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Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXII)

Una institución corrupta que sustenta un carisma divino solo tiene dos caminos: O des-corromperse o desaparecer
Antonio Moya Somolinos
lunes, 9 de julio de 2018, 07:13 h (CET)

Llegados a este punto, podemos preguntarnos qué ha pasado con el Opus Dei, puesto que hay quien lo conoce de hace años y tiene una impresión distinta a como es ahora. Creo que estoy en condiciones de poder intentar dar una explicación serena, crítica y constructiva.


Ante todo, lo que se percibe es que el Opus Dei es una realidad mutante que se va pisando a si misma los pies a base de contradicciones en el plano de los hechos, que son menos agudas en el plano de la teoría. El Opus Dei es una mezcla de camino a ninguna parte y huída hacia adelante, de reformas cosméticas y no de fondo, de cambio sin cambiar.


Estoy seguro de que los directores del Opus Dei de Roma no saben ahora mismo qué camino tomar, y dan bandazos, como la carta de 9 de enero de 2018, mezcla de miedo, política eclesiástica, postureo papal, autobombo, fanatismo personalista hacia el fundador, etc.


A mi modo de ver, lo que le ha pasado al Opus Dei es que se ha convertido en un monstruo sectario, ajeno al carisma inicial, por culpa de un exagerado afán de regulación jurídica, debido este a la perturbación psicológica del fundador, al fanatismo de su inmediato sucesor y a la incompetencia absoluta del siguiente.


Empiezo mi explicación, aunque algo ya he hablado sobre el binomio carisma-institución.


Como es sabido y nos cuenta san Pablo en sus cartas, en la Iglesia hay carismas, que son unos dones de Dios consistentes en ciertas especialidades del espíritu cristiano. El mensaje de Cristo es polifacético, y Dios ha querido que unos cristianos se polaricen más por la pobreza de Cristo, otros por su faceta de maestro y predicador, otros por su preocupación por los más desfavorecidos, etc.


De esta manera, a lo largo de los siglos han ido apareciendo determinados carismas, los cuales, para mantenerse en el tiempo, necesitan de una organización que defienda la pureza inicial de esos carismas y los transmita a las generaciones futuras de cristianos. Así, de esta manera, han surgido las instituciones tales como los franciscanos, los dominicos, los cistercienses, etc. La mayoría de ellos han tenido la forma jurídica de una orden o congregación religiosa. Desde hace ya tiempo, sin embargo, se percibe que el Espíritu Santo suscita carismas orientados a la búsqueda de la santidad en la vida laical.


En definitiva, primero aparece un carisma; luego, ese carisma echa a andar mediante la vida práctica de los primeros que viven ese carisma específico; y por último, se va perfilando una institución en la que quedan fijados mínimamente los perfiles de ese carisma y las reglas del juego de quienes se sienten identificados con ese carisma.


Pero ni la institución ni la forma jurídica tienen importancia en si mismas, sino para servir a la perpetuación del carisma, que a su vez tiene como razón de ser el servicio a la Iglesia, ya que como dice san Pablo, los carismas son para “edificar” la Iglesia, no para quedar ahogados en una serie de normas y reglas, ya que lo que da sentido a ese aparato jurídico es el carisma, y la forma jurídica queda vacía si no responde adecuadamente a ese carisma, si no se "apropia" de él.


El fundador del Opus Dei dijo que el 2 de octubre de 1928 "vió el Opus Dei". ¿Qué es lo que vió? A mi modo de ver, vió dos cosas: Un carisma y la necesidad de una institución que protegiese e hiciese perdurar en el tiempo ese carisma.

El carisma que identifica al Opus Dei es que todos los hombres estamos llamados a la santidad, no solo los religiosos, sino también los laicos, a través de la vida ordinaria y del trabajo profesional de cada uno. Es un carisma viejo como el evangelio; lo podemos encontrar en la historia de la Iglesia anterior a san Josemaría, muchas veces.


Esto es el carisma, y nada más. Como hemos visto antes, no es un carisma nuevo, sino que se inserta en la acción del Espíritu Santo, que rige la Iglesia, en la que desde aproximadamente dos siglos atrás, y con más intensidad en el siglo XX, se venía percibiendo, a través de otros carismas parecidos, una mayor toma de conciencia de que, no solo los curas y los religiosos están llamados a la santidad, sino todos los hombres. Son abundantísimos los pasajes de la Biblia, antiguo y nuevo testamento, en los que se recoge esa llamada universal a la santidad.


Dios reparte sus carismas como quiere, normalmente inspirándolos, sin milagritos, a personas concretas. Eso es lo que probablemente le sucedió a san Josemaría. Lo que pasa, es que al pueblo cristiano, desde siempre, le han apasionado los milagritos, y lo mismo que los judíos le pedían milagros a Jesús, hay quien parece pensar que si un carisma no va acompañado de arrobamientos, éxtasis, voces celestiales, locuciones y apariciones de santos, ahí no hay nada. A toda esa gente que pide milagros, le vendría bien recordar la respuesta de Cristo: No se les dará más señal que la de Jonás, esto es, la fe en Cristo muerto y resucitado, es decir, el kerigma, recogido en la Sagrada Escritura, del que tanto habla el Papa.


Sobre el kerigma, el Papa ha hablado mucho, desde el principio de su pontificado, insistiendo en que eso es lo fundamental. También en esa idea está el eje de la primera encíclica de Benedicto XVI, “Deus Cáritas Est”: lo esencial del cristianismo no es una doctrina, sino el encuentro personal con una Persona, Cristo. Lo esencial es encontrar a Cristo, sin que sean necesarios milagritos.


Pero el pueblo cristiano no quiere vivir de la fe, esto es, de los milagros que se recogen exclusivamente en el evangelio; sino que quiere milagritos, cosas extraordinarias, de modo que resulta inverosímil hoy día un santo que no haya tenido experiencias de este tipo.


Incluso la Iglesia, como ya hemos comentado en alguna entrega anterior, para beatificar o canonizar a un siervo de Dios, pide un milagro, justo lo contrario de lo que quería Cristo. Así están las cosas.


San Josemaría también era amigo de estas ñoñerías.


Ni se, ni me importa lo más mínimo, si a san Josemaría se le apareció el Espíritu Santo o san Beda el venerable. Y a él tampoco le tenía que haber importado nada, pues caso de ser cierto que experimentara visiones o lo que sea, lo primero que debía haber hecho es poner en duda esas visiones porque podrían haber sido sugestiones suyas.


En caso de que hubiera tenido pruebas de que tales visiones o milagros eran reales, debería haberse callado, pues al tratarse de revelaciones particulares, solo le tenían por destinatario a él, y no a los demás, ya que ningún cristiano está obligado a creer en las revelaciones particulares que Dios haga a otra persona, pues son dones de Dios exclusivos para esa persona, para fortalecerla en su fe, en su esperanza, en su amor a Dios y al prójimo. Y nada más.


Sin embargo, nada de eso hizo san Josemaría, sino que en un alarde de ombliguismo, se dedicó a escribir sus "experiencias místicas" de todos esos años. Y para dárselas más de interesante, años después, según él mismo cuenta, destruyó los cuadernos de notas correspondientes a los años 1928 y 1930, es decir, los cuadernos que presuntamente relataban la fundación del Opus Dei y de la rama femenina del Opus Dei.


Un truco muy burdo: Destruyendo esos cuadernos, despertó todavía más el interés y la curiosidad por las supuestas experiencias místicas vinculadas a la fundación del Opus Dei. A partir de ahí, todo quedaba trillado. Por eso, muchas veces san Josemaría decía que el Opus Dei no lo había fundado él, sino Dios. Con esto, envuelto en un halo de misterio, hizo confundir a la gente del Opus Dei el carisma con la organización por él fundada. Mi opinión es que este modo de actuar es, ante todo, una falta de honradez con Dios, pues los dones privados, deben quedar como privados entre sus protagonistas.


Esta confusión se viene arrastrando en el Opus Dei desde el inicio, al entender divinizada una institución de la Iglesia, cuando la única institución divina es la propia Iglesia fundada por Cristo, siendo absolutamente errático confundir la parte con el todo, y atribuir a la parte (el Opus Dei) lo que solo corresponde al todo (la Iglesia).


Era muy acertada la crítica de bastantes obispos, principalmente españoles, durante el tiempo en que se gestó el cambio de forma jurídica del Opus Dei, de entender el Opus Dei como una “Iglesia paralela”, pues desde siempre se ha atribuido el Opus Dei un carácter divino que solo la Iglesia posee.


Ni siquiera diciendo que “el Opus Dei es una parte de la Iglesia” se justifica una atribución a esta organización de un carácter divino. La historia de la Iglesia nos habla de partes de la Iglesia que han desaparecido, como por ejemplo, la orden de los templarios. Y no pasa nada; la Iglesia sigue. Ninguna parte es necesaria. Lo único que permanecen son las instituciones eclesiásticas de derecho divino. Los carismas sobrevenidos a lo largo de la historia y que han dado lugar a instituciones, pueden desaparecer con el tiempo, según el plan de Dios.


Como bien sabemos por santo Tomás de Aquino, Dios actúa a través de causas segundas en la historia, no directamente. Dios es Señor de la historia, pero respeta siempre el curso de la historia dado por la libertad del hombre. El Papa Benedicto XVI, en su libro sobre Jesús de Nazaret, al tratar el tema de la concepción virginal de Cristo, tras repasar diversas hipótesis a favor y en contra, se decanta por la opinión de que Cristo fue concebido virginalmente, y da un argumento interesante: Según su opinión, la Encarnación y la Resurrección de Cristo, por ser dos momentos excepcionales en la Redención, requerían una intervención directa de Dios, no una simple causa segunda; de modo que la concepción virginal de Cristo debe entenderse como parte del fundamento de la fe.


A la vista del ejemplo que acabo de poner, resulta ridículo que, como decía el fundador del Opus Dei, "el Cielo está empeñado en que la Obra (el Opus Dei) se realice", o que "mientras existan hombres sobre la tierra, existirá el Opus Dei".


Estas afirmaciones suponen equiparar al Opus Dei, poco menos que al momento de la Resurrección de Nuestro Señor. Una verdadera gilipollez propia de un perturbado que ha divinizado la organización por él fundada.


Pero lo peor no es esto, sino que lo anterior se lo creen todos los miembros del Opus Dei a pies juntillas. En los noventa años de la institución, absolutamente nadie ha osado contradecir al fundador en esto. Han confundido la fe-confianza con la fe-teologal, que solo se debe a las verdades reveladas por Dios o enseñadas oficialmente por la Iglesia y que suponen un asentimiento de la inteligencia, exigible a todo el que abrace la fe católica. Pero de ningún modo es exigible como verdad de fe (a los del Opus Dei, tampoco, en la medida en que son cristianos corrientes) lo que diga cualquier santo, pues entra dentro de las revelaciones particulares, como mucho.


Para los miembros del Opus Dei, la institución no es solo algo que haya de verse con una visión cristiana, con sentido sobrenatural, como todas las realidades de la Iglesia, sino que el Opus Dei "es divino", forma parte de la divinidad.

Se comprende que el Papa diga del Opus Dei que es una secta y que dentro del Opus Dei se tenga por gentes con poca visión sobrenatural a quienes no comulgan con la divinización de la institución y de su fundador. Se comprende así que los Estatutos del Opus Dei, redactados por san Josemaría, digan de si mismos en el epílogo que "estos Estatutos son santos, perpetuos e inviolables". A san Josemaría, al terminar de redactar los estatutos del Opus Dei, solo le faltó decir: “Palabra de Dios”.


A cualquiera con un poco de sentido del derecho, ante tal afirmación, se le plantea la cuestión de que, si en la Iglesia hemos estado 19 siglos sin Código de Derecho Canónico, y es el Código, en su versión de 1983, el que da valor jurídico a los Estatutos del Opus Dei, ¿cómo se le ocurre a alguien decir que esos estatutos son perpetuos, si de un plumazo, el Papa podría suprimirlos y hacer otros? ¿cómo se puede llamar santo, perpetuo e inviolable a unas normas de derecho positivo eclesiástico de segundo orden, aplicables solo a una pequeña parte de la Iglesia, depositaria de uno de los miles de carismas que hay en la Iglesia, que hoy existe, pero mañana podría no existir?


Solo una mente perturbada y con casi nulos conocimientos jurídicos podía decir estas tonterías. Y lo verdaderamente insólito es que muchos miles de personas le hayan seguido en esas memeces.


El fundador del Opus Dei demostró tener muy pocos conocimientos jurídicos y poco conocimiento de la historia, magistra vitae, que diría Cicerón: ¿Cómo explicaría san Josemaría la disolución de la Compañía de Jesús el 21 de julio de 1773 por el Papa Clemente XIV? ¿tan difícil es entender el pasaje de san Pablo en el que habla del tesoro que llevamos en vasijas de barro? El tesoro es el carisma, que es divino; y las vasijas somos nosotros y las instituciones humanas que sustentan los carismas. No podemos confundir el tesoro con el recipiente, a no ser que seamos unos perturbados.


A la vuelta de los años se ve que las sospechas acerca del Opus Dei como “Iglesia paralela” eran fundadas, y que no ha sido ni es poco el esfuerzo de Benedicto XVI y Francisco para reconducir a esta organización claramente sectaria que no deja de divinizar a su líder. Vuelvo a recomendar que el lector vea en Youtube el video de Les Luthiers sobre Warren Sánchez. Quizá, esa visión surrealista de una secta sea más convincente que los razonamientos.


El problema del Opus Dei es un problema netamente institucional y fundacional. El problema del Opus Dei arranca de los primeros años de su fundación. Conozco bastante bien la historia del Opus Dei. A mi modo de ver, sus mejores tiempos fueron los de la chocolatería El Sotanillo, en la calle Alcalá de Madrid.


Por entonces, el Opus Dei lo formaban media docena de personas, todo ilusión, todo sueños, ningún reglamento; puro carisma. Como eran más pobres que las ratas, ni siquiera tenían un mal local propio para reunirse, y lo hacían en la chocolatería El Sotanillo.


Luego ya vino la estructura, lo jurídico, las normas, los corsés, la equívoca interpretación del carisma por parte de san Josemaría, estudiantillo mediocre de derecho pocos años atrás, con nula experiencia de la vida, poca formación en historia, con probable trastorno narcisista de la personalidad.


Más tarde llegó la complicación de la estructura con otras estructuras aledañas que jurídicamente no pertenecen al Opus Dei, pero que este controla totalmente. Todo ello les ha llevado a manejar directa o indirectamente muchísimo dinero y muchísimo poder: Inmuebles, empresas, fundaciones opacas, universidades, cadenas de centros educativos, equipamientos sanitarios, entidades financieras, etc.


Cualquiera que conozca algo la historia de la Iglesia sabe que lo que ha sido la ruina de determinadas instituciones de la Iglesia, ha sido siempre el dinero, la riqueza, el poder, y en último término, la mundanidad. Quien maneja dinero, se mete ya en problemas y gestiones de otra naturaleza, lícitos en sí mismos, pero inoportunos en una institución cuyo carisma es otra cosa y cuya dedicación debería de orientarse de otro modo menos mundano y más espiritual.


Y junto a lo anterior, la historia de la Iglesia nos enseña que la reforma de la Iglesia o de las instituciones siempre ha venido por alguien que ha devuelto a la Iglesia o a esas instituciones a la pobreza evangélica original. Pienso en la orden del císter o en san Francisco de Asís, incluso en Lutero, pues aunque este se equivocara más tarde y se dejara embaucar por los príncipes alemanes, su protesta inicial estaba justificada por la grave corrupción del Papa y de la Iglesia desde hacía ya mucho tiempo, convertido el vicario de Cristo en un príncipe mundano sin escrúpulos y sirviendo de continuo escándalo a todo cristiano que de verdad quisiera amar a Cristo.


El Opus Dei es hoy una enorme estructura que absorbe energías de una gran cantidad de miembros. Es una gran agencia de colocación que tiene cogidos por los güevos a una gran masa de gente, un caballo desbocado que dejó atrás el carisma hace mucho tiempo. Un verdadero problema para el propio Opus Dei y para la Iglesia, un monstruo incontrolable.


Cuando una institución de la Iglesia ya no sirve al carisma que es su razón de ser, es una institución corrupta, aunque sea “una parte de la Iglesia”. También el Señor les recordó a los doctores de la ley que “Dios puede sacar de estas piedras hijos de Abraham” (Mt.3, 9). Como dice Alberto Moncada en una cita que recogí más atrás, no basta la teoría o la doctrina que se sirva de puertas para adentro; también hay que mirar el comportamiento de las instituciones, porque ese comportamiento dice también lo que son.


El Opus Dei tiene, desde casi el origen, un problema institucional grave. Quienes tienen que resolverlo son ellos mismos, y no saben o no se atreven, porque para ellos, la reforma supone una cierta traición a san Josemaría, al confundir, como él, carisma con institución. Pero llegará un momento en el que tendrán que optar por san Josemaría o por Jesucristo.


El problema del Opus Dei es también un problema de humildad colectiva, institucional. Desde los tiempos de san Josemaría, siempre se han creído el ombligo de la Iglesia, algo parecido a lo que les pasa a los sevillanos respecto a Andalucía, cuando la realidad es que son un grupo más, una pequeña rama más dentro del frondoso árbol de la Iglesia; prescindibles, como las demás ramas; casi, casi, los últimos en llegar, si miramos a otras instituciones varias veces centenarias como los franciscanos, los cistercienses, los jerónimos, los jesuitas, etc.


El Opus Dei, como decía un amigo mío sacerdote, necesita una purificación parecida a la que proponía san Pablo a los de Tesalónica: "No extingáis el Espíritu, no despreciéis las profecías. Probadlo todo, quedaos con lo bueno, absteneos del mal".


Las estructuras jurídicas pueden ayudar a funcionar, pero es difícil cambiarlas, pues la estructura llega a ser la cárcel de quienes habitan en ella. El anterior prelado del Opus Dei repetía mucho a los miembros de la organización: "El Opus Dei está en vuestras manos".


Esa afirmación era totalmente mentira: El Opus Dei nunca ha estado en manos de los supernumerarios o agregados y numerarios anónimos. El Opus Dei siempre ha estado, y está, en manos de los directores del consejo general, de las comisiones regionales y de las delegaciones, que son quienes lo gobiernan, como cualquier organización. Y sobre todo, siempre ha estado en manos del prelado, aunque este, en el supuesto de que quiera hacer alguna reforma, se vea parcialmente atado por los sectarios o fanáticos de la organización que tenga alrededor. Más o menos esto es lo que le pasó al padre Arrupe cuando quiso modificar algunos puntos de las Constituciones de los jesuitas y salió escaldado.

¿Es el Opus Dei un camino de santidad? Por supuesto que sí, pero no por ser Opus Dei, sino por ser Iglesia, y mientras lo sea. ¿Es el Opus Dei una familia? Sí en la medida de que la Iglesia es la familia de Dios y el Opus Dei es parte de esa familia, y mientras lo sea. Pero no por ser el Opus Dei una familia, sino por serlo la Iglesia.


Ahora bien, una institución corrupta que sustenta un carisma divino solo tiene dos caminos: O des-corromperse o desaparecer. 

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