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Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXII)

San Josemaría no tenía la más remota idea de lo que es el discernimiento
Antonio Moya Somolinos
viernes, 29 de junio de 2018, 06:29 h (CET)

En el foro de estos artículos hay quien ha recordado ese episodio de la vida de san Josemaría en el que este tuvo dudas sobre si lo que estaba llevando a cabo era algo de Dios o no. Creo recordar que fue en unos ejercicios espirituales en Segovia, hacia el año 1933. Ante esa duda, san Josemaría le dijo a Dios aquello de "si tú no quieres la Obra, destrúyela ahora mismo".


En uno de los próximos artículos tengo pensado hablar algo relacionado con esto, distinguiendo entre carisma e institución, ya que parece que el primero que no sabía distinguir esto era el mismo san Josemaría. El Opus Dei, como cualquier institución de la Iglesia que responda a un carisma, es una obra humana con un carisma divino. Las instituciones de la Iglesia que responden a determinados carismas podrían existir o no existir. De hecho, nacieron en un momento determinado de la historia de la Iglesia, luego no son estrictamente necesarias, porque en los años o siglos anteriores a ellas, ni existieron ni nadie las echó de menos.


También podría mantenerse en la historia ese carisma con otra institución que tomara el relevo, como ha pasado con los Legionarios de Cristo. El mismo san Josemaría estuvo indagando, tras fundar el Opus Dei, a ver si había alguna institución que respondiera al carisma que él había visto. El que no encontrara ninguna no quiere decir que no existiera, sino que san Josemaría no la encontró, con independencia de que existiese o no.


En el Opus Dei se inculca a los miembros una distinción que no es verdadera. Se les dice que en la Iglesia hay instituciones u obras que son de Dios y otras que son "divinas", dando a entender que no son lo mismo instituciones en las que la iniciativa y el desarrollo son de un hombre, las primeras, de otras como el Opus Dei, en donde, se puede decir que Dios está "implicado" en esa institución.


De hecho, san Josemaría, en una de esas cartas que forman parte de esos 46 documentos objeto de la sentencia que hemos comentado más atrás, dice textualmente que "el cielo está empeñado en que la Obra se realice", o que "la Obra puede denominarse sin jactancia Obra de Dios", etc.


Todo esto es un error que consiste en atribuir a una parte de la Iglesia (el Opus Dei) lo que corresponde al todo (la Iglesia); supone confundir el carisma con la institución, y genera una disyuntiva que san Josemaría nunca supo aclarar: Qué instituciones son obras de Dios y cuales son "divinas" y qué es lo que distingue a unas de otras. Tampoco se comprendería cómo es posible que un Papa pueda llegar a suprimir una institución "divina" sin ofender a Dios; o lo que es lo mismo, ¿cómo es posible que tales instituciones "divinas" están sometidas al Código de Derecho Canónico, y no a lo que sus fundadores hayan estipulado, ya que por ellos hablaba el mismo Dios, con independencia de lo que diga la máxima autoridad de la Iglesia.


Un ejemplo práctico lo tenemos en un Papa (Pablo III) que aprobó la Compañía de Jesús, otro que la suprimió (Clemente XIV) y otro que la restituyó (Pío VII). ¿Quién seguía la voluntad de Dios, quién tiene razón, quién se equivocaba? Si el cielo estuviese empeñado en la Compañía de Jesús se realizase, Clemente XIV habría actuado contra Dios.


Estos problemas se les plantea a quienes ven a los fundadores de estas instituciones como unos iluminados especiales y no como simples instrumentos del Señor, que con mayor o menor acierto han dado vida a unas instituciones destinadas a hacer perdurar un carisma en el tiempo. Instituciones humanas con un carisma divino.


Si con el tiempo se ve que las disposiciones jurídicas que dejaron los fundadores de determinadas instituciones son, más una rémora que un instrumento para perpetuar lo mejor posible el carisma fundacional, lo que hay que hacer es mandar a tomar por culo esas disposiciones jurídicas e incluso esa institución y hacer algo que sea útil a la Iglesia, ya que lo característico de los carismas es que están para “edificar” a la Iglesia. Eso es exactamente lo que hizo el Papa Benedicto XVI con los Legionarios de Cristo o lo que llevó a que los Mercedarios se adaptaran a los tiempos, para servir a la Iglesia o lo que hizo Clemente XIV con los jesuitas.


Las instituciones no son lo importante. No son más que meras estructuras jurídicas. Lo importante son las personas y el carisma. El Opus Dei no es de Dios; su carisma, si, como tantos miles de carismas que hay en la Iglesia.


Dicho esto, y entendiendo que la vocación es VOCACION CRISTIANA, y que lo que vulgarmente se llama "vocación" al Opus Dei, a los dominicos, a los jesuitas, etc., no son vocaciones, sino meros modos de vivir la única vocación que hay, que es la vocación cristiana universal a la santidad, se puede entender desapasionadamente ese episodio de la vida de san Josemaría que comentamos al principio de este artículo, el cual revela que san Josemaría no tenía la más remota idea de lo que es el discernimiento.


Efectivamente, esa reacción del fundador del Opus Dei estaba muy en boga en aquellos años (y en parte hoy también) en los que un chico, por ejemplo, ante un suceso algo extraordinario de su vida, con peligro de perderla, invocaba a Dios y le prometía que, si salía con vida de aquel trance, ingresaría como religioso en alguna orden.


Un episodio así aparece descrito en una de las biografías de Álvaro del Portillo, referido a un chico, amigo de juventud, que estuvo a punto de morir en el mar.


Quienes conozcan a Unamuno, saben que este tuvo durante unos años problemas de discernimiento, y los enfocó mal. En una ocasión se dijo a sí mismo: "Voy a abrir el evangelio al azar y lo que salga, eso es lo que Dios me pide". Lo hizo y salió el pasaje que dice aquello de "ve, vende todo lo que tengas y dalo a los pobres y luego ven y sígueme".


Se asustó el joven Miguel y se dio otra oportunidad pensando que ese método había fallado por excepción aquella vez. En el segundo intento salió aquel texto que dice "Os lo he dicho y no habéis querido creerme".


Aquello creó en Unamuno una intensa angustia y unos graves problemas de conciencia y de escrúpulos, porque pensó que, al no seguir al pie de la letra lo que había leído en el evangelio, abierto por dos veces, no estaba siguiendo la voluntad de Dios para él, no estaba siguiendo su vocación, y esto le llevó a tener un gran sentido de culpabilidad y de traición a Dios.


El problema de san Josemaría en aquellos ejercicios espirituales, del chico ese en el mar y de Unamuno, es que ninguno de los tres supo discernir. En primer lugar porque ni el Opus Dei ni tampoco un instituto religioso son "vocación divina", sino un mero modo de vivir la única vocación cristiana, la cual permanece intacta se siga o no en el Opus Dei o en cualquier institución de la Iglesia.


Por tanto, no seguir a Dios en el Opus Dei o en una institución religiosa no es una traición a Dios ni a ninguna vocación. La única llamada es a ser cristianos, donde sea y como sea. La Iglesia no se agota ni en el Opus Dei, ni en los kikos, ni en los salesianos ni en ningún modo de vivir la única vocación cristiana. Gracias a Dios.


Esta idea, san Josemaría no la entendió nunca, y sus dos siguientes sucesores, tampoco. Han confundido el todo (la Iglesia) con la parte (el Opus Dei), y le han atribuido a la parte lo que corresponde al todo, creando graves problemas de conciencia, durante los 90 años del Opus Dei, a una gran cantidad de personas que inicialmente se hicieron del Opus Dei y, tras un discernimiento, vieron que ese no era su sitio dentro de la Iglesia, dentro de la vocación cristiana.


Tampoco tenía ni idea san Josemaría acerca de cómo actúa el Espíritu Santo, que lo hace "por donde quiere", esto es, imprevisiblemente, y no como se lo planificase él.


San Josemaría le dijo a Dios: "si la Obra no es tuya, destrúyela".


Como resulta que el Opus Dei no se destruía, sino que por el contrario, había quien pedía ser admitido en la institución, con un razonamiento propio de acémila, sacó la conclusión de que la Obra era divina. ¿No se le ocurrió pensar que cabía la posibilidad de que el Señor no quisiera destruir el Opus Dei, pero que tampoco eso significaba biunívocamente que este fuera divino? Lo mismo Unamuno: "Voy a abrir el evangelio al azar, y, por cojones, lo que salga será tu voluntad para mí". ¿Cómo puede haber gente con tan poco talento?


Tanto uno como otro se creían que tenían potestad para planificar al Espíritu Santo y decirle lo que tiene que hacer.

Malos razonamientos de uno y otro. A pesar de que cabía esperar de ellos que tenían cierta inteligencia, fueron capaces de sendas simplezas que nada tienen que ver con el discernimiento, pues ni el Opus Dei es divino ni la voluntad de Dios tiene que venir por cojones a través del gesto de abrir el evangelio al azar o de esperar a ver si el Opus Dei se destruye o no. El Espíritu sopla por donde quiere. Por nuestra parte, lo único que podemos hacer es intentar escucharle, pero es una gilipollez pretender marcarle las pautas.


Tanto una cierta pujanza del Opus Dei puede ser interpretada como algo positivo, como una cita del evangelio puede ser tenida en cuenta para el discernimiento. Pero este es otra cosa. No podemos meter a Dios en la lámpara de Aladino.

Ya hablaremos en próximo artículo sobre los carismas y sobre la vocación. Baste por ahora insitir en que, gracias a Dios, la Iglesia no se agota en el Opus Dei. El camino no es el Opus Dei, es la Iglesia, aunque los del Opus Dei piensen otra cosa y se examinen semanalmente acerca de “la fe, la pureza y la vocación”, entendiendo esta última en un sentido equivocado y reduccionista, pensando que responden bien a su vocación cristiana en la medida en que cumplan bien las normas y reglamentos del Opus Dei, aunque muchos se pasen la caridad por el forro de los cojones.


Desde hace bastantes años dejé de creerme esa milonga de san Josemaría. Tengo que reconocer que no fui ni mucho menos el único del Opus Dei que no se creía las patrañas del “rejalgar” de san Josemaría. Hace ya varios años, hablando con un sacerdote numerario del Opus Dei que tenía una mente abierta (no parecía “hijo” de san Josemaría), me expresó lo que acabo de decir de una manera bella que no he olvidado. Me dijo: “Yo no soy del Opus Dei; yo soy cristiano, y por tanto, hijo de la Iglesia. Pues bien, en ese árbol frondosísimo de la Iglesia, yo estoy en una pequeña rama que se llama Opus Dei. Podría incluso no tener ni nombre, pero se llama Opus Dei; es una pequeña rama de la Iglesia, nada más”.


Esta consideración me vino muy bien cuando tuve que aconsejar a algún supernumerario que estaba pensando dejar de pertenecer al Opus Dei y se debatía entre escrúpulos y sentido de culpabilidad y traición a Jesucristo. Sobre todo me vino muy bien cuando en 2013 se me acercó un numerario con el mismo problema y confidencialmente me dijo que iba a abandonar el Opus Dei, pero no me lo dijo con alegría, sino con pesadumbre.


Mi respuesta fue felicitarle por abandonar el Opus Dei.


Se quedó extañadísimo. Yo entonces, todavía era del Opus Dei.


Le respondí que le felicitaba porque estaba actuando con libertad y buscando agradar a Dios, que era lo importante, y que, por lo que me había contado, pensaba seguir haciéndolo fuera del Opus Dei, que no es ninguna vocación sino un simple modo de vivir la vocación de cristianos, debiendo cada cual, en cada etapa de su vida, encontrar el mejor modo de servir a Cristo.


El problema del Opus Dei es que va a llegar un momento en el que no les va a quedar más remedio que elegir entre Jesucristo o san Josemaría. Ese es su problema, el de un fundador divinizado, como Octavio Augusto ante Prima Porta.

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