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El Principado de la Fortuna/Capítulo IV (Primera Parte) | |||
Sevilla, 27 de marzo de 1410 | |||
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► El Principado de la Fortuna/ Capítulo III Memorias de Ángel Sevilla III Tengo 94 años, disfruto de buena salud y la empresa cuya dirección he cedido hoy a Ángel Sevilla IV y a Fernando, mi hijo y mi nieto, tiene excelente rentabilidad. Así ha sido manifestado por los discursos pronunciados durante la fiesta celebrada en mi homenaje y sobre todo, así lo confirma un capital trece veces superior al que recibí de mi padre, Ángel Sevilla II. A los ojos de todos y en las partidas contables, fue un acierto mi distanciamiento de París a finales de los 50 del siglo pasado. El asesinato del preboste, Étienne Marcel, el 31 de julio de 1358, ponía fin, dramáticamente, a los negocios y a los proyectos que cimentaran, en septiembre de 1266, Fernando Sevilla I y Pierre Marcel, respectivamente bisabuelos del finado y mío y al grupo que habían fundado ambos en la calle de la Vieille Drapérie, que ha reunido, desde entonces, a varias generaciones que compartíamos los proyectos de gobernanza y de comercio que unían a nuestros antepasados. Estábamos todos tan implicados en las acciones de la víctima, que fuimos inmolados con ella. Por otra parte, mi matrimonio con Anne Pisdoe, nos hacía aún más vulnerables, dado que la doble traición de su poderosa familia, a la nuestra y al Delfín, atrajo las iras de éste y la familia fue a refugiarse a sus tierras en Normandía. Nosotros lo hicimos en nuestra sede de la Judería de Sevilla. No había otra alternativa puesto que la empresa había perdido, con la caída de los Marcel y del grupo de la calle de la Vielle Drapérie, casi la totalidad de la clientela de París y de todos los mercados que circulan en la ciudad. Por otra parte, la Peste Negra que había devorado a la mitad de la población, en la segunda mitad de la década de los 1340, se cebó, especialmente, con una Francia desgarrada y atacada del exterior; a causa de las crisis desencadenadas por candidatos al trono, que se consideraban con mayor legitimidad para ocuparlo que los Valois, titulares del mismo. Con la pérdida de población, París dejó de ser la gran urbe de occidente, designación adquirida con sus 200.000 habitantes. A finales de los 50, el mercado de la ciudad sufría ya los efectos de la crisis provocada por la pérdida de compradores, de vendedores y de artesanos. Sin embargo, nuestros socios, los Marcel y los miembros del grupo de la Vieille Drapérie, nos habían proporcionado excelentes negocios hasta la caída del proyecto. Desde entonces, ya no tenía sentido el mantenimiento de la sede de París. El regreso a Sevilla me fue dictado por la simple evidencia. Aquí teníamos nuestra residencia y todas las dependencias necesarias para el funcionamiento del negocio, así como los talleres de textil de lujo construidos, hace ya siglos, en el barrio de la Judería, por nuestro antepasado Ahmed Lakkhoua I. Desde aquí controlábamos el tránsito de mercancías provenientes de la red de tráfico caravanero del Sahara, legado por los antepasados cuyo apellido desconocemos. La clientela se limitaba a la que habíamos salvado, tras confirmar nuestra fidelidad a Alfonso X y a los de la Cerda. Era muy reducida e imponía drásticos recortes, de producción en los talleres y de tráfico caravanero a través del Sahara. Las reducciones de gastos y la capitalización por el cierre de la sede de París y por la venta de los edificios que componían la misma, saneaba nuestras cuentas y nos daba credibilidad, en un mercado cuya población de 40.000 habitantes, era mucho menor que la de París. No me sorprendió la propuesta de nuevos socios que recibí desde mi llegada a Sevilla. Se trataba de una familia genovesa, cuya instalación era, probablemente, más antigua que la nuestra y cuya influencia en la plaza nos desbordaba. Nunca habíamos sido competidores, porque trabajamos diferentes sectores. Ofrecemos un producto que es cada vez más demandado por una clientela de nuestros proponentes a socios, recientemente enriquecida y somos los únicos que podemos ofrecerlo. De la misma manera, los nuevos socios podían proporcionarnos lo que antes comprábamos a los Marcel. Este planteamiento me pareció interesante, porque representaba una compensación de la pérdida de clientelas y proveedores y no aumentaba gastos, al unir ambos en Sevilla. La oferta de acuerdo incluía cláusulas que me perjudicaban, tales como el otorgamiento de la exclusiva de mercados de influencia de Sevilla, que incluía Granada y los reinos de la península Ibérica. Las pérdidas provenientes del acuerdo quedaban ampliamente compensadas. Además y sobre todo, nuestro tráfico caravanero del Sahara era muy bien visto por unos socios que no cesaban de adquirir clientelas en las costas de los entornos. La última consideración tuvo un peso importante en la aceptación de la propuesta; el tráfico caravanero del Sahara era cada vez menor y pese a la liviandad de peso y de volumen de nuestro producto, los gastos de transporte habían tenido una gran subida, especialmente por el aumento de riesgo. Apenas llegaba a destino una décima parte de las expediciones. Puesto que la peste había afectado gravemente los mercados tradicionales de los genoveses, éstos, sin abandonar aquéllos, buscaban nuevos mercados en los entornos de las costas del Atlántico desconocido hasta entonces y se acercaban a nuestras rutas. Conservé intacta la capitalización proveniente de la venta de la sede de París y logré rápidamente aumentar beneficios. Bastó para ello con los ajustes ya expuestos. Además obtuve beneficios adicionales por el descenso de calidad y precio de los productos de los nuevos proveedores, que, al no ser percibidos por los nuevos clientes, permitía el mantenimiento del precio de venta. Pronto recuperamos la demanda perdida, porque las clientelas de los nuevos socios eran cada vez más ricas y tenían más ansias de acceder a los signos de poder que podían proporcionarles unos productos caros y con prestigio, que nuestra empresa había reservado, hasta entonces, a sucesivas generaciones de ricos y poderosos. Los negocios que hicimos superaron las expectativas más optimistas. Es un hecho que la penetración en las costas cercanas del Atlántico está activando nuevos mercados y moviendo mucho capital y que París no parece prestar mucha atención a aquélla. Es, asimismo, cierto que si nos hubiéramos quedado allí, estaríamos inmersos en la crisis de los mercados continentales, patente aún en Paris, en Bergen, en Brujas o en Nápoles, por mencionar algunos Creo que fue un acierto concertar la boda de mi hijo, el actual Ángel Sevilla IV, con Giovanna, que pertenece a una rica familia veneciana. Los socios genoveses pusieron el grito en el cielo ante el anuncio. Era, para ellos, difícil aceptar que nos aliáramos con sus enemigos. Me supuso un gran esfuerzo evitar una confrontación. En el acuerdo que firmamos no hay cláusula alguna que haga mención a Venecia o a los mercados de esta república. Logré convencer a nuestros socios que los mercados en los que nos proponíamos intervenir con esta alianza no afectaban a los de ellos. La nueva alianza ha sido un empujón para el despegue de nuestra empresa Aumentamos capítulos de gastos, para asegurar el transporte de los productos desde Sevilla hasta Venecia, pero fuimos generosamente compensados por el incremento de ventas. Toda mi gloria se desvanece si dejamos de mirar los resultados contables. Estos son excelentes, sin lugar a dudas. También lo han sido los obtenidos por todos mis predecesores, aunque ninguno de ellos logró un crecimiento tan espectacular como el mío. Sin embargo, si fijo la atención en el proyecto de empresa que han tenido todos mis antepasados, incluidos los que la legaron a Ahmed Lakkhoua I, soy el único traidor. En efecto, cuando decidí cerrar la sede de París, traicioné los proyectos de todos ellos, que incluían negocio y gobernanza. Nuestros antepasados cuyo apellido desconocemos, tenían suficiente influencia en Wanadou, al menos hasta la toma del poderoso imperio de Ghana por los almorávides, a partir de 1062. Para la instalación de Ahmed Lakkhoua I, era necesario que sus antepasados tuvieran fortuna e influencia suficientes para ofrecerle edificios, dependencias y talleres en la Judería de Sevilla. Además, éste recibió el negocio del tráfico caravanero y ante todo, el prestigio y la experticia suficientes para el mantenimiento de un mercado de productos de lujo destinados a los poderosos. En su diario, Ahmed Lakkhoua I, explica su vinculación con Abbad ibn Muhammad al-Mu'tadid, desde que el califa le encargó de sensibilizar en la belleza de la artesanía y en los negocios que puede promover la misma, a su hijo cadete, que accedió al trono con el nombre de Muhammad ibn ‘Abbad al-Mu‘tamid, hacia 1060 y nuestra familia mantuvo esta fuerte vinculación, hasta que el último califa decidiera exilarse a los entornos de Marrakech, en 1090. Es cierto que este periodo fue muy rentable para nuestra empresa y también son ciertas las crueldades y los abusos de poder que cometieron ambos soberanos. El diario de Ahmed Lakkhoua I evita menciones a estos graves hechos. Por el contrario, nuestro primer antepasado de apellido conocido, ofrece múltiples detalles sobre su papel en la corte, sobre la sede de la empresa en la Judería de Sevilla y sobre los talleres y redes de producción y de captación de nuestro producto estrella: los tesoros creados en los talleres andalusíes o adquiridos en el tráfico del Sahara. Los datos contables son excelentes. He leído con mucho interés el diario personal de Ahmed Lakkhoua I y los de todos mis predecesores, que, a su imagen, mantuvieron sus diarios personales y forman parte del legado, junto a los libros que componen el diario de la empresa. En efecto, como ya he indicado, soy el primero en haber traicionado el proyecto de mis predecesores. Es cierto que éstos ignoran en sus diarios, voluntariamente, ciertas perspectivas. Así, no sabemos prácticamente nada de nuestros antepasados sin apellido, pero me parece una extraña coincidencia que los mismos abandonaran Wanadou a la caída del imperio de Ghana en manos de los Almorávides y los Lakkhoua se pasaran al bando de Fernando III cuando Sevilla fue tomada por los mismos invasores. Ignoro la razón por la que el diario de Ahmed Lakkhoua I no hace comentario alguno sobre este hecho o sobre las razones por las que decidió instalar la sede en el barrio de la Judería de Sevilla. Ninguno de mis predecesores menciona la religión en sus diarios personales, aquélla solamente aparece en los libros de gastos, por donaciones o gastos protocolarios y estas anotaciones se refieren a los cultos del poder. Los Lakkhoua registran gastos destinados al culto islámico y los Sevilla, al cristiano. Además los cambios de nombres y de apellidos indican alineamientos a los mismos. Por lo que sé de mi experiencia con los Sevilla y por mis propias convicciones, no parece que seamos una familia que pertenezca a religión alguna, aunque mantenemos creencias, probablemente heredadas de nuestros antepasados que transitaban por el Sahara, antes incluso que los soniké fundaran el gran imperio de Ghana. Por una alusión que hace en su diario, Ahmed Lakkhoua I, sabemos que los antepasados tenían su sede en el barrio de los mercaderes de Wagadu, aunque, por el propio perfil de nuestro producto, aquéllos tenían que tener excelentes relaciones con la corte para obtener el capital y la oferta suficiente para abrir la sede de Sevilla. Ahmed Lakkhoua I tenía que tener reputación, capital y prestigio para recibir el encargo de formar al hijo del Califa. En todo caso, los Lakkhoua y los Sevilla mantuvieron una exquisita fidelidad en sus alianzas con los poderosos y lograron avances en sus proyectos de negocio y de gobernanza, pese a los muchos silencios sobre criminales injusticias cometidas por los poderosos aliados. Los Sevilla lograron un objetivo que los Lakkhoua ya habían cimentado; en efecto, Ahmed Lakkhoua IV participó en prácticamente todas las negociaciones de la taifa de Sevilla con los sucesivos reyes de Castilla, León y otros reinos y mantenía relación estrecha con la Escuela de Traductores de Toledo. No le fue difícil relacionarse con Fernando III y con el heredero de éste, Alfonso X y colaborar con los mismos en la toma de Sevilla, tras la caída de ésta en manos de los almorávides. De hecho, la familia tomó el apellido Sevilla, porque esta ciudad ha representado mucho para la misma, para nuestros proyectos y para Fernando III y Alfonso X. Ya habíamos adoptado el apellido cuando el último encontró en la ciudad apoyo incondicional para defenderse frente a los ejércitos de su hijo cadete, el que fue rey Sancho IV. Tanto Sevilla como nuestra familia mantuvimos fidelidad al testamento del finado rey, apoyando la causa de los de la Cerda, a nuestro juicio, los herederos legítimos, puesto que descienden de Fernando de la Cerda, el hijo primogénito, que murió, en batalla, el 25 de julio de 1275, unos meses antes de cumplir los 20 años. Nuestra implicación en la causa de los de la Cerda terminó cuando éstos pactaron su renuncia a los derechos al trono. Sin embargo, tuvimos que abandonar Sevilla y refugiarnos en la sede que había abierto en París, Fernando Sevilla I desde el principio de sus relaciones con Pierre Marcel, cuando ambos participaban en las capitulaciones para el matrimonio de Fernando de la Cerda y Blanca de Francia, en defensa de sus respectivos soberanos: Luis IX y Alfonso X, 1266. Así, nuestra empresa apenas se resintió de la perdida de clientela que supuso nuestro alineamiento en las causas del último periodo del reinado de Alfonso X y de los de la Cerda.. Hemos mantenido muy buenas relaciones con los últimos y obtenido algunos beneficios con este mantenimiento, especialmente en la corte francesa, donde los nietos del rey San Luis y los descendientes de los mismos han acogido a sus familiares excelentemente, hasta el desdichado Carlos de la Cerda. El último fue un personaje nefasto para mí y para los proyectos de nuestra familia y empresa. No me dio sino disgustos pese a y por su intimidad con el rey Juan II. No puedo culpar a este desgraciado de mi fracaso en París. Puedo, sin embargo, afirmar que el personaje tuvo un gran papel en el mismo. Yo trataba más con Luis de la Cerda, conde de Clermont y de Talmont y Almirante de Francia, quien formaba parte del círculo íntimo del rey Felipe VI. Aunque tenía casi 20 años más que yo, la excelente relación que éste tenía con mi padre nos acercaba y a medida que yo crecía, crecía nuestra amistad. Esta amistad estaba basada en la fascinación que sentíamos ambos por las conocidas como Islas de la Fortuna, que estaban sustentadas en leyendas y en misterios. Se hablaba de un archipiélago, pero no había certezas o testimonios. Para mi padre y para mí, estos sueños representaban un gran impulso para nuestro tráfico de mercancías, por la proximidad al Sahara. Para don Luis, era el principado de la Fortuna, una especie de Edén plagado de tesoros inagotables. Al margen de esta discrepancia, compartíamos el entusiasmo por crear un reino que quizá no fuera tan paradisíaco, pero que podía ser un territorio rico y próspero y una excelente plataforma para nuestros negocios y proyecto político. |
Desde la sección de relatos, prosa poética, haikus, sonetos, poesía gráfica, artículos de opinión y tantos otros contenidos, hasta las corresponsalías en Venezuela, Puerto Rico, Panamá, Cuba, Uruguay, Argentina, Italia y otras, podemos decir que el número 90 de esta revista es una oferta variadísima para los sentidos de los amantes de las letras, la cultura y el arte.
Un nuevo pensamiento, una nueva verdad, un nuevo despertar. Me arrullan las últimas palabras del cercano y entusiasta escritor Jorge S. L. Almarza en esta entrevista. ¿Quién no quiere encontrar otros mundos, más amables, quizás, más alineados con uno mismo en este nuestro tan acelerado y, a veces, despersonalizado? Quizás por eso Los descendientes del eclipse, su primera novela, tiene tanta fuerza y color para los lectores que se atrevan a leerla.
Entre sus preferencias lectoras dentro del género negro, Ibon Martín no duda en señalar a Mikel Santiago, Domingo Villar y Stieg Larsson, que no son malas referencias. Ibon, donostiarra del 76, acaba de publicar ‘Alma negra’ (Plaza & Janés), la cuarta novela que cierra la trilogía protagonizada por la ertzaina Ane Cestero, en la que el rey del thriller atmosférico, nos traslada a su escenario más extremo: la zona minera de Vizcaya.
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