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Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXV)

El mayor enemigo del Opus Dei es la conciencia personal, rectamente formada
Antonio Moya Somolinos
viernes, 13 de julio de 2018, 07:15 h (CET)

Vamos a ver hoy el asunto de la independencia de los numerarios, asunto importante, pues sobre ellos descansa el gobierno y la formación de los demás miembros del Opus Dei. Los numerarios, hemos visto que son, algo así como una orden religiosa, sin serlo, incrustada en una asociación de gente casada que vive más o menos en el mundo. Pero unos religiosos de los de antes, con una mentalidad antigua, de maestros sabiondos, de “formadores” de los demás.

Lo que nadie sabe, es que de un tiempo a esta parte, la formación entre los numerarios ha caído en picado, fundamentalmente porque los numerarios, antes, estudiaban, y ahora prácticamente no. El ambiente de mediocridad intelectual se palpa hoy día en los centros de numerarios. Incluso el afán de saber, de aprender, de profundizar, brilla por su ausencia.


Por otra parte, debido a que el relevo generacional de numerarios ha caído en picado, se da el caso de que actualmente, los clubs de bachilleres los suelen llevar monitores numerarios de cuarenta a cincuenta años, que se dedican a entretener a niños de trece a quince años con juegos y actividades.


Muchos de estos numerarios, o eran o han llegado a hacerse unos mediocres en lo profesional, pues se suelen dedicar por las mañanas al colegio del Opus Dei, en donde son profesores de lo que haga falta, y por las tardes, al club, a pasear niños en furgoneta y darles de vez en cuando alguna charla doctrinal acomodada a su nivel, que suele ser bajo, pues para la prelatura, parece ser que la esperanza del recambio generacional está en los niños de catorce años y medio, que pueden ser admitidos como aspirantes del Opus Dei. Patético.


Ni que decir tiene que los universitarios son un ganado al que no el hincan el diente desde hace muchos años. Cuando yo me hice del Opus Dei, lo normal eran los centros de universitarios. Los centros de bachilleres eran la excepción, y no se les permitía frecuentarlos a chicos menores de dieciséis años, de preu o cou. Con el tiempo, esos centros de universitarios han desaparecido prácticamente, excepto los colegios mayores, que también han desaparecido bastantes o se han “fraccionado” en varios centros de bachilleres o de mayores, por no decir centros “geriátricos” de numerarios.

El panorama es desolador. A la vuelta de dos décadas, la caída demográfica del Opus Dei puede ser preocupante, entre los que se están yendo, los que están muriendo y los que se están volviendo tarumbas con una dependencia psicológica grande.


Por poner un ejemplo, la última promoción de sacerdotes numerarios es de 31, justo la mitad de lo que llegaron a ser hace años. Pero de esos 31, 15 son españoles, y algunos de ellos se hicieron del Opus Dei en la década de 1995 a 2005, cuando la caída de efectivos todavía no era muy fuerte. Y sobre todo, esos que se han ordenado son los supervivientes de las promociones de numerarios de aquellos años. Solo quedan ellos.


Es decir, que en contra de lo que siempre se ha sostenido oficialmente desde el Opus Dei, que los sacerdotes numerarios son el 2% aproximado del número total de miembros, si quitamos a las mujeres, que no se ordenan, y son el 57% del total, y suponemos que hay un numerario por cada diez supernumerarios, por ejemplo, resulta que los numerarios serían aproximadamente el 4,3% del total, de los que se ordenarían la mitad aproximadamente, esto es, el 2%.


El problema es que al no haber actualmente apenas quien pida la admisión de numerario, poco a poco va a suceder que, para que haya relevo entre los sacerdotes numerarios, la única solución va a ser que se ordenen todos los numerarios de cada año. La alternativa a esto sería que cada vez se ordenen menos o que se terminen ordenando los numerarios mayorzotes, con lo que quedará en evidencia que eso de que al llegar al Opus Dei, a nadie se le saca de su sitio, es una milonga pura y dura.


Sobre los problemas demográficos del Opus Dei ya he apuntado algo en entregas anteriores y el lector puede ver hipótesis muy ingeniosas en OpusLibros. Ahora bien, se le de vueltas como sea, la realidad es que, como no se espabilen, de aquí a pocos años, los pocos numerarios que queden “en perfectas condiciones físicas y mentales” (como diría Tony Leblanc), van a ser unos expertos geriatras con dedicación exclusiva al cuidado de numerarios tarumbas, a quienes les va a ser ya imposible pasear a niños en furgoneta o decirles cosas piadosas al oído mientras juegan con ellos al scalextrix.


El origen de este problema que ya casi es imposible de ocultar, es un error fundacional. Es aberrante plantear que unos señores son laicos, cristianos corrientes como los demás, y sin embargo prever para ellos una vida como los religiosos, cuya consecuencia fundamental es la pérdida de independencia profesional y económica, que puede convertirse en algo axfisiante en el caso de que ese numerario se de cuenta de que, cuando pidió la admisión, había elementos de su decisión que estaban viciados de nulidad por falta de consciencia y conocimiento suficiente de aquello a lo que venía.

Y ya hemos visto que la libertad no viene tanto de la voluntad como del conocimiento de la verdad, de la verdad acerca de uno mismo, la cual, a los catorce años y medio, es claramente sospechosa que exista.


Hay un estudio introductorio del cardenal Ratzinger en un libro de Ediciones Palabra (una editorial controlada por el Opus Dei) sobre la atención pastoral de divorciados y vueltos a casar, en el que este, en el punto 7, habida cuenta de la naturaleza pública del matrimonio, afirma claramente el derecho de todo aquel que, en conciencia, esté convencido de que su matrimonio no es válido (por ejemplo, por falta de conocimiento, que genera libertad), de acudir al tribunal eclesiástico para que este, en un procedimiento de fuero externo, examine si se trata de un matrimonio objetivamente inválido.


Si este derecho lo tiene un hombre casado que ha recibido un sacramento ¿qué no tendrá quien ha suscrito un simple acuerdo de cooperación orgánica con una prelatura personal, con un contenido simplemente de fuero externo, pastoral, sin emitir ningún tipo de voto, ni solemne ni siquiera privado?


Por supuesto que cualquiera en el Opus Dei, no solo puede, sino que tiene derecho a indagar si su decisión, cuando pidió la admisión, fue libre o estaba viciada por falta de conocimiento que anulara la libertad necesaria en un acto así.

Y si encuentra que hubo elementos que viciaron su decisión, su obligación moral es retrotraerse en el tiempo y replanteárselo todo actuando con libertad y siguiendo los dictados de su conciencia rectamente formada, aislándose de lo que le digan los demás y poniéndose, en un ejercicio de discernimiento, cara a cara con Dios para buscar, sobre todo, hacer su voluntad.


Es una falacia lo que decía el fundador del Opus Dei: “Yo no he dudado nunca de mi vocación ni de la divinidad de mi vocación, ni vosotros debéis tampoco dudar nunca”.


Como siempre, en el Opus Dei se aplica la polisemia, por la cual, una misma frase tiene un significado para los miembros del Opus Dei, y otro distinto para el resto de los mortales. Como hemos visto en una entrega anterior, solo hay una única vocación, que es cristiana, universal y a la santidad (Efesios 1, 4). La pertenencia al Opus Dei no exige ninguna vocación, porque no lo es; es un simple modo de vivir la única vocación cristiana que existe.


Entendiendo la palabra “vocación” como sinónimo de “vocación cristiana”, no hay nada que objetar a las palabras de san Josemaría: No debemos dudar nunca de nuestra vocación cristiana, pues Dios es fiel y “no se muda”, como diría santa Teresa de Jesús.


Ahora bien, san Josemaría empleaba esta expresión identificando “vocación” con “vocación al Opus Dei”, lo cual es una falacia, al confundir el todo con la parte y atribuir al Opus Dei algo que no le pertenece, pues Dios no llama al Opus Dei, sino a la santidad, en Cristo, y a todos los hombres. El modo es lo de menos. Lo importante es seguir a Cristo, no a una secta, por muy cristiana que se considere.


Dichas estas cosas, quiero emplazar ahora al lector a que lea el estudio que le paso en el siguiente enlace ( http://www.opuslibros.org/PDF/EL_VERDADERO_ROSTRO.pdf ) titulado “EL VERDADERO ROSTRO DEL OPUS DEI”. Es un estudio buenísimo escrito por un sacerdote, que además de un título civil, es doctor en teología. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal en una diócesis española. Anteriormente fue sacerdote numerario del Opus Dei, pero logró salir de la secta.


En el referido estudio se observa un gran amor a las almas, propio del alma sacerdotal, un gran rigor teológico y jurídico, y un manejo muy competente de las fuentes, que son precisamente esos 46 libros que OpusLibros tenía colgados en la web y tuvo que retirar por orden judicial.


A diferencia de mis artículos, que son claramente más divulgativos, el estudio de este sacerdote tiene toda la pinta de una ponencia de un congreso de teología sobre sectas. No hay afirmación que no esté sustentada por una cita a pie de página reproduciendo textos que el lector comprende, al leerlos, por qué sabía tan mal a los directores del Opus Dei que estuvieran expuestos a plena transparencia en OpusLibros.


Es un estudio planteado con gran seriedad y densidad, aunque se entiende perfectamente y deja al descubierto la crueldad institucional diseñada por san Josemaría, de modo que queda de manifiesto lo inexplicable de una beatificación y canonización como la suya, aunque de ese tema hablaremos más adelante.


Una vez leído el estudio mencionado, queda evidente una cuestión: Un gran porcentaje de los numerarios, curas o laicos, carecen de independencia, no solo económica, sino interior, de conciencia, de criterio. Los protagonistas más genuinos de “Un mundo feliz” en versión Opus Dei, son los numerarios.


Los numerarios, en general, tienen la conciencia destruida, de modo que la voluntad de Dios, creen que les viene a través de lo que les dicen los directores, no su conciencia. El mayor enemigo del Opus Dei es la conciencia personal, rectamente formada. Los numerarios son verdaderos esclavos, incapaces de seguir su propia conciencia.


Esta falta de independencia interior, una de las consecuencias que tiene, es que, poco a poco, la institución les va sacando el sueldo, si lo tienen, e incluso, poco a poco, también los bienes patrimoniales, de forma aparentemente libre, pero no tal, pues se les hace creer que el Opus Dei es “su familia” a la que deben mantener, y entregar todo el dinero, como cualquier padre o madre de familia. Incluso cuando hacen donación de bienes patrimoniales, se les obliga a que firmen un papel en el que renuncian a reclamar en el futuro esa donación, si es que interiormente se arrepintieran de ello.


Poco a poco, durante la vida de un numerario se les va vaciando el patrimonio, empezando porque al incorporarse jurídicamente al Opus Dei se comprometen a renunciar de por vida al uso y usufructo de los bienes patrimoniales. En una situación así, los bienes patrimoniales al no poderlos disfrutar, solo tienen como fin donarlos. Y ahí entran los directores locales, que poco a poco van “sugiriendo” a los numerarios donaciones parciales de sus patrimonios a las labores del Opus Dei. ¿Dónde mejor iban a caer esos millones que a una “obra divina”?


La situación de un numerario a la vuelta de los años es esta: Oxidado profesionalmente al haber dedicado muchos años a labores internas de gobierno en consejos locales, sin sueldo, sin seguridad social, sin nada. Incapacitado a la vuelta de los años para ejercer la profesión que fue el objeto de sus estudios por haber estado desenganchado de ella durante muchos años. Sin haber ahorrado nada, porque “como todo buen padre de familia numerosa y pobre” ha entregado su sueldo al Opus Dei, en forma de dinero negro, año tras año, mes tras mes.


Y sin bienes patrimoniales, heredados quizá de sus padres, que le han sido extraídos, como la sangre, casi sin que se diera cuenta, hasta quedarse a cero. Eso sí, con la alabanza, explícita o implícita, de que ha “quemado las naves”, como Hernán Cortés, pero en este caso para “sacar la Obra adelante, pues ya se sabe que el Opus Dei, al manejar medios materiales, no sale adelante solo con oración, sino poniendo el hombro”.


Supongamos que a un numerario así, un buen día se le despierta la conciencia y se le ocurre la gilipollez de pensar en la verdad de su vida. Y no solo eso, sino que advierte que su decisión de hace años no fue libre por falta de conocimiento suficiente como para anular la libertad.


Ante una situación así, en el Opus Dei se establece que ese numerario debe acudir “corriendo” a contar a su director lo que interiormente le ha pasado por la cabeza para que se lo quite lo antes posible. Si no se lo consigue quitar, entonces empieza un infierno para ese numerario en el que sufre unos ataques interiores por parte de la institución, creándole problemas de conciencia, que pueden durar años y que en el menor de los casos terminan con un psiquiatra (del Opus Dei) por medio, “colaborando” profesionalmente a la “curación” de una persona así. Y en el peor de los casos puede terminar en una crueldad tal, que no son pocos los que se suicidaron.


Sí, he dicho bien, se suicidaron.


En OpusLibros hay un estudio de Alberto Moncada sobre los suicidios en el Opus Dei. Es del año 2005. En los últimos años, este fenómeno no ha hecho más que incrementarse. El enlace es este: ( http://www.opuslibros.org/escritos/suicidios_Moncada.htm ).


Hay en Internet información de otros suicidios de miembros del Opus Dei, como por ejemplo, del sacerdote numerario portugués José Afonso Guedes ( http://blogs.periodistadigital.com/humanismo.php/2015/03/21/vocacion-religiosa-suicidios-en-el-opus- ) en 2013; de Víctor (sin apellidos), en 2011 ( http://www.tercerainformacion.es/antigua/spip.php?article42158 ); del sacerdote Juan José Martí Martínez, en 2013 ( http://sinmiedoalopusdei.blogspot.com/2014/06/otro-suicidio.html ).


De todas formas, a mí, el suicidio de un miembro del Opus Dei que más me ha impresionado es el de Danilo Eterovic, que se tiró a las vías de un tren cuando llegaba este a la estación el día 5 de marzo de 2014, en Buenos Aires. ( http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=23037 ). Era sacerdote numerario, de sesenta y tantos años, el primer numerario boliviano y el primer sacerdote numerario boliviano. Este, al morir, al igual que Víctor, dejó “papeles” que “cantaban”. No comento nada; solo invito a los lectores a que lean y saquen sus conclusiones.


Si yo fuera Mariano Fazio, creo que en vez de aceptar ser el número dos del Opus Dei, habría pedido la dimisión de consiliario de la institución en Argentina, después me habría marchado del Opus Dei y creo que habría pedido ingresar en alguna orden de mucha clausura (el císter, la trapa, etc.) y me habría encerrado en un monasterio de por vida para hacer penitencia…


Voy a abandonar el mundo de los fallecidos para regresar a este.


Como es sabido, he peregrinado a Santiago de Compostela recientemente por el camino portugués. Han sido pocos días, como corresponde a mi condición de proximidad de la ancianidad. Anteayer día 11 volvimos de Santiago en autobús. Entre los cambios reglamentarios de conductor, las paradas obligatorias y los límites de velocidad, el viaje Santiago-Córdoba duró 13,30 horas, y el cuerpo no me daba para ponerme a escribir el artículo del día después de deshacer el equipaje, teniendo que madrugar a las 6,30 para volver al trabajo.


Por ello, escribo estas líneas siendo las 2,00 del día 13, y espero que hoy mismo se publiquen.


Yo creía que ostentaba el récord de ex numerario que más tiempo ha permanecido en esa secta, con mis 42 años. Sin embargo, he coincidido en la peregrinación con una chica de 67 años que se ha salido después de la friolera de 50 años en la institución.


A diferencia de lo que me pasó a mí, que psicológicamente creo que he salido bastante bien parado (al menos, si me comparo con los ilustres colegas que han arribado a la vida eterna de una manera “excesivamente decidida”, como hemos visto), esta chica está claramente en esa fase de “descompresión” que atraviesa todo ex miembro, en la que se puede decir que está como noqueado/a hasta encontrar su lugar en la sociedad, en el mundo, en la Iglesia y hasta en sus propios zapatos.


En 42 años, he visto cosas, pero mi condición de “anestesiado” siempre me impidió verlas con la dureza con la que he visto este caso, pues gracias a Dios, ahora estoy sin anestesia. Mientras caminábamos a Santiago ese grupo de 32 peregrinos, he tenido ocasión de hablar con unos y con otros, de conocer sus motivos de peregrinaje, sus dolores físicos o morales. Con esta chica he tenido tres o cuatro parrafadas.


Probablemente nadie se imagine tanta crueldad y tanto sufrimiento interior.


Atreverse a dar el portazo después de 50 años, con la vida, no herida sino rota, con la situación económica extremadamente angustiosa, sin amistades, porque casi todas eran de la secta, y tras su marcha, le han dado la espalda, todo ello no es un panorama halagüeño.


Le he recomendado paciencia, y he elogiado su preferencia por la verdad, por la verdad de su vida, frente a la seguridad de ir tirando, porque “para lo que le quedaba en el convento, mejor cagarse dentro”. No le auguro una ancianidad muy holgada, pues la pequeña pensión que le ha quedado no la garantiza. Pero sí le he recomendado paciencia, porque Dios ayuda cuando se opta por la verdad de la propia vida, por la independencia, por la libertad.


San Josemaría decía de los que se fueron que “no conozco ninguno que haya sido feliz”. Le corrijo: No conozco ninguno que haya sido infeliz, o al menos, menos feliz que cuando estaba en la secta. Hay que dar un poco de tiempo al tiempo, pero es así. Y entre los que se quedan “en el convento”, no solo hay infelices, sino “extremadamente infelices”, hasta el punto de preferir alcanzar la otra vida antes de lo previsto.


En cuanto a mí, todavía estoy sorprendido de lo que me ha bendecido Dios sacándome de ese infierno y llevándome a vivir una felicidad como yo jamás pensé que pudiera ser posible en esta tierra.


Anteayer, día 11 de julio, cumplí dos años desde que el prelado me concedió la dispensa de los compromisos de miembro del Opus Dei. Estos dos años han sido, sin duda, los mejores, los más felices de mi vida, porque estoy viviendo la verdad de mi vida, porque al igual que Abrán, salí de mi Jarán y me puse a peregrinar. O, como el ciego de Jericó, mandé a tomar por culo ese capote que me estorbaba para seguir al Señor, y me lancé a peregrinar hacia Él, aunque fuera una peregrinación de unos pocos pasos y a ciegas. Al menos, le oía.


Sin duda, es preferible la verdad a la seguridad, porque la verdad es lo que nos hace libres, y el Señor nunca defrauda. En mi caso, me ha dado por esposa a la mejor mujer del mundo, con la que, más que peregrinar, voy en volandas hacia Él.

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