Cincuenta mil aficionados se dieron cita el pasado viernes en las gradas del Benito Villamarín, en las vísperas de la sevillanísima Feria de Abril: unos cuarenta y ocho mil béticos que animaron sin parar a su equipo –salvo algunos, contados, que se marcharon cuando las cosas peor pintaban para el Betis-; y unos dos mil sevillistas que, como siempre, se hicieron notar en su manifiesta inferioridad numérica.
Y ni un solo problema entre ellos, algo especialmente reseñable toda vez que la asistencia al coliseo heliopolitano fue la mayor en un derbi en muchísimo tiempo –quizás la mayor de la historia en el feudo bético- y que, de los dos millares de seguidores visitantes, unos setecientos disfrutaron del partido mezclados entre la hinchada local.
Esto debería ser lo normal en una de las ciudades más bellas y más importantes de España como Sevilla. Y así ha venido sucediendo a lo largo de la historia de una de las rivalidades más cainitas y, a la vez, más bien llevadas de todo el fútbol mundial; pero no siempre fue así.
Todos recordamos, en una época bien reciente como la de los primeros años del todavía jovencísimo siglo XXI, episodios tan lamentables como el cuchillo lanzado al césped del Sánchez-Pizjuán en 2000; las candelas romanas contra los Biris en el Villamarín dos años más tarde; la paliza de varios aficionados sevillistas a un vigilante de seguridad y el intento de agresión de otro sobre el portero del Betis Toni Prats en la temporada 2002-2003; o el botellazo a Juande Ramos, entrenador del Sevilla y ex bético –donde años antes había hecho un excelente trabajo- en la eliminatoria de Copa de 2007.
Incidentes –los dos últimos, al amparo de la guerra personal y particular entre el denostado Lopera y el cada vez más “loperizado” Del Nido- que, además de conllevar las correspondientes multas cuantiosas y los cierres de los respectivos estadios, fueron pura “carnaza” para la mayor parte de las televisiones nacionales, casi siempre “pasotas” con lo que ocurre de Despeñaperros hacia abajo, pero prestas a hacernos todo el caso del mundo a los andaluces cuando salen los tontos de turno a hacer el cafre.
Afortunadamente, parece que esos tiempos ya pasaron. El trágico episodio de Antonio Puerta en 2007 y el –provisional, aunque con pinta y deseos de definitivo- alejamiento forzoso de Lopera de todo lo que tenga que ver con el Betis ayudaron a que se reinstaurase la normalidad entre estas dos aficiones rivales y hermanas al mismo tiempo, y que la violencia antes mencionada haya vuelto a dejar paso al pique y la guasa de toda la vida. Y aunque siguen habitando los descerebrados de siempre –que, desgraciadamente, los sigue habiendo-, últimamente éstos suelen encontrarse bien controlados por la policía.
Así, se disfrutan –y se sufren, también sea dicho- mucho mejor derbis como el de esta última pre-Feria. Un duelo vibrante, que tuvo todos los condicionantes de los mejores y más memorables partidos de fútbol: pasión, emoción, alternativas, polémica y muchos goles, repartidos equitativamente para dejar en el marcador un resultado final de 3-3 que, no nos engañemos, le sirve mucho más al Betis que al Sevilla por los tres goles enjugados, porque los béticos siguen bien metidos en la zona europea, y también porque –esto por aquí es absolutamente inevitable- los de Mel se mantienen en la clasificación seis puntos por encima de su eterno rival (aunque el Sevilla se llevaría el gato al agua en caso de empate final en el campeonato).
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