Después del comentario inicial de la entrega anterior, podemos entrar un poco en el contenido de la carta. Los primeros pases son generales, de puesta en escena, con unos planteamientos teóricamente correctos a los que, nadie que conozca algo lo que es la libertad, se puede negar.
Nadie con sentido común y sentido cristiano puede negarse a compartir afirmaciones como las que siguen, por ejemplo: “La pasión por la libertad, su exigencia por parte de personas y pueblos, es un signo positivo de nuestro tiempo. Reconocer la libertad de cada mujer y de cada hombre significa reconocer que son personas: dueños y responsables de sus propios actos, con la posibilidad de orientar su propia existencia. Aunque la libertad no siempre lleva a desplegar lo mejor de cada uno, nunca podremos exagerar su importancia, porque si no fuéramos libres no podríamos amar”.
Así podemos seguir hasta un poco entrada la carta, durante el punto 2 y siguientes, en los que, aunque se ven ramalazos de voluntarismo – como no podía ser menos, viniendo de alguien del Opus Dei –, de preferencia por la seguridad frente a la verdad y de una supuesta “predilección” de la Santísima Trinidad (predilección ¿de quién y respecto de quienes?), no deja de ser muy acertado el reconocimiento de la verdadera libertad en la contemplación de Cristo y de su amor redentor, entre otros textos, mediante esta cita de san Josemaría: “No ha habido en la historia de la humanidad un acto tan profundamente libre como la entrega del Señor en la Cruz: Él «se entrega a la muerte con la plena libertad del Amor»”.
En el número 4 se menciona la relación del perdón con la libertad. Se habla del perdón de Dios a nosotros y del perdón nuestro a los demás. Pero – aquí se le ve el plumero a Ocáriz – no menciona para nada la petición de perdón por nuestra parte a los demás, que libera mucho más que lo que podamos perdonar a otros. Aquí está el vicio inveterado de varias generaciones de miembros del Opus Dei, especialmente de quienes ocupan cargos de gobierno: ellos piden perdón a Dios, pero nunca a los hermanos, aunque sepan que llevan muchos años dejando heridos en la cuneta. Ellos perdonan a otros, pero nunca piden perdón a los hermanos. Parece ser que solo consideran a Dios como digno de perdonarles a ellos. Son capaces de confesarse “puntualmente” cada semana, pero nunca piden perdón del daño causado a sus hermanos.
Solo con que leyeran OpusLibros tendrían miles de motivos para pedir perdón a los demás. No se si lo he contado más atrás, pero yo, desde varios años antes de dejar el Opus Dei, una cosa que hice fue pedir perdón en nombre del Opus Dei – aunque no tuviera legalmente la representación oficial – a aquellos ex miembros que me encontraba en la calle, por las heridas espirituales que les pudieran haber causado otros miembros del Opus Dei o por las que les hubiera causado yo.
En mi opinión esta es una de las características del Opus Dei, especialmente de los directores. Cuando alguien del Opus Dei se decide a pedir perdón a otros, me parece que se produce algo muy bueno en su interior. El texto a que me refiero está en el número 4 de la carta, y es este: “qué liberador es el perdón de Dios, que nos permite volver a nosotros mismos, y a nuestra verdadera casa (cfr. Lc 15,17-24). Al perdonar a los demás, en fin, experimentamos también esa liberación”.
¿Y el pedir perdón a los demás, no nos libera? ¿No nos libera reconciliarnos con nuestros hermanos reconociendo que les hemos tratado mal y reconociendo su valor para nosotros como personas, aunque hayan quedado en la cuneta? Florencio Sánchez Bella, consiliario del Opus Dei en España en los años gloriosos en los que el Opus Dei gozaba de gran prestigio eclesiástico y político, decía que daba igual que hubiera gente que abandonara el Opus Dei porque eran muchos más los que se incorporaban.
Con un ambiente así, es imposible percibir el daño hecho a otros con la soberbia y la falta de caridad institucionalizada que se respira en el Opus Dei. Ese “espíritu de superioridad consecuencia de nuestra filiación divina” es un verdadero cáncer que tarde o temprano empezará a pasar factura en el supuesto de que quieran seguir siendo cristianos.
La carta entra ya en materia con el número 5 y siguientes, en los que el tema global es “la libertad de espíritu”. Aquí es donde Ocáriz le empieza a decir a Francisco: “mira, mira, lo que les digo a mis chicos, libertad de espíritu, libertad de espíritu, propia del Opus Dei, mira, mira”.
Pero eso lo dejamos para comentarlo mañana.
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