Vamos a tocar un poco el tema de la controvertida beatificación de san Josemaría Escrivá. Quiero hacer notar que en ninguno de los artículos de esta serie he dejado de reconocerle el título de santo. No porque lo merezca, sino porque se lo ha otorgado el Papa, aunque ello no quita que, en uso de mi libertad, no lo tenga por santo de mi devoción. La Iglesia "propone", pero no "impone" a los santos canonizados como modelo de santidad, pero cada cual toma de todo ese abanico los que más o mejor le pueden ayudar en el camino de la propia santidad.
Vaya por delante que ni ahora ni en su momento me ha parecido mal el poco tiempo que transcurrió desde su fallecimiento hasta su beatificación, pues entraba dentro del tiempo legalmente establecido por las normas de la Iglesia. Como tampoco me pareció mal que en la beatificación de la madre Teresa de Calcuta, el Papa Juan Pablo II, de acuerdo con las prerrogativas que tenía como vicario de Cristo, acortara el plazo. Quien conozca la historia de la Iglesia, sabe que san Antonio tardó aproximadamente un año en ser canonizado desde que falleció. El tiempo es lo de menos. A mi modo de ver, el problema no fue el corto tiempo, sino la corrupción en que se vio envuelto dicho proceso. Empezaré con alguna idea general. Empecemos con la idea de santidad. La santidad es lo propio de Dios. Solo Dios, en sentido propio, es santo. En cuanto al hombre, todo lo más, por gracia del mismo Dios, puede participar de la santidad de este.
En Dios, todas las propiedades son lo mismo, aunque para nosotros venga bien separar unas de otras, analizar. Pero en Dios, son una sola cosa el poder, la santidad, la bondad, la verdad, etc. Podemos decir que, en último término, y siempre desde un punto de vista analítico, la santidad viene a ser más o menos, la bondad. Dios es infinitamente bueno, y el hombre, en la medida en que es bueno, se parece a Dios, participa de su bondad, y por tanto, de su santidad. Jesús le dice al joven rico: "solo Dios es bueno"; es decir, solo Dios es santo. La santidad es prerrogativa de Dios, pero podemos participar de ella.
San Pablo nos ha dejado el testimonio de que los cristianos, antes de que empezasen a llamarse así en la comunidad de Siria, se llamaban "santos" entre ellos, porque eran conscientes de su vocación a participar de la santidad, de la bondad, de Dios.
Desde los primerísimos momentos de la Iglesia, tuvo lugar la costumbre de invocar a los mártires que habían muerto por amor a Dios y por defender la fe, porque se entendía que habían llegado al cielo y podían interceder por la Iglesia militante, a la vez de ser modelo de vida de seguimiento de Cristo. Esto fue el inicio del culto a los santos. Esta costumbre surgió de modo natural y espontáneo en la vida de la Iglesia, sin canonizaciones solemnes ni liturgias ni protocolos ni boatos. De alguna manera, esos reconocimientos consuetudinarios eran un eco de lo que sucedió cuando el Señor estaba en la Cruz y le dijo al "buen" ladrón: "hoy mismo estarás conmigo en el paraíso".
La diferencia es que lo que dijo el Señor era una verdad totalmente absoluta, mientras que esa invocación de la Iglesia no era infalible, porque no se trataba de una cuestión relativa a la fe, pero era una convicción que podemos entender como "prácticamente segura", porque el destino eterno de quien había vivido santamente no era otro que la santidad, que vivir con Dios eternamente. Es decir, una cuestión de lógica y de sentido común.
Podemos pensar en nuestros padres, en gente buena que hemos conocido y que ya han fallecido. ¿Acaso no están ya en el cielo, acaso no tenemos esa convicción, a pesar de que no se hayan sometido a un proceso de canonización? Lo lógico es que quien vive santamente, esté en el cielo. Eso es lo que pasó en los primeros años de la Iglesia.
Más tarde, se hizo una lista de santos, un catálogo, análogamente al registro civil, al registro de sacramentos (bautismo, confirmaciones, matrimonios, unción de enfermos) o al registro de la propiedad o al catastro. En el fondo, los santos canonizados no son más que los que están en una lista, en el Canon, en el Catálogo de los Santos, que así se llama. Lógicamente, de la misma manera que el registro de la propiedad tiene unas normas para que sea algo serio, en la Iglesia pasa lo mismo. Siempre el sentido común.
El catálogo de los santos se llevó con cierta indisciplina y bastante familiaridad durante siglos. Nunca hubo falta que el siervo de Dios hiciera ningún milagrito ni cosas extravagantes. El culto a los santos siempre fue una cosa natural en la Iglesia, basado en el comportamiento que el siervo de Dios había tenido en esta tierra. Esa participación de la santidad de Dios lleva aparejada una veneración y un culto público por parte de la Iglesia, pero un culto de veneración, nunca de latría, ya que este tipo de culto solo se debe a Dios.
Sin embargo, un santo canonizado no es más santo por estar canonizado que otros cristianos fallecidos no canonizados. La canonización no es más que un "reconocimiento", no un "otorgamiento". Se reconoce lo que ya existe. Un santo lo es con independencia de que sea canonizado o no, con independencia de que se le incluya en una lista o quede fuera de ella.
Los santos del canon es prácticamente seguro que son santos. La Iglesia canoniza a determinados santos cuando está muy segura de ello. Pero esa seguridad no es infalibilidad, porque el que un cristiano esté en el cielo o no, no es materia de fe, y por tanto, cuando la Iglesia incluye a un cristiano en el Catálogo de los Santos, aunque es bastante seguro que ese santo está en el cielo, no es infalible decir que está.
Prueba de esto que digo es que Pablo VI "descatalogó" a unos 70 santos canonizados. ¿Qué quiere decir esto, que antes estaban en el cielo y al sacarlos Pablo VI del catálogo, han tenido que "tomar la puerta" e irse a otra parte? No. Casi con seguridad, seguirán estando en el cielo, pero sin estar en la lista que se guarda en el Vaticano.
Estar o no estar en esa lista es algo irrelevante en relación al hecho de estar o no estar en el cielo. Esto es lo importante. El catálogo tiene unos meros efectos pastorales, pero es algo secundario respecto del hecho mismo de que esos cristianos estén realmente gozando ya de Dios para siempre. Por eso, la Iglesia dedica un día, el 1 de noviembre, a dar culto a TODOS los santos, los del catálogo y los de fuera del catálogo; todos.
En el catálogo de los santos hay unos 14.000 ciudadanos, de todo pelaje. Entre ellos hay tipos como David, que folló con tropecientas concubinas, según nos dice la Biblia. También están en el catálogo de los santos tipos tan antiguos como Adán y Eva, o gente tan extravagante como san Alejo, que se hizo santo viviendo bajo una escalera durante muchos años, o san Simón el estilita, que se hizo santo subido a una columna, como los dibujos animados del Perich. Yo pienso que también hizo santos a todos los que tenían que ir a darle de comer subiendo el rancho a lo alto de la columna, o limpiar las excremencias que este lanzaba desde arriba, porque me imagino que san Simón el estilita no era espíritu puro...
En el catálogo de los santos hay gente para todo, pero con dos factores comunes: Todos eran pecadores y todos amaron a Dios y al prójimo, es decir, todos han podido hacerse destinatarios de lo que Cristo dirá al final de los tiempos: "siervo bueno y fiel", "tuve hambre y me diste de comer, tuve sed...".
Esto es la santidad y esto es el canon. En los primeros diez siglos de cristianismo, los santos se canonizaban por aclamación popular. Para evitar cachondeos, poco a poco se fue regularizando el modo de reconocer la santidad de un cristiano fallecido, y a finales del siglo X se estableció juridicamente el proceso de canonización por parte de diversos obispos, cada uno en su jurisdicción. En 1234 se reservó oficialmente a los Papas el derecho a canonizar. En 1588 el Papa Sixto V puso los procesos en manos de la Congregación de Ritos. El Papa Benedicto XIV, dos años antes de ser Papa (1740) terminó un estudio muy concienzudo que sirvió para sistematizar los procesos de beatificación posteriores. En 1969 Pablo VI puso los procesos de canonización en manos de la Sagrada Congregación de los Santos. Juan Pablo II dispuso las normas más recientes sobre estos procesos, y Francisco añadió alguna modificación en cuanto a los requisitos que hay que tener para poder incoar un proceso de beatificación.
En la actualidad, estos procesos tienen 4 fases: Siervo de Dios, Venerable, Beato y Santo. La primera de ellas es, como si dijéramos, la admisión a trámite. La segunda viene a ser "el juicio de la Iglesia" en el sentido de que esta examina exhaustivamente la vida y virtudes del siervo de Dios y termina concluyendo que este vivió en grado heroico las virtudes cristianas.
Podemos observar que esta fase fue la que durante casi once siglos sirvió para declarar santos a los siervos de Dios, puesto que en ella está todo lo que la Iglesia puede comprobar, esto es, si esa persona vivió como fiel discípulo de Cristo.
Las otras dos fases, beatificación y canonización, se consideran "el juicio de Dios", esto es, que la Iglesia, después de haber emitido su juicio (declaración de virtudes heroicas, declaración de venerable), le pide a Dios que confirme tal juicio mediante dos milagros, uno para la beatificación y otro para la canonización.
La palabra "beato" significa "feliz". Es decir, que con ese milagro como prueba, la Iglesia entiende que está en el cielo, pero no se atreve a declararlo totalmente, sino que lo declara beato, feliz; es decir, que se fija en la consecuencia de estar en el cielo, pero no lo declara totalmente. Esto solo lo hace cuando se produce otro milagro después de la beatificación. Entonces, lo declara "santo" al incluirlo en el Catálogo de los Santos, y lo propone a los fieles para que le den culto de veneración y lo tomen por ejemplo y por intercesor.
A mi modo de ver, y respetando lo que la Iglesia tiene dispuesto para todo esto, mi opinión es que tanto la beatificación como la canonización son totalmente artificiosas y sobran, pues en primer lugar, se hace en ellas algo que molestaba a Nuestro Señor, esto es, pedirle milagritos.
Efectivamente, en el evangelio de san Lucas, capítulo 11, versículos 29 a 32 vemos que la gente que seguía al Señor le pedía una señal, un milagro; y el Señor no parece contento con esto, porque les dice que son una generación malvada al pedir una señal. Y les dice que no se les dará otra señal que la de Jonás.
Hay que tener en cuenta que el libro de Jonás no es un libro histórico, sino una especie de novela ejemplar al estilo de las de Cervantes, destinada a ofrecer una enseñanza moral.
Al aludir a Jonás, el Señor está aludiendo a su muerte y resurrección, esto es, a su Pascua, al kerigma, a lo que debe movernos, esto es, a la fe en Cristo muerto y resucitado, no a milagritos.
Por eso, entiendo que con los procesos de beatificación y canonización, la Iglesia se ha apartado de la praxis de la Iglesia primitiva y ha caído precisamente en lo que el Señor recriminaba a los que le pedían milagritos. Aparte de lo anterior, no existe certeza de los milagros de las beatificaciones y canonizaciones. En primer lugar, al no formar parte de la revelación pública de la Iglesia, no hay obligación de creer en ellos. Pero además, es imposible tener certeza de que esos milagros los haya realizado Dios por mediación de un determinado siervo de Dios.
Para empezar, los informes médicos nunca dicen que "hay un milagro", sino todo lo más, "que según la ciencia actual, no existe explicación acerca del fenómeno ocurrido". Estamos hablando de curaciones, que son los milagros más habituales de los procesos de beatificación y canonización. La siguiente comisión de cardenales es la que ya habla de "milagro" para proponer al Papa la aprobación del mismo.
Pero aparte de lo anterior, hay una cuestión elemental. Supongamos que alguien ha orado a un siervo de Dios pidiéndole una curación. Y supongamos que esa curación se produce de modo inmediato y que no es explicable médicamente. Todo lo más que podemos afirmar ahí son dos cosas. La primera, que tal persona ha pedido un milagro por intercesión de un determinado siervo de Dios. La segunda, que ese milagro se ha producido inmediatamente. Estas dos cosas pueden ser totalmente ciertas. Pero lo que nadie en este mundo puede asegurar es que la segunda haya sido consecuencia biunívoca de la primera, porque eso solo lo sabe Dios, o tendríamos que estar en el cielo para saberlo, ya que ese "milagro" puede haberlo hecho Dios por intercesión de otro siervo de Dios distinto o sencillamente porque ha querido, con independencia de que se lo haya pedido o no alguien que esté en el cielo, cosa que no sabemos, como no podía ser menos, ya que del cielo no sabemos prácticamente nada: "Ni ojo vió ni oído oyó (Primera carta a los Corintios, capítulo 2, versículo 9).
Por tanto, esos "milagros" que se les atribuyen a los siervos de Dios, aparte de ir en contra del modo de ser de nuestro Señor, tienen muy poco que ver con algo que suene a rigor. No es posible probar la conexión entre la petición y el milagro; no es demostrable una relación causa-efecto entre la oración de petición y el fenomeno producido, ni tampoco que este sea absolutamente un milagro.
Quizá por eso, desde hace ya años, venimos asistiendo a beatificaciones y canonizaciones sin milagro: Muchos mártires, san Juan XXIII, san Juan Diego, santa Hildegarda Bingen, san Pedro Fabro, etc. Pienso que la tendencia irá por ahí, ya que lo importante es que el Papa, estudiada la vida del siervo de Dios, como pastor universal de la Iglesia, lo proponga a esta como intercesor y como ejemplo, sin artificios ni boatos ni subidas a la gloria de Bernini. Los tiempos de barroco ya pasaron, y ya va siendo hora de que hagamos caso a Cristo, a quien no gustaba que le pidieran milagritos.
Me parece que con lo dicho, estoy ya en condiciones de abordar las beatificaciones concretas de miembros del Opus Dei y la canonización de san Josemaría desde una óptica más realista y menos exorbitada, entendiendo que si una persona es santa, ello es compatible con que la institución a que pertenece sea o se haya vuelto corrupta. También en los tiempos de máxima corrupción de la Iglesia en el renacimiento hubo santos. El Opus Dei no es santo porque lo sea un miembro concreto. Ni viceversa.
A ver si aprendemos que una cosa son las personas y otra las instituciones.
También debemos contemplar la posibilidad de que de la misma manera que el beato Pablo VI descatalogó unos 70 santos, san Josemaría podría ser descatalogado del Catálogo de los santos si llegara el caso. Concretamente, eso le pasó a Ossio, obispo de Córdoba y presidente del concilio de Nicea. Antes estaba en la lista y ahora no. Y aquí no pasa nada.
No exageremos con las canonizaciones. Lo importante es estar en el cielo, no en las listas de pitables o en el Catálogo de los santos.
En cuanto a los procesos, son eso, procesos, simples estructuras jurídicas que hoy están y mañana pueden no estar, lo mismo que las instituciones, que hoy existen y mañana pueden no existir. Que le pregunten a la Compañía de Jesús. No divinicemos las instituciones, ni los procesos, ni las listas. El único dios es Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los demás, no.
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