Escribir sobre Laura Gallego no resulta sencillo. He puesto a sonar el cedé “A celtic tale” de Michael y Jeff Danna y he prendido un palito de incienso para ver si alguna meiga, bruixa o bruja acude en mi auxilio, ilumina mi mente y agita mis dedos. Mientras el humo del incienso se enrosca en el flexo no ocurre nada, pero poco después, cuando se disuelve, algo bulle en mi mente. Y mis dedos, ansiosos sobre las teclas, vuelven al principio.
Y repito que no resulta sencillo porque hubiese querido entrevistarla e incorporar sus declaraciones a la reseña de su “Finis Mundi”, libro del que me ocuparé después. Pero al día de hoy, y llevo casi dos meses en ello, no ha sido posible. Y es una lástima, porque en nuestro país no existen demasiadas escritoras de eso que se llama literatura fantástica (puñetera manía de etiquetar, ¿qué literatura no es fantástica?). La escritora valenciana, futura Doctora en Filología Hispánica, parece atesorar un mundo de experiencias interesantes, pues invierte buena parte de su tiempo en impartir conferencias a chavalas y chavales en sus propios colegios e institutos. Que yo sepa, dentro del panorama literario español, sólo Lorenzo Silva ha hecho algo parecido. Acercar la literatura al lector joven, contactar con el mañana de nuestro país, es importante y, por desgracia, no tan frecuente como necesario. A eso se le llama sembrar. Ojalá, cobre una buena cosecha.
Laura Gallego García (Quart de Poblet, Valencia, 1977) comenzó a escribir a los once años. Y, como todos los que empiezan, envió sus escritos a las editoriales sin recibir otro pago que el silencio. La indiferencia es el mayor palo que le pueden dar a un escritor. Sin embargo, en 1998, cuando menos lo esperaba, obtuvo con “Finis Mundi” el Premio El Barco de Vapor, concurso organizado por la Editorial S.M. y dirigido al público juvenil. Este galardón, que volvería a ganar en el año 2002, le abrió las puertas de la gloria. Al día de hoy, con tan solo veintiocho años, ha publicado un montón de novelas y cuentos con enorme aceptación. Soy testigo de las interminables colas de jóvenes y jóvenas, cargados con sus ejemplares, aguardando pacientemente la dedicatoria de su autora favorita.
“Finis Mundi”, el libro que nos ocupa hoy, es un relato medieval, de aventuras, con un punto de intriga. La narración comienza de golpe, casi sin darnos tiempo a acomodarnos en el sillón: “A coro con los salvajes gritos de los atacantes, las llamas que envolvían la abadía crepitaban ferozmente y se alzaban hacia un cielo sin luna, iluminando el bosque cercano”. De esa abadía incendiada huirá Michael, un monje cluniaciense, que esconde entre sus hábitos el códice con los comentarios sobre el Apocalipsis escritos por el Beato de Liébana. Michael conocerá a Mattius, un juglar de reconocida fama, a quien relatará la leyenda-profecía del ermitaño Bernardo de Turingia, que anuncia el fin del mundo para el año mil. Evitar esto sólo es posible juntando los llamados ejes del tiempo, el del pasado, el del presente y el del futuro, esparcidos por lugares ignotos. Y a esa tarea, a esa búsqueda, se afanarán Michael, Mattius y su perro Sirius.
“Finis Mundi” nos enseña el mundo medieval del siglo X: la vida en las ciudades, en los monasterios, en los castillos, en las iglesias, en los pueblos costeros, en los barcos. A Laura Gallego no le tiembla el pulso a la hora de recurrir a las brujas, convertidas en un elemento más del relato. La magia y el misterio que supone su presencia encajan perfectamente en el estereotipo que tenemos de aquella época oscura, un mundo donde todo se acepta: desde los dragones escupefuegos hasta las princesas raptadas por ogros malvados.
“Finis Mundi”, como la mayoría de novelas medievales, se organiza en torno a un viaje. Caminar, atravesar territorios parece que dispara la imaginación y proporciona recursos complementarios a los escritores. Quizá una de las mejores novelas de ambiente medieval, “En el nombre de la rosa”, lo sea porque apenas hay "tráfico" en sus páginas, que transcurren dentro de un monasterio.
“Finis Mundi” es una excusa estupenda para aficionarse a la literatura. En este sentido es un libro iniciático al sacrosanto rito de la lectura. Pero, ojo, también es un texto apto para cualquier adulto que desee pasar un rato agradable, introducirse en el medievo y participar de sus intrigas.
“Finis Mundi” sólo fue el comienzo de la carrera literaria de Laura Gallego, su opera prima. Le han seguido en su ya extensa producción “La maldición del maestro” (2000), “El valle de los lobos” (2000), “El cartero de los sueños” (2001), “Retorno a la Isla Blanca” (2001), “Las hijas de Tara” (2002), “La leyenda del rey errante” (2002), “La llamada de los muertos” (2003), “Mandrágora” (2003), “¿Dónde está, Alba? (2003), “La hija de la noche” (2004), “Alas de fuego” (2004), “El coleccionista de relojes extraordinarios” (2004) y “Fenris el elfo” (2004).
Mención aparte merecen sus novelas “Memorias de Idhún I. La Resistencia” (2004) y “Memorias de Idhún II. Triada”, su última obra, que vio la luz a finales de 2005. Estos dos libros, que forman parte de la trilogía del planeta Idhún, territorio ideado por Laura Gallego y poblado por seres fantásticos (magos, guerreros, serpientes aladas, asesinos despiadados, mujeres-tigre, dragones, unicornios), han alcanzado un índice de ventas enorme, superando los cien mil ejemplares en castellano.
Resulta inevitable – y también manido - intuir la huella de Tolkien en los libros de Laura Gallego, pero también resulta inevitable y admirable, (disculpen el able, able) que existan escritoras capaces de crear un mundo diferente, un universo propio, regido por otras leyes, en el que podemos sumergirnos para darnos un baño de fantasía, que viendo todo lo que nos rodea, buena falta nos hace. ¿No creen?
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“Finis Mundi”, de Laura Gallego García. Col. El Barco de Vapor. Editorial SM. Última edición (14ª), abril 2005. 6,50 euros.
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