Hoy vamos a hacer un inciso dentro del comentario que estamos haciendo a la carta de Ocáriz.
Uno de los más fieles lectores de esta serie, Iñaki Iraola Arnedillo, miembro numerario del Opus Dei, parece que, ya sea por convencimiento o por forzada necesidad, se está pasando al bando de los que dialogamos y parece que empieza a superar “la dialéctica de los puños y las pistolas” de la que están haciendo penosa gala los miembros del Opus Dei que han participado hasta ahora en el debate correspondiente al foro de estos artículos.
Todos ellos son hijos legítimos de san Josemaría Escrivá, quien nunca participó en un foro o en un debate en el que tuviera que defender su opinión dialogando con otros que sostuvieran otras diferentes. San Josemaría Escrivá siempre hablaba ante público entregado en donde nadie osaba llevarle la contraria ni de broma.
Ese talante de marqueses de Peralta lo han heredado sus hijos. Por tanto, no es de extrañar esa uniformidad “como un ejército en orden de batalla”, con la que, ante una opinión contraria a la institución o al fundador de la misma, todos actúan, en primer lugar, no escuchando dichas opiniones, y a continuación, atacando a la persona que las sostiene, incluso llegando al insulto, imitando en eso a su santo fundador, que no hablaba bien de nadie, en clara oposición a Jesucristo, que dejó muy claro que eso de insultar no es de su evangelio. A lo mejor es de otro evangelio, pero del de Cristo, no (Mateo, 5, 22).
Por eso, para mí es una buena noticia que este numerario le empiece a coger algo el gusto del respeto a los demás. Aún diría más: Si esta serie sirviera mínimamente para que unos cuantos del Opus Dei se planteen la posibilidad de escuchar antes de juzgar, y de empezar a practicar las nobles artes de pensar y de dialogar, yo daría por bien empleado todo este esfuerzo.
En el debate siguiente al artículo 70 de esta serie, Iñaki me plantea una cuestión que se ve que la tenía incubando desde hacía días, pues uno de los días anteriores, él manifestó que la prelatura de la Santa Cruz está compuesta por sacerdotes y laicos, a pesar de que Juan, otro de los leales lectores, y yo le señalamos el canon 294 del CIC en el que se dice que a las prelaturas personales solo pertenecen sacerdotes y diáconos incardinados en ella.
En el foro del artículo 70, de 22 de agosto, Iñaki me plantea la carta del Papa al prelado del Opus Dei con ocasión de la beatificación de Álvaro del Portillo. Efectivamente, en un momento dado de esa carta, el Papa se expresa así: “ Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica”.
Esta carta se leyó en setiembre de 2014, durante la beatificación. Está claro que aquí se dice que a la prelatura del Opus Dei pertenecen sacerdotes y laicos, lo que está en manifiesta contradicción con el canon 294 del CIC. Yo voy a ofrecer una explicación, que como siempre, es personal, para compartirla con quien quiera, con Iñaki el primero, ya que esa cuestión me la dirigió a mí el otro día.
En primer lugar, hay que decir que el artículo 294 del CIC es una norma jurídica, con carácter de ley. Es un artículo de una ley de la Iglesia, es decir, de una FUENTE DEL DERECHO DE LA IGLESIA. Mientras tanto, la carta citada es una CARTA LAUDATORIA. En el primer caso, el Papa (Juan Pablo II) hablaba como legislador; en el segundo caso, el Papa (Francisco) lleva a cabo una simple acción de cortesía.
Teniendo en cuenta que la cuestión tratada es una cuestión netamente jurídica, es evidente que el documento que expresa la realidad jurídica planteada es el Código de Derecho Canónico, y no simplemente una carta laudatoria. Sería tremendo que en la Iglesia las normas jurídicas se sustanciaran a base de cartitas.
¿Por qué esa carta?
Voy a dar también mi opinión.
Quien conozca la Administración por dentro, sabe que determinadas actuaciones que corresponde llevar a cabo desde la Administración, son los administrados quienes las llevan a cabo, y es desde la Administración desde donde se firman. Esto no es una práctica corrupta, sino en muchos casos deseable, y con las mejores garantías. Por una parte, por razones de rapidez, y también por razones de eficacia, es mucho mejor que, a veces, sea el administrado quien elabore un proyecto, un texto, un convenio, etc., y le dé el trabajo hecho a la Administración, que solo tiene que supervisarlo y hacerlo suyo.
Los trabajos así hechos suelen ser mejores en muchos casos, ya que los administrados conocen mejor la materia de la que tratan, por ser la suya propia, de la que son especialistas. Y para ellos, también es algo bueno actuar así, pues se evita que dichos trabajos los elabore un funcionario que, quizá no conozca los pormenores tan bien como el administrado.
El Papa es el jefe del Estado del Vaticano. El Vaticano es una Administración, por muy “Santa Sede” que sea. Es una Administración con mil millones de administrados. No lo olvidemos. Y la prelatura de la Santa Cruz es un administrado. No tiene nada de particular que una institución de la que uno de sus miembros va a ser beatificado, le pida al Papa un detalle de cariño en el día de esa beatificación, en forma de carta laudatoria. Evidentemente, el Papa dirá que sí. Esa petición puede hacerse por escrito, aunque lo lógico es hacerla de palabra a través de alguien que trabaje en el Vaticano, por deferencia hacia el Papa, para que todo indique que tal iniciativa viene del Papa, al no quedar rastro de esa petición oral.
Como el Papa bastante tiene con prepararse las homilías de Santa Marta, las audiencias de los miércoles, las encíclicas y exhortaciones apostólicas; todas esas cartas laudatorias, que son abundantísimas (véase la página web del Vaticano), lo normal es que se las encargue a sus más inmediatos colaboradores, en los que él confía y sabe que no le van a colar nada, o al menos voluntariamente.
Pondría la mano en el fuego a que nunca un Papa ha escrito de su puño y letra una carta laudatoria de ese estilo, empezando porque no sabría qué poner.
Ni que decir tiene que tampoco los colaboradores del Papa apenas saben algo de Álvaro del Portillo, y no andan muy sobrados de tiempo para empezar a estudiar la figura de Álvaro del Portillo. Lo mejor es ponerse en contacto con alguien de la prelatura del Opus Dei y traspasarles el encargo.
El año que beatificaron a Álvaro del Portillo yo decidí homenajearle a mi manera, en primer lugar, no yendo a la beatificación, pues me parecía una feria, y en segundo lugar, leyendo todas sus biografías y todas las obras por él publicadas, algunas de ellas agotadas, las cuales conseguí por Internet de segunda mano.
Con esto quiero decir que llegué a conocer bastante sobre Álvaro del Portillo. Ahora bien, no conozco a nadie del Opus Dei en mi entorno que hiciera lo que yo. Sin embargo, pienso que, en Roma, seguro que hay gente que conoce, y mucho más que yo, la vida de Álvaro del Portillo, y estaba y está en condiciones de hacer una supuesta carta del Papa con una brillante semblanza.
Probablemente es lo que se hizo: Alguien del Opus Dei de Roma, buen conocedor de la figura de Álvaro del Portillo, elaboró esa carta laudatoria, que se envió a los funcionarios del Vaticano, los cuales se la pasaron a los colaboradores más inmediatos del Papa, que le dieron el visto bueno y se la pasaron al Papa, que le dio una lectura rápida y la aprobó definitivamente.
Es lógico que esa carta sea laudatoria. Lo que no tendría sentido es que, para la ceremonia de beatificación de Álvaro del Portillo salieran a relucir en una carta como esa sus canalladas. Es lógico que tras el expediente de beatificación el Papa decidiera beatificarlo. Si se habían ocultado sus canalladas en el expediente, solo quedaron a la vista las cosas buenas, que también las tuvo.
Si se beatifica a un siervo de Dios, lo lógico es alabarlo en el día de su beatificación. Lo que no sabemos es lo que hará mientras tanto Dios en el otro mundo. Pero no hay que preocuparse, porque mientras no muramos, no lo vamos a saber. En una carta laudatoria como esta tampoco se está para muchas finuras jurídicas, porque no es el sitio para ello. Por eso, el hecho de que en esa carta aparezca que en la prelatura del Opus Dei hay sacerdotes y laicos, no pasa de ser una imprecisión jurídica sin importancia y sin relevancia jurídica, porque “en el Opus Dei” sí hay sacerdotes y laicos, ya que en esa asociación, el Opus Dei, intrínsecamente unida a la prelatura de la Santa Cruz, hay laicos, pero los sacerdotes de la prelatura también pertenecen a esa asociación. Quienes no pertenecen a la prelatura de la Santa Cruz son los laicos, pero los sacerdotes sí pertenecen a esa asociación, el Opus Dei, por ser clero de la prelatura de la Santa Cruz, que como dicen los Estatutos, “vivifica” al Opus Dei.
Evidentemente, esta precisión terminológica supondría mucho afinar en una simple carta laudatoria. Ahora bien, es evidente que esta imprecisión tiene un significado, pues delata por una parte que la carta ha sido redactada desde el Opus Dei, y por otra parte, es una imprecisión “interesada”, con la que se logra poner en boca del Papa algo falso y de largo alcance, pues si la prelatura del Opus Dei tuviera laicos, además de clero, tendría “propio pueblo”, que fue el caballo de batalla durante las gestiones previas a la transformación del Opus Dei en prelatura personal.
Ya hemos visto que si las prelaturas personales tuvieran “pueblo propio”, automáticamente tendría sentido encuadrarlas dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia, el prelado sería obispo, y por tanto, pasarían de facto a ser iglesia paralela al margen de la jerarquía natural de la Iglesia, que es lo que, gracias al cardenal Ratzinger, no ha sucedido. Por tanto, esa imprecisión, puesta en boca del Papa, tiene amplio calado.
Por la trayectoria de Iñaki Iraola Arnedillo en estos foros, me suena un poco extraño que se le haya ocurrido a él plantearme ese texto. Pienso que se lo pueden haber soplado los directores de la delegación, aunque no tengo mucha base para pensar eso. Solo que me llama la atención que saque un texto tan recóndito cuando sus intervenciones anteriores han sido tan primarias.
De todas formas, se le haya ocurrido a él o no, lo ha hecho suyo, y en ese sentido aplaudo la propuesta, aunque mi opinión ya se ve que va por otro lado.
Sin embargo, quiero hacer una observación. Sea autor o no Iñaki de la idea de traer a colación esa carta, tal gesto es muy propio del Opus Dei, pues en el Opus Dei es característico confundir la importancia de los distintos textos, hasta el punto de dar valor de norma jurídica a lo que es un simple comentario dentro de una carta particular laudatoria emitida por el Papa.
En el Opus Dei se confunden los mandatos con las sugerencias. Aunque Ocáriz advierta de ello en su carta, él mismo desde la dirección del Opus Dei lo fomenta. Seguramente, esa “carta del Papa”, pasó por sus manos cuando todavía era un borrador, antes de pasarla a los funcionarios vaticanos que se la entregaron al Papa. Probablemente Ocáriz tuvo bastante que ver en esa “imprecisión interesada” para que produjera sus efectos a la chita callando.
Es muy sintomático que un numerario de a pie como Iñaki Iraola saque de la chistera un texto del que ya nadie se acuerda, en el que aparece ese detalle de amplio calado con el que se puede generar confusión.
Como quiera que estos artículos van a llegar al Papa por el camino que ahora no voy a decir, no vendrá mal que quede constancia de la reflexión del presente artículo para que el Papa tenga conocimiento de lo que le han hecho decir, y sobre todo, de que en el Opus Dei guardan esa carta laudatoria hacia Álvaro del Portillo, no solo como carta laudatoria, sino como algo más.
Me imagino que el Papa sabe perfectamente que hay quien quiere utilizarlo. Recientemente, en el caso Karadima, le hicieron meter la pata hasta el fondo. Menos mal que supo retomar el asunto y descubrir la verdad sobre los abusos sexuales por parte de dicho sacerdote chileno, hábilmente ocultados por los obispos.
El resultado fue que llamó a Roma a todo el episcopado chileno, el cual dimitió en bloque al final de la reunión. Que yo sepa, el Papa ha aceptado la dimisión de ocho obispos de un total de 34. Pero ha actuado, cogiendo el toro por los cuernos, empezando por pedir perdón él mismo en primer lugar. Y con los casos de pederastia de Pensilvania, igual. Su reciente carta de 20 de agosto es un testimonio elocuente de que este Papa no se va a dejar manipular. Parece ser que los del Opus Dei, en setiembre de 2014, sí lo creían manipulable.
Confundir lo normativo con lo meramente informativo o enunciativo es una constante en el Opus Dei que ellos aprovechan para lo que les conviene. Un ejemplo de esto lo hemos visto hoy. Mañana seguimos.
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