El jurado del Premio Alfaguara de novela 2019 manifestó que ‘Mañana tendremos otros nombres’, la obra ganadora, era «la autopsia de una ruptura amorosa que refleja la época contemporánea de manera excepcional». Escrita por el argentino Patricio Pron (Rosario, 1975), cuenta la ruptura de una pareja. Ellos viven en Madrid en un tiempo actual. Ambos rondan los cuarenta. Ella es arquitecta, tiene miedo a hacer proyectos de futuro y busca algo que no puede definir. Él escribe ensayos, lleva cuatro años a su lado y nunca pensó en verse soltero de nuevo, en un «mercado» sentimental del que lo desconoce todo. Por las grietas de su derrumbe como pareja se filtran las amistades, sus consejos y sus vidas, la mayoría de las veces con más dudas que certezas. Es la generación Tinder, la de unas personas que eliminan a otras con un dedo; una generación en la que todos están expuestos y a la postre desencantados. Y hasta ahí puedo leer… ‘Mañana tendremos otros nombres’ es una mirada a las relaciones sentimentales del animal humano desde una óptica sociológica que no excluye la ternura y una novela del amor en tiempos de las redes sociales.
Patricio Pron lleva una mañana desatada en València. Apenas sale del estudio de Cv Radio, con los cascos colgando, cuando me atiende. Es la primera hora de la tarde. Se le ve cansado por la promoción, larga, interminable aparentemente, que le exige viajar por toda Sudamérica para presentar la novela. Hay unos cafés de por medio. Ambos con sacarina. Ruido de cucharillas. Trasiego de parroquianos y camareras. Empezamos.
Enhorabuena, por el Premio Alfaguara de novela 2019, Patricio, ¿qué significa para ti haber obtenido este galardón?
Gracias. El premio significa una magnífica oportunidad para que esta novela obtenga una mayor resonancia de la que habría tenido si no lo hubiera ganado. Es también una puerta privilegiada para que los lectores entren a mi trabajo y me permite pertenecer a la lista de escritores que han ganado el Premio Alfaguara que, con sus más y sus menos, es uno de los más respetados en el ámbito del español. Resumiendo es un enorme placer, un cierto orgullo, una gran oportunidad y la responsabilidad de que el libro esté a la altura de lo que se espera de él.
‘Mañana tendremos otros nombres’ respeta esa alternancia tuya de escribir un libro de cuentos, una novela, otro libro de cuentos, otra novela y así sucesivamente.
Creo que sí, porque lo último que publiqué fueron cuentos. Me despisto un poco porque se mezclan con mis traducciones y ediciones en otras lenguas. Lo que es seguro es que en mi lista de títulos, es el segundo más largo.
¿Cómo surge la idea para escribir esta novela?
Pocas personas escriben por un solo estímulo, hay muchas motivaciones para hacerlo. Es el caso de esta novela. La primera chispa sucedió en el metro, un día en el que me encontré con dos personas que, sin conocerse, utilizaban Tinder a la vez; luego vinieron las conversaciones con algunos amigos que, tras sus separaciones, sentían que no hacían pie en sus nuevas relaciones amorosas; a esto hay que sumarle que ciertos términos como pareja, sentimiento o seducción están sufriendo una seria transformación de la que no está dando cuenta la literatura en español. Todo ello me ofrecía la oportunidad de abordar este tema de una manera menos tradicional, más vinculada con la realidad que vivimos que con el ideal de novela romántica que conocemos hasta ahora.
Tú eres un hombre felizmente casado, ¿por qué se te ha ocurrido explorar una ruptura matrimonial? ¿Es por miedo, por previsión o por ambas cosas a la vez?
Me temo que mis libros tienen un cierto carácter profético, que espero que ahora falle y no sea el preludio a la ruptura real con mi pareja [risas]. He podido escribir esta novela porque los cambios que percibía podía verlos desde una cierta distancia, ya que no me encontraba en esa incertidumbre que experimentan ciertas personas con los cambios que se producen en este territorio. Quizá estar enamorado un cierto tiempo, pero no en la cúspide del frenesí amoroso, me permite escribir sobre ello.
Dice la fajita que acompaña al libro, que la novela es la autopsia de una ruptura amorosa, desde luego los escritores cada vez escribís cosas más raras, ¿no te parece?
Esa es una opinión de los jurados del premio, que en algún sentido implica un sesgo generacional. Ellos hablan de autopsia, lo que supone inevitablemente una concepción de la experiencia amorosa como algo que ha muerto. Mi opinión, al margen de la suya que respeto mucho – sobre todo su decisión –, no es que haya muerto sino que ha cambiado, cambia y seguirá cambiando. Lo que hemos hecho no constituye sino una manifestación de los signos de apego que caracterizan a nuestra sociedad. En un tiempo eran los padres los que determinaban quien se casaba con quien; luego vinieron matrimonios por cuestiones políticas o religiosas y ahora hay otros motivos, que tienen que ver con las condiciones socioeconómicas que vivimos. Lo que no puedo predecir es en qué sentido o hacían donde caminarán las cosas.
Los personajes que rodean a los protagonistas también evolucionan y, de alguna manera, muestran la sociedad en que se desenvuelven, ¿pretendías ofrecer un retrato de todo esto?
Al margen del tema principal, creo que todo el libro de forma directa habla del momento en que ha sido escrito y, si la novela es buena, no solo cuenta cómo viven y cómo son sus personajes. En este sentido, mi apuesta era que el relato aparentemente banal de una ruptura ofreciese la oportunidad de contar el presente de un país como España. Poco a poco, el lente se va abriendo y vemos que no son solo ellos lo que le importa al narrador, sino también todo lo que les rodea.
Al final de la película ‘Annie Hall’ de Woody Allen, el narrador cuenta una historia sobre las relaciones humanas: «Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina. Y el doctor responde: ¿Pues por qué no lo mete en un manicomio? Y el tipo le dice: Lo haría, pero necesito los huevos. Pues, eso más o menos es lo que pienso sobre las relaciones humanas, saben, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos». Tras escribir tu novela, ¿has llegado a una conclusión parecida a la del famoso clarinetista de Brooklyn?
Es posible, la capacidad de autoengaño de la especie humana es inextinguible, enorme. Creo que los personajes tienen experiencias que no son muy distintas de las nuestras, independientemente de la edad. Lo que les diferencia es esto de dar un paso atrás y contemplar las relaciones amorosas cinco años antes. Ahí ven que han cambiado mucho. Observan a las personas de su alrededor, que viven experiencias amorosas diferentes o no a las suyas, y se dan cuenta de que estas relaciones responden al deseo de proximidad y apego y detectan una extraordinaria dificultad por generar más cosas. A esa complejidad, que es inherente a la naturaleza humana, si nos queremos poner pomposos, se le puede sumar una serie de desarrollos muy contradictorios, que afectan hoy a la forma de entender las relaciones amorosas de pareja. Estamos sometidos a mandatos contradictorios, por ejemplo, se nos pide que en el ámbito de trabajo seamos flexibles a todos los niveles y, al mismo tiempo, se espera de nosotros que tengamos relaciones amorosas estables y duraderas en el tiempo, lo cual es imposible ante una dinámica laboral que encadena precariedades. Nos piden que no establezcamos relaciones en el ámbito de trabajo cuando ocurre lo contrario, que el ochenta por ciento de nuestro tiempo lo pasamos allí y compartimos intereses y problemas con la gente que tenemos al lado. Los contratiempos que se pueden producir en este terreno hay que solucionarlos con herramientas tipo Tinder o similar, son promesas que provocan una enorme satisfacción porque son continuamente frustradas. Los personajes, además, constatan que esas herramientas no funcionan y vislumbran que una forma de intervención en el ámbito de lo político puede proceder de las decisiones que ellos toman en el seno de la pareja.
En las rupturas hay una primera reacción: los libros de Él, los libros de Ella, ¿qué hacer? Él opta por arrancar una de cada dos páginas de cada libro, algo que resulta cansado y lento, ¿no crees?
Sí, es un gran trabajo, pero en él está la resolución de varios problemas. Las personas toman caminos distintos y la separación material no sólo es dificultosa por el valor económico de las cosas, sino por el valor sentimental que les atribuimos. Tras una separación de bienes, la posibilidad de que se produzca la reconciliación se reduce al mínimo. Y en este asunto, lo que hacemos muchos es quedarnos con los libros de nuestras parejas – una cosa muy fea y de la que me avergüenzo personalmente – y el hecho de que Él decida quitar una de cada dos páginas es un intento de distribuir equitativamente los bienes, pero también la promesa de que si uno quiere leer el libro entero ha de recurrir al otro, ha de ir a buscarlo. Es una forma bonita de invitar a la reconciliación.
La novela está dividida en siete partes, con títulos temporales como Veinticuatro horas, Una semana, Cinco años, etcétera… ¿Una separación no se acaba nunca, simplemente evoluciona con el paso del tiempo?
Mmm, creo que no. En realidad, si lo piensas bien las consecuencias negativas y positivas de una ruptura se extienden más allá del momento de la separación e imprimen su aspecto definitivo a las relaciones amorosas que tendremos en el futuro. Pasado el dolor de los primeros momentos y si somos afortunados en pensar qué hemos hecho bien o mal con nuestra anterior pareja, tenemos la oportunidad de mejorar y crecer, y esa es la oportunidad que tienen los personajes de esta novela. Del reconocimiento de los errores cometidos, se beneficia nuestra siguiente relación. No son cosas agradables, pero sí pueden ser instructivas.
Has escrito ‘Mañana tendremos otros nombres’ utilizando capítulos cortos, divididos en párrafos compactos, sin puntos y aparte, con diálogos sin guiones, ¿es una condición que te has impuesto a ti mismo?
Correcto. No me gustan los puntos y aparte por cuestiones técnicas y estéticas. Podría decir por qué no me gusta, pero estaría engañándote ligeramente. Dejémoslo así, en que no me gustan. Cuando leo novelas no me molestan, pero sí cuando las escribo. De todos modos, en ‘Mañana tendremos otros nombres’ los párrafos son un poco más breves que en libros míos anteriores, lo que también facilita la lectura.
Él y Ella, los protagonistas de la novela carecen de nombres propios, son prototipos de personajes. En ocasiones, la utilización de Él y de Ella produce cierta perplejidad durante la lectura, ¿has buscado estas cacofonías a propósito?
Sí, sí, claro. Existía la posibilidad de que la novela se leyera rápidamente, al menos esa era la opinión de los primeros lectores y me parecía que eso podía entorpecer la participación activa del lector a la hora de dirimir algunas de las cuestiones centrales del libro. Por ello, pensé en ofrecer una pequeña resistencia a través de personajes sin nombre que, al tiempo que entorpeciese un poco la lectura, permitiese al lector identificarse más con ella. De todas maneras, en mis libros anteriores, la mayor parte de los personajes tienen nombre propio, no es algo nuevo para mí.
Él ha perdido su capacidad de relación con sus amigos, ha descuidado a sus amistades, le basta con relacionarse con Ella, ¿sucede esto muy a menudo en la vida real?
Creo que nos pasa a todos, aunque cada persona es distinta y quizá deberíamos hablar caso por caso. En el mío particular y a pesar de que he tratado de que la novela no tenga rasgos autobiográficos, sí que comparto con el protagonista este rasgo, que me vincula a una especie de obsesión por mi pareja. Si mi relación es satisfactoria, no preciso nada más, aunque acepto que la otra persona sí que quiera relacionarse con otras personas. Llevo diez años conviviendo con mi esposa y no es que el amor haya disminuido, sino que, por el contrario, ha aumentado y se ha intensificado a medida que he descubierto complejidades y aspectos en los que antes no había reparado. Percibo como una especie de amor supremo, que es lo mejor que me ha sucedido y que constituye un sostén y un alimento vital, que he buscado en todas mis relaciones sin encontrarlo hasta ahora. Se trata de una experiencia muy transformadora y los que la experimentamos, sólo podemos desear que el resto de las personas la tengan al menos una vez en su vida.
Por las páginas de ‘Mañana tendremos otros nombres’ aparece el Museo de las Relaciones Rotas de Zagreb, un museo muy especial, que parece creado con fines terapéuticos.
En la novela, todo lo que es verosímil no es verdadero y lo que es verdadero no es verosímil. Este museo pertenece a la categoría de lo verdadero. Fue creado por dos artistas croatas, que se habían separado y, mientras dirimían la propiedad de algunos objetos que tenían valor sentimental para ellos, se dieron cuenta de que a sus amigos les hacía gracia el trastero donde los guardaban. Poco a poco les fueron llevando cosas que hablaban de sus propias separaciones, de modo que el trastero, se convirtió en un repositorio del grupo de amigos y, finalmente, en un museo, primero clandestino y luego público. Cada objeto expuesto viene acompañado por un pequeño escrito que explica el motivo que le ha llevado a formar parte de la colección. Existe una materialidad de las rupturas en la que, movidos por una cuestión de sentimientos, no pensamos en principio y esa separación de bienes, de la que hablábamos antes, preside toda la relación.
Acabamos por hoy. Los gatos ocupan un papel importante en tu vida, ¿qué opinan de ‘Mañana tendremos otros nombres’?
Sí, tenemos dos gatos, Benito y Rodolfo, que son una pesadilla amable. Los amo mucho, por supuesto, Son lo más parecido que tendré nunca a un hijo, aunque esto puede suponer una desvergüenza para quienes tienen hijos. A estos dos hay que darles dosis muy puntuales de alimento material y simbólico. Son muy cariñosos, pero si están alimentados en ambos sentidos se entretienen entre ellos. Es la ventaja de tener dos. Al principio, se iban a llamar Ven y Vete, de hecho lo intentamos durante dos días, pero mi esposa se hartó y se quedaron como Benito y Rodolfo. Benito es todo un amor, pero Rodolfo es distinto. Son lo más parecido que tengo a dos compañeros de escritura y no deben de estar muy contentos, porque no los he mencionado en la novela. Lo haré en otra, seguro.
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