Esta es una entrevista distinta a todas las demás. Los parámetros habituales no se dieron. Fueron otros. Hubo testigos presenciales, público, cosa no demasiado frecuente en mi quehacer como entrevistador para el Diario Siglo XXI.
Tampoco el marco era el acostumbrado, una cafetería del centro urbano, sino una sala de un antiguo convento, ahora remozado, rebautizado como Centre del Carme Cultura Contemporània y destinado a otros menesteres. Sucedió todo el pasado 8 de diciembre de 2018, dentro de la I edición del Golem Festival, celebrado en València y organizado por Susana Alfonso, Juan Miguel Aguilera y José Luis Rodríguez-Núñez. Allí tuve la enorme suerte de conversar con la escritora argentina Valeria Correa Fiz. El propósito de nuestro encuentro era presentar ‘La condición animal’, su primer libro de relatos, publicado por la editorial Páginas de Espuma.
¿Qué es lo que nos hace diferente como especie, en qué consiste la condición humana? ¿Sabernos frágiles, expuestos, mortales? ¿Cómo seríamos si no temiésemos el mal ajeno?... Estas son algunas – hay más – de las preguntas que intentan responder los cuentos que integran el libro de la escritora argentina. Nuestra conversación, distorsionada por la reverberación de la megafonía sobre los muros del convento, dio comienzo pasadas las cinco de la tarde. Tras la presentación ritual, llegaron preguntas y respuestas.
Valeria, naciste en Rosario y la primera cuestión, doble, es casi obligatoria: ¿eres seguidora de Rosario Central o de Newell’s Old Boys o, quizá no te interesa el fútbol? Sí, sí me gusta el fútbol, pero soy de River [risas].
Siempre que entrevisto a una escritora por primera vez, formulo la misma pregunta: ¿qué significa para ti escribir? Bueno, escribir para mí es una manera de dialogar conmigo misma. De profesión soy abogada, lo digo siempre, y no hubiera escrito si no me hubiera marchado de mi país. De alguna manera, escribir fue como encontrar un hilo conductor para contar cosas sin implicarme. Cuando te vas fuera, necesitas hablar y, para hacerlo, has de explicar tu contexto, de dónde eres, cómo eres, a qué te dedicas… Escribir te permite obviar ese trámite y contar lo que te preocupa. Italo Calvino venía a decir que «usted escribe como algunos animales hacen guaridas» y esa idea de refugio, de cuidarse con las palabras me gusta mucho.
En la charla que participaste ayer dentro del Golem Fest, definiste al escritor como «un arqueólogo de sí mismo», ¿puedes desarrollar un poco más este concepto? La idea es que de alguna manera escribo ficción. No hago biografías del yo, un género respetable pero que no practico. Nada de lo que hay en ‘La condición animal’ me pasó a mí, pero sí narro a través de los personajes desde mi experiencia. En ese sentido, digo que el escritor es un arqueólogo porque trabaja armando la ficción, pero desde sus sentimientos, desde sus recuerdos. Yo no creo en la fantasía ni en la imaginación sino en la mala memoria. Uno vive cosas, las ve, las olvida, luego asocia esos fragmentos de memoria y eso es lo que llamamos imaginación, es decir, por un lado escribo ficción, pero no lo es tanto. Hay una pequeña contradicción en ello.
Has publicado ya dos poemarios y tu primera incursión en la prosa, ‘La condición animal’, es un libro de cuentos, ¿por qué comienzas con un género tan específico y exigente? Como has comentado, yo escribía poesía y, aunque el cuento es muy distinto, posee una forma de concepción muy parecida a la poesía. Ambos trabajan con la elipsis, la condensación, la brevedad… Por otro lado, soy latinoamericana y nosotros crecimos leyendo cuentistas, por lo tanto, para mí escribir un cuento es algo muy normal. Si te fijás, los padres del cuento en lengua castellana son latinoamericanos: Silvino Ocampo, Cortázar, Borges, Filiberto Hernández, Quiroga… a todos los leía en el colegio y, de algún modo, escribir cuentos es como seguir los pasos de tus padres.
Tradicionalmente, España ha sido un territorio más proclive a la novela que al cuento, aunque ahora el cuento parece funcionar un poco mejor. Creo que leer una novela es más fácil que un cuento, porque puedes saltarte algunas páginas. En un cuento no puedes distraerte, no puedes saltarte nada porque apenas tienes nada. El lector de cuentos es muy inteligente, siempre está atento y busca los resortes del texto. En la novela, en cambio, a medida que avanza el texto se va diluyendo un poco.
Estos cuentos los escribiste y después los guardaste en un cajón. Y allí hubieran seguido de no ser por Clara Obligado, que te animó a publicarlos. Siempre digo que soy escritora por accidente. Yo había escrito un montón de cuentos y los tenía guardados. Se dio la circunstancia de que a un club de lectura que dirigía en Milán, acudió la escritora Clara Obligado. Ella notó algo y me preguntó si escribía. Le dije que sí, pero que lo hacía para mí. Entonces me respondió que eso estaba muy bien para personas de setenta años, que escondían un cajón repleto de cosas, pero no para mí. A partir de ese encuentro arrancó todo.
Dice la solapa del libro que aunque llevas más de diez años viviendo en el extranjero, el río Paraná, que baña Rosario, te legó «un humor turbio y sedicioso», ¿qué tiene de particular ese río que te ha conducido a escribir estos cuentos tan intensos? Esa es una frase que escribí a petición de la editorial. Nací en Rosario, pero siempre he vivido en ciudades que empiezan con la letra eme: Miami, Milán y Madrid. Y lo del Paraná es verdad, porque es un río grande, violento, marrón, poco agradable de ver y muy oloroso. Aunque Rosario es una población industrial, la existencia del río consigue que la naturaleza esté continuamente presente en la ciudad. En alguna ocasión el Paraná se sale de su cauce y me recuerda a mis cuentos que, aunque todo está controlado, de vez en cuando también se desbordan.
¿Antes de escribir tomas notas de las ideas que se te ocurren? No, nunca, las ideas que de verdad me importan las recuerdo. Un cuento puede surgir a través de una frase o por alguna cosa que he visto o leído. Ser escritor es una forma de estar en la vida, algo que viaja instalado en el interior de tu cabeza y cuando ese algo me obsesiona mucho, me doy cuenta de que he de pasarlo al papel.
¿Qué criterios seguiste para escoger los cuentos que ibas a incluir en ‘La condición animal’? Después de la conversación con Clara Obligado, revisé los cuentos que tenía, había 40 o 50 por lo menos, y me di cuenta de que todos ellos estaban atravesados por la idea del mal. Al principio me sorprendió, pero como soy abogada comprendí que el bien y el mal, la honestidad y la justicia son temas que me preocupan bastante, así que me propuse hacer una cartografía sobre ello. Aunque los textos estaban escritos de antemano, para nada es un libro espontáneo, ya que arranca con un cuento sobre la presencia del mal en una relación de pareja, la violencia sexual, la enfermedad, la locura y la muerte y se cierra con un relato sobre el mal a partir de la explosión de la bomba atómica. Como me gustan mucho los cuentos circulares, traté de que estos dos tuvieran una relación especular entre sí para conseguir también esa circularidad entre los demás.
No hemos hablado aún de ello, ¿por qué el título de ‘La condición animal’? Se lo puse porque creía que la condición humana siempre era lo bueno, lo luminoso, lo racional y que la parte pasional y desbocada, la animal, también formaba parte de la condición humana. Tal vez lo cierto es que estamos en el medio del bien y del mal y que la condición humana aparece cuando existe la posibilidad de hacer el mal y tú te restringes y no lo hacés.
Has citado el primer cuento, ‘Una casa en las afueras’, y el último, ‘Criaturas’. El primero es duro, es como un aviso al lector sobre lo que se puede encontrar dentro del libro. El último, aunque también es duro, termina de modo tierno, casi entrañable. ¿Pretendías que el lector concluyese la lectura con buen sabor de boca? El editor tenía muchas dudas de poner ‘Una casa en las afueras’ al inicio, pero yo defendí esa idea bajo los parámetros de la circularidad que pretendía lograr. El libro está escrito con visceralidad, pero el lector también va a encontrar personajes tiernos, bondadosos, dulces, aunque le impresionarán más los perversos, claro. Mi intención era que, tras leer el primer cuento nadie se sintiera engañado y supiera lo que iba a encontrarse a continuación si seguía leyendo el libro. No quería hacerle trampas de ningún modo.
En ‘Criaturas’ leemos que «El horror también puede ser una costumbre», ¿el hombre es consciente de que el horror se encuentra por todas partes y que él lo ejerce de manera indiscriminada o, por el contrario, no se da cuenta porque forma parte de la vida cotidiana? Eso es algo muy normal. Una vez, en el telediario estaban contando cosas muy fuertes, horrendas, y mi abuela, que era de Zamora, y lo estaba escuchando, siguió cocinando mientras exclamaba ¡qué horror! Pero luego, pusieron una novela en la que el protagonista se moría y ella se puso a llorar, es decir, no lloró con la realidad pero sí con la ficción. Eso es algo muy humano y por eso escribí la frase que citás vos.
Agrupaste los cuentos en cuatro partes: Tierra, Fuego, Aire y Agua, los cuatro elementos, una estructura que recuerda la configuración de una sinfonía o de un concertó grosso. Soy aficionada a la música clásica y la idea de dividir los relatos en los cuatro elementos también asume una función deritornello y de construir unidades por sí mismas. Pero, además, cumple con otra misión, porque yo traté de encontrar respuestas a mi pregunta sobre el mal. Y las busqué tanto en la filosofía como en la religión, disciplinas que no ofrecen respuestas sobre el mal. A mí me gusta la postura de San Agustín, que define el mal como la ausencia del bien. Dios creó el bien y cuando vos te alejás de él generás el mal. Durante mi búsqueda, se me ocurrió que también podía estructurar el libro al estilo de los primeros filósofos, tomando como eje principal la pregunta sobre el mal y como subejes los cuatro elementos, que además están muy presentes en los cuentos que, como las sinfonías, también van in crescendo.
Leemos en la contraportada del libro que «Es imposible que alguien se interne en los doce cuentos que forman ‘La condición animal’ y no salga de ellos, al menos, sacudido, turbado y, por qué no advertirlo, también conmocionado por la intensidad de estas historias». Por todo esto, a la hora de escribirlos ¿necesitaste un filtro o un parapeto para distanciarte? Creo que uno lo pasa mal escribiendo, pero si mi personaje está cansado yo tengo que ponerme en su sitio y ver qué siento cuando estoy cansada. Eso forma parte de lo que decía antes sobre el arqueólogo que el escritor lleva dentro. El único que no convoca el cuerpo para escribir es Borges, porque él lee las situaciones con el intelecto, los demás se ven obligados a invocar su propio cuerpo para narrar.
Tu prosa describe atrocidades con un lenguaje sereno, a veces casi apacible. A mí me gusta lo que dijo Eloy Tizón sobre mis cuentos, cuando manifestó que yo parecía una escritora inglesa de estas que matan sin sangre, con una taza de té. Yo confío mucho en los datos que doy y preparo el ambiente adecuado. Después el lector es quien, con su imaginación, hace cosas más atroces que las que yo podría escribir. Me gustan los cuentos como están, con esa especie de elegancia que sortea el «momento sanguíneo».
Reservaste un hueco en los relatos para el amor, aunque sea un amor «con las manos cortadas», como el que encontramos en el cuento ‘Nostalgia de la morgue’. Sí, esta es una historia que sucede en un hospital donde hay un fragmento de un cuerpo, algo muy terrorífico. Y en ese espacio tan horrible queda hueco para el amor. En el fondo, yo también soy una cursi y creo que incluso en el lugar menos romántico y más desagradable, puede darse el amor.
Concluimos por hoy, ¿se puede saber cuál será tu próximo proyecto literario? No, no se puede [risas]. Nunca lo digo porque soy supersticiosa. Pienso que si nombro algo, entonces no ocurre y para que eso no suceda, no lo nombro.
Fue la propia Valeria Correa Fiz quien cerró el acto de la presentación y la entrevista con la lectura a los asistentes de un fragmento del cuento ‘Criaturas’, que cierra ‘La condición animal’ y que arranca diciendo: «De esa madrugada vacía, recordarás para siempre la abundancia sorda del blanco. Te detuviste en el primer semáforo…»
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