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Etiquetas | Internacional | Paraguay

INDI ya tiene presidente y Aldo Zucolillo muerde el polvo

El empresario inmobiliario Aldo Zucolillo muerde el polvo de la derrota y una época de abusos del poder mediático llega a su fin en el Paraguay
Luis Agüero Wagner
lunes, 25 de marzo de 2013, 11:17 h (CET)
Dijo Einstein que en nuestros tiempos es más fácil desintegrar un átomo que desintegrar un prejuicio, y muchos que todavía creen en el caduco poderío de ciertos empresarios de la prensa lo demostraron a lo largo de los últimos años.

A mediados de la década de 1990, durante la presidencia de Juan Carlos Wasmosy, el gobierno paraguayo entregó una condecoración a David Rockefeller, que generó cierta polémica en círculos de la intelectualidad paraguaya.

La distinción era inoportuna considerando que todavía vivían muchos paraguayos que participaron de la guerra del Chaco que en la década de 1930 enfrentó a los ejércitos de Bolivia y Paraguay por la posesión del subsuelo de dicha región, entonces disputado por la Shell y la Standard Oil Company, que desató la guerra prometiendo financiación y jugosas ganacias por su apoyo a la aventura bélica al presidente boliviano Daniel Salamanca.

Rockeller había sido invitado por un connotado miembro de la distinguida Sociedad de Las Américas (The Americas Society), "institución sin fines de lucro dedicada a informar a la gente de Estados Unidos sobre las sociedades y culturas del Hemisferio Occidental". En esta sociedad departían entre otros los chilenos Agustín Ewards, Alvaro Saieh, Fernando Léniz, Edgardo Boenninger, el venezolano Eugenio A. Mendoza -de la segunda familia más millonaria de ese país y la tercera continental-, el brasileño José Ermírio de Moraes, de la cuarta familia latinoamericana; la multimillonaria argentina Amalia Lacroze de Fortabat, el estadounidense David Rockefeller, Gustavo Cisneros, entre otros grandes multimillonarios e influyentes políticos del continente.

El anfitrión, el paraguayo Conrado Pappalardo, era entonces un influyente diputado oficialista, antes de bajar el perfil a raíz de las investigaciones que se le abrieron por el asesinato del vice-presidente Luis María Argaña en marzo de 1999. Estamos hablando de la misma persona que, desempeñándose como jefe de Protocolo de la Cancillería de Alfredo Stroessner, en julio de 1976 presionó a George Landau, el embajador de Estados Unidos de la época -invocando "un favor" solicitado a Stroessner por su colega Augusto Pinochet-, para que obtuviera sendas visas en dos pasaportes paraguayos falsos a dos supuestos empresarios cuyos nombres eran Juan William Rose y Alejandro Romeral.

El verdadero “negocio” de estos hombres, cuyos verdaderos nombres eran Michael Vernon Townley y Armando Fernández Larios, era asesinar a Orlando Letelier en Washinton el 21 de Septiembre de ese año.

Hoy conocemos de aquella conjura del Plan Cóndor porque el embajador Landau fotografió los pasaportes antes de estampar las visas y ésa fue la clave que le permitió al fiscal Eugene M. Propper desenredar el ovillo del crimen.

La paulatina desclasificación de documentos ha revelado los entretelones de aquella tenebrosa conjura para asesinar al canciller chileno con escalofriante precisión, incluyendo las razones por las cuales los sicarios de Letelier terminaron utilizando documentos chilenos en lugar de los paraguayos, en virtud de información que sólo pudo venir de la inteligencia estadounidense. Un memo del Departamento de Estado demuestra que éste estaba al tanto de las extrañas maniobras en la sede diplomática de Asunción desde el 1 de septiembre de 1976. Un anexo de un informe de la CIA a su vez demuestra que la oficina de Langley estaba en conocimiento de la trama que acabaría con el ex canciller chileno desde el 29 de julio de 1976, aunque no se explicaba porqué los asesinos incluso tenían el teléfono de la oficina del general Vernon Walters que le había proveído Pappalardo.

La documentación también explica que el 5 de agosto el embajador notificó al Secretario Adjunto de Estado Harry W. Shlaudeman del asunto, y al día siguiente se recibieron en Washington copias fotostáticas de los documentos que había tramitado Pappalardo para los asesinos. Shlaudeman notificó del extraño caso al servicio de Inmigración y se tomaron las medidas para negar la entrada a Estados Unidos a los sospechosos.

Este detalle del pasado de Conrado Pappalardo resuelve el misterio de la encendida defensa a la impunidad de Pinochet que acostumbra hacer el diario ABC Color de la capital paraguaya, como cuando el ex dictador chileno fue detenido en Londres por orden del juez Baltasar Garzón. Es que su cuñado el propietario del periódico, Aldo Zucolillo, estuvo a punto entonces de soportar un bochorno familiar con la extradición a Inglaterra de su pariente. Pero estos antecedentes y la impunidad de que siguen gozando ambos personajes, poco significan para todos los abusos cometidos desde su encumbrada posición de propietario de un medio de comunicación.

Si algo ha marcado al Paraguay de la transición democrática iniciada con la caída del dictador Stroessner en febrero de 1989, ha sido la seguidila de abusos del poder mediático perpetrados por el empresario Aldo Zucolillo. Ello explica porqué no puede resignarse a que el actual gobierno le ha hecho morder el polvo de la derrota, respaldando la gestón de Rubén Quesnel al frente del Instituto Paraguayo del indígena.

Conocido como empresario inmobiliario, Zucolillo se ha erigido durante todos estos años en árbitro de toda compra o venta de propiedades realizadas desde el gobierno, sin excepción. Ninguna propiedad pudo comprar o vender el estado sin su bendición, al menos hasta ahora, y ningún director de un ente abocado a ese tipo de negocios pudo conservar su cargo sin su venia.

Mejor dicho, ninguno de los anteriores a Rubén Quesnel, actual presidente del INDI, quien desnudó el montaje de Zucolillo y su contubernio con las ONG para destituirlo. La frustración del empresario inmobiliario hizo que se inicie en las páginas de su diario un desfile de cortesanos de su redacción, todos ellos personajes sin trascendencia ni autonomía de pensamiento, que aún consideran un gran destaque aparecer en un diario que en Paraguay ya leen solo los contemporáneos de su director, en asilos de ancianos y hospitales geriátricos. Pero los opositores al gobierno y sus colegas de los medios, ya conocen los motivos ocultos de las “denuncias” de Zucolillo, y saben que no necesitan a un diario impreso en decadencia para ganar unas elecciones.

Tanto es así que el desconcierto ha empezado a cundir en la redacción del otrora omnipotente amo de la agenda mediática nacional, que sigue dando manotazos de ahogado y golpeando puertas de fantoches de las ONG, Fiscales venales y políticos corruptos en busca de alguien que repita su desgastado libreto. Confundido por las limitaciones propias de la ancianidad, el director de ABC color cree que aún tiene en sus manos al presidente de la república para sus fines crematísticos, como tuvo cautivo al presionable y claudicante pusilánime Fernando Lugo. Dijo Cánovas del Castillo que la política es el arto de aplicar a una época aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible.

Hoy líderes políticos paraguayos están demostrando que ya lo saben, y han decidido que es el momento de terminar con los abusos del poder mediático que el diario ABC color, del empresario inmobiliario Aldo Zucolillo, perpetró impunemente por décadas.

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