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Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LXIII)

Por supuesto, no veréis a ni una sola numeraria con bikini, o al menos, que lo sepan sus directoras
Antonio Moya Somolinos
miércoles, 15 de agosto de 2018, 00:00 h (CET)

Entramos en el punto 13 de la carta, en el que el prelado cita otra supuesta carta de san Josemaría, en la que se dicen cosas en las antípodas de lo que han experimentado de primera mano quienes han tenido altos cargos de dirección en el Opus Dei y saben que la supuesta “confianza” que menciona san Josemaría, lo es y lo ha sido en una dirección, la de otros hacia él, pero nunca lo fue desde él a los demás. María del Carmen Tapia, Antonio Pérez Tenessa y otros han ofrecido testimonios en ese sentido.


La cita es esta: “«Como una consecuencia de ese espíritu de libertad, la formación ―y el gobierno― en la Obra se funda en la confianza (...). Nada se logra con un gobierno fundado en la desconfianza. En cambio, es fecundo mandar y formar con respeto a las almas, desarrollando en ellas la verdadera y santa libertad de los hijos de Dios, enseñándolas a administrar la propia libertad. Formar y gobernar es amar»”.


En el Opus Dei “se controla” a la gente, no se confía en ella; o si se quiere, “se confía” mientras el destinatario de esa supuesta confianza no se sale del estándar de uniformidad requerido. A partir de ahí, si sus “originalidades” pueden ser “soportadas” y no entorpecen esa uniformidad, se le permite tenerlas, a la vez que no se le confían encargos que puedan ser considerados “importantes”. En una palabra, se desconfía de quien se salga lo más mínimo del “comportamiento medio”.


Ayer se me olvidó comentar un pequeño tema para que se vea hasta donde llega el afán de uniformidad en el Opus Dei.

Por supuesto, no veréis a ni una sola numeraria con bikini, o al menos, que lo sepan sus directoras. Te darán miles de razonamientos, algunos peregrinos, como que los bikinis son más caros que los bañadores, pues llevan más mano de obra, y es un modo de ahorrar y de vivir la pobreza optar por el bañador.


Pero además podemos mencionar esa “cruzada anual contra las playas” orientada a los supernumerarios. Desde hace muchos años, entendiendo los directores del Opus Dei que las playas son poco menos que “lugares de perdición”, en los que la gente ofende gravemente a Dios con la poca ropa que lleva, todos los años llegan a los centros de gente mayor, hacia abril, notas de la delegación “exhortando” y “recomendando” que no se veranee en lugares de playa, por el gran perjuicio que para las almas de los hijos de los supernumerarios pueden tener unos lugares así, en los que no se cuida la modestia ni el pudor.


Esas “recomendaciones”, hace años eran prácticamente “exigencias”, de esas que menciona Ocáriz en el número 11 de la carta, o incluso “consejos imperativos” de los que habla en el número 10.


Debo decir que que esas intromisiones en la vida familiar de los supernumerarios, gracias a tipos tontos como yo, que les transmitían fielmente esas chorradas, creaban en no pocos supernumerarios un sentimiento de culpabilidad, al verse por una parte empujados por la propia familia a pasar un buen veraneo en un lugar de playa donde ya tenían, tanto ellos como sus mujeres y sus hijos, sus respectivas amistades de años anteriores, y por otra, al Opus Dei, que les presionaba para que no veranearan en lugares de playa, contra el más elemental respeto a las costumbres familiares de cada cual.

Incluso se llegaron a organizar veraneos en zonas de montaña para supernumerarios y cooperadores, con el fin de darles una alternativa organizada a ese ¿mandato? ¿consejo imperativo? ¿exigencia espiritual?


Desde hace dos años he recuperado la sana costumbre de veranear unos días, y por motivos familiares, lo hago en Fuengirola, en plena Costa del Sol, esto es en pleno “lugar de perdición”, en el que probablemente, no habrá ninguna numeraria con minifalda o en bikini, pero hay gente buena, muchas familias que simplemente buscan descansar un poco después de un año de trabajo.


Cuando algunas mañanas o algunos atardeceres, después de misa, me doy un paseo con mi mujer por el paseo marítimo y pienso que, siguiendo esos “consejos imperativos” de los directores del Opus Dei, he desaconsejado vivamente a muchos supernumerarios, durante años y años, que vinieran a este “lugar de perdición”, se me pone una cara de tonto que no se donde guardarla, sobre todo cuando veo a esos señores y señoras jubilados, con bastón o en silla de ruedas, que cuando mueran dentro de poco, se van a ir disparados al cielo, aunque solo sea por la bondad que se ve en sus caras, que pone de manifiesto su alma, de la que la cara es el espejo.


Por otra parte, el espectáculo de tanta chica guapa en Fuengirola, a mí por lo menos me levanta el ánimo y me hace dar gracias a Dios, aunque para guapa, guapa, mi mujer, por supuesto. Quizá sea esta una de las razones por las que permanentemente suelo tener buen ánimo, porque mi mujer está en las antípodas de la toxicidad.


En el Opus Dei son tan tóxicos y tan negativos, que poco a poco se van cerrando en un ambiente cada vez más aburrido y más simplón. Ni en lo cultural, ni en los veraneos, ni en otras muchas cuestiones que se salgan del estándar. Al final, por ejemplo, en los centros de numerarios del Opus Dei de lo único que se habla en las tertulias de después de comer es de fútbol, que es un tema simplón, socorrido, que no compromete a nada y que da una idea del nivel intelectual al que se ha llegado en los centros del Opus Dei.


La uniformidad del Opus Dei le ha llevado a un empobrecimiento a nivel social, sobre todo a los numerarios, hasta el punto de que se puede decir claramente que, si ya de entrada viven poco en el mundo, ellos mismos se han cerrado todavía más.


Si esto pasa con los supernumerarios y con los numerarios de base, también esta uniformidad afecta – y mucho más – a quienes tienen cargos de gobierno. Mucho más, pues se considera que ellos prescinden todavía más de su “numerador propio” para centrarse más en el “común denominador” del que hablaba san Josemaría, ya que de esa manera san Josemaría entendía que gobernarían mejor.


He estado en consejos locales y puedo decir que, a ese nivel de gobierno, estaba prohibido discrepar, no existía gobierno colegial, había que “secundar al director, vivir la unidad con él”, de modo que si se proponía otra opinión distinta de la suya, de entrada estaba mal visto. No digamos si se proponía votar algún asunto. En los consejos locales se hace lo que dice el director, que en todo caso, consulta a otros miembros del consejo local, si lo ve oportuno.


Si esto pasa a nivel de consejo local, no digamos en las delegaciones o comisiones, en las que se da el verdadero gobierno del Vicario y donde este es monárquico, y nunca colegial, ya que estatutariamente, el gobierno del Opus Dei es monárquico, no colegial, pues quienes gobiernan el Opus Dei son el prelado y sus vicarios (artículo 125 de los Estatutos), aunque les ayuden sus Consejos. Pero una cosa es ayudar aconsejando y otra gobernar.


La cita de san Josemaría mencionada más arriba, podría ser verdadera, o podría no serlo. En cualquier caso es una gilipollez porque si hay un lugar en el que no hay confianza, y menos en el gobierno, es en el Opus Dei.

En el gobierno del Opus Dei se persigue, ante todo, una obediencia ciega por parte de quienes colaboran en el gobierno, la cual se traduce en un total fanatismo respecto de lo que venga del prelado o de los directores inmediatamente superiores, pero sobre todo, del prelado, ante el cual, la más mínima insinuación suya, es más mandato que cualquier mandato, porque así es como san Josemaría y Álvaro del Portillo han “enseñado” a obedecer a quienes se les nombra para cargos de gobierno.


Pensar en la más mínima discrepancia por parte de quienes colaboran en el gobierno del Opus Dei, es estar absolutamente en Babia respecto de lo que pasa ahí dentro. Así es como se entiende la “confianza” en el gobierno de la prelatura: Confianza ciega (fe teologal, más que confianza) por parte de quienes colaboran en el gobierno monárquico y absoluto del prelado y sus vicarios; en cuanto a los colaboradores en el gobierno, desconfianza y permanente alerta hacia ellos, por si apareciera el más mínimo indicio de “libertad de expresión o de opinión” por parte dichos colaboradores en el gobierno, la cual deberá ser inmediatamente atajada, o apartado del gobierno quien haya tenido la osadía de plantearla.


En las sectas no hay gobierno, hay poder; y por tanto, lucha por el poder por parte de quien lo ostenta, aunque quien esté abajo, ni siquiera se haya planteado la idea de poder ni la pretenda. 

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