendo las primeras líneas de la carta de Ocáriz con una visión acrítica podría entenderse que el motivo de la misma es que al prelado le ha dado por reflexionar y escribir un poco acerca de la libertad, que es el tema monográfico de la misma. Quizá otros piensen que la misma es fruto de su oración personal o que el Espíritu Santo le ha llevado a altos vuelos místicos, como en esos cuadros de Santa Teresa de hace siglos en los que esta, con expresión medio enajenada y la pluma en la mano, se dispone a comunicar, al dictado y por escrito, las más altas experiencias de la vida contemplativa.


Vaya por delante que soy hombre de fe y creo firmemente que Dios es Señor de la historia, que es providente, que nada sucede sin su Voluntad o sin su consentimiento, que guía nuestros pasos respetando nuestra libertad, etc. Pero no creo ni en los milagritos ni en los iluminados. Me bastan y me sobran los milagros del Evangelio para creer lo que nos ha revelado Jesucristo y lo que la Iglesia nos enseña. Y punto.


En mi opinión, las dos coordenadas mencionadas, no son dos interpretaciones de nada, sino dos hechos tercos que que no se pueden eludir, aunque se quieran ocultar. Empezamos con el primero. Analizando esta primera coordenada vamos a estar bastantes días.


El Opus Dei atraviesa desde hace muchos años una crisis institucional profunda y poliédrica que tiene su origen en los tiempos del fundador, san Josemaría Escrivá de Balaguer.


En primer lugar podemos mencionar la chapuza institucional que supone la forma jurídica actual de la institución, fruto de la incompetencia del fundador como jurista, de su auto-consideración mesiánica y grandilocuente (probablemente, por padecer trastorno narcisista de la personalidad, según los expertos. Ver: 

http://www.opuslibros.org/libros/marcus_trastorno.htm ), de su carácter cerril, típico de los maños más rancios y primarios de antaño; de su incapacidad casi física para escuchar, de su falta de cultura y sensibilidad para darse cuenta de la ubicación del mundo en que vivía, y de su casi total "miopía" histórica para "ver" algo más allá de sus narices en lo relativo a discernir las cosas permanentes y las cambiables para entender el mundo en perspectiva.


No voy a dudar que Dios, sin tomar como necesario el recurso a milagritos, le inspirase el carisma de promover la búsqueda de la propia santificación y de la de los demás a través de las tareas ordinarias y del trabajo profesional. Hay datos acerca de otras muchas personas que sintieron inspiraciones parecidas en los mismos tiempos en que se fundó el Opus Dei y desde dos siglos antes. No es nada extraño. Cualquiera que sepa algo de historia del cristianismo puede entender con naturalidad que esto forma parte de los signos de los tiempos y de la guía ordinaria que el Espíritu Santo hace de la Iglesia a lo largo de la historia.


Podía san Josemaría Escrivá haber fundado una asociación internacional de cristianos, perfectamente encajable en el derecho de la Iglesia, con unos sencillos estatutos, fáciles de reformar en el futuro, que dejaran claramente expresado el carisma fundacional, que al fin y al cabo, es lo único con vocación de permanencia.


Pues no. San Josemaría se empeñó en sostener que lo que él había "visto" no encajaba en nada del derecho de la Iglesia existente en ese momento. Y tras remover durante varios años Roma con Santiago, consiguió que el Papa creara una nueva forma jurídica a su medida, los institutos seculares, y que el Opus Dei pasara a ser el primer instituto secular de la Iglesia. Hablamos de finales de los cuarenta del siglo pasado.


Como es lógico, hubo a partir de entonces otras realidades eclesiales que, ante la nueva forma jurídica, vieron que esta podría ser también la suya, por encajar bien con su carisma, y pidieron ser admitidos como institutos seculares también. Y fueron admitidos.


Mala cosa, porque San Josemaría vio en ellos unos compañeros que no le gustaban, porque según él, no tenían la condición de la secularidad, y entendió que su presencia dentro del paquete de los institutos seculares podría desfigurar la secularidad prístina del Opus Dei que él había visionado.


En una palabra, vio que ahí, no es que hubiera una manzana podrida, sino que todas menos la suya eran podridas, ante lo cual, volvió a remover Roma (sin Santiago) para que le cambiaran otra vez al Opus Dei la forma jurídica. No se le ocurrió pensar que, teniendo el propio carisma asegurado en los propios estatutos, lo fundamental estaba asegurado, aunque hubiera que retocar aspectos puntuales en el futuro. Entendió que la presencia de otros era incompatible con sus ocurrencias.


Aquellos forcejeos cristalizaron en el documento Presbiterorum Ordinis, en tiempos del Concilio Vaticano II, en el que forzó de nuevo a crear otra figura jurídica, las prelaturas personales, una vez más a la medida de sus deseos, que no eran otros que los de hacer del Opus Dei una circunscripción eclesiástica dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia a imagen y semejanza de la abadesa de las Huelgas, cuyo poder cuasi episcopal le había fascinado años atrás, cuando estuvo en Burgos durante la guerra civil española, y que le sirvió para hacer una supuesta tesis doctoral en Derecho, cuyo tribunal presidió un amigo suyo, Fray José López Ortiz, obispo de Tuy-Vigo.


Después del concilio, fue insistiendo en esta línea ante Pablo VI, pero murió en 1975 sin conseguir su propósito, ya que Pablo VI lo veía un despropósito. Más tarde murió Pablo VI. Algo de tiempo después, Alvaro del Portillo, sucesor del fundador, retomó la cuestión, ya con Juan Pablo II, y el 28 de noviembre de 1982 dicho Papa transformó el Opus Dei en prelatura personal, nombrando prelado a Álvaro del Portillo.


En los meses siguientes sucedió algo trascendental que prácticamente nadie del Opus Dei sabe. Me refiero a que durante el mes de diciembre de 1982 y casi todo enero de 1983, Álvaro del Portillo llevó a cabo una frenética labor de pasillo en el Vaticano, pues estaba próxima la aprobación y promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico que iba a sustituir al de 1917.


Cualquiera que quiera hacer verdaderas reformas, sabe que si estas no cristalizan en leyes, no valen absolutamente para nada. Esto lo saben perfectamente todos los políticos. Y en la Iglesia pasa lo mismo en este aspecto. En una ocasión, un amigo mío me decía en broma, que había publicado menos artículos periodísticos que yo, pero que una vez había conseguido publicar en el BOE, "que es donde únicamente vale la pena publicar en esta vida".


Esto lo sabía perfectamente Álvaro del Portillo. ¿Qué pretendió entre el 28 de noviembre de 1982 y el 25 de enero de 1983, en que San Juan Pablo II promulgó el nuevo Código? Pues algo tan trascendental para el Opus Dei como que las prelaturas personales aparecieran en el nuevo Código dentro del capítulo destinado a la Estructura Jerárquica de la Iglesia. No olvidemos que entonces (y ahora) el Opus Dei era la única prelatura personal existente en la Iglesia Católica.

Entre los canonistas vaticanos había oposición a esta pretensión, porque parecía algo surrealista, dado que el Opus Dei era una institución cuyo origen era resaltar un determinado carisma, y no formar parte de la sucesión apostólica ininterrumpida desde que Jesucristo constituyera apóstoles a los doce. En una palabra, que entender como integrante de la estructura jerárquica de la Iglesia a una institución nueva cuya razón de ser es la de responder a un determinado carisma, suponía algo así como enmendarle la plana al mismísimo Jesucristo, o como decir que cuando eligió a los doce apóstoles, se le olvidó incluir en la lista a san Josemaría Escrivá de Balaguer.


Ante tal disparate, el mismísimo cardenal prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, se vio obligado a intervenir de un modo inusual: Emitió un voto particular poniendo en evidencia el gravísimo daño que se causaría a la Iglesia con ello, oponiéndose de modo educado pero tajante, argumentando que si se incluyeran las prelaturas personales dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia, dicha estructura jerárquica se quebraría, y se derivaría de ello un grave daño a la Iglesia.


El Papa san Juan Pablo II, a pesar del trato de favor que siempre tuvo hacia el Opus Dei, terminó por hacer caso al cardenal Ratzinger, quien a pesar de que entonces tenía solo 55 años, ya poseía un enorme prestigio como pastor y como teólogo. Se puede decir que fue en aquel momento cuando se dio en el Opus Dei la primera frustración seria en su afán de poder dentro de la Iglesia.


No eran vanos los temores de muchos obispos, que entre 1979 y 1982 habían advertido al Papa del peligro que suponía erigir el Opus Dei en prelatura personal, por cuanto veían que este quería convertirse en una especie de "Iglesia paralela".


La cosa quedó ahí, y ahí está actualmente. Las prelaturas personales quedaron reguladas en los cánones 294, 295, 296 y 297 del CIC promulgado por Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, en el Libro 2 (Del Pueblo de Dios), pero en la Parte 1 (De los Fieles Cristianos), en vez de en la Parte 2 (De la Constitución Jerárquica de la Iglesia). En la Parte 1 se incluyen también las Asociaciones de Fieles, mientras que en la Parte 2 se trata de la figura del Papa, de los obispos, de los cardenales, de la curia, de los nuncios, etc., es decir, de quienes tienen en la Iglesia "mando en plaza", que es lo que le gustaba a san Josemaría desde que conoció el poderío que antaño ostentó la abadesa de las Huelgas. Por esta vez, salió mal el copia y pega.


Lo que acabo de exponer nos sitúa en la primera de las coordenadas que hay que tener presentes al leer esta reciente carta del prelado del Opus Dei. La crisis institucional del Opus Dei hay que entenderla tomando partida en este episodio. Seguimos mañana.

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