El Bayern Munich se proclamó merecidamente, por quinta vez en su historia, campeón de Europa el pasado sábado en Wembley; merecidamente no ya sólo porque fue mejor que el Borussia Dortmund en una vistosísima final sino, sobre todo, porque ha sido el gran dominador del fútbol europeo en la temporada que está al borde de su finalización.
Si no ocurre nada extraño el sábado en la final de la copa alemana, los bávaros se convertirán en el tercer equipo desde 2009 que logra el triplete liga-copa-Champions en la misma campaña. Una trayectoria insuperable, a la que el Bayern deberá darle continuidad en los próximos años de la mano de un Pep Guardiola que, tras su año sabático, se encontrará con un reto de considerables dimensiones porque, después de esto, tengan por seguro que todo lo que se gane sabrá a poco allá por las tierras del sur de Alemania.
Guardiola llega, naturalmente, al club teutón más poderoso con el aura brillantemente ganada en sus cuatro años anteriores en el Barça no sólo por los títulos ganados sino por la excelencia del juego practicado por el equipo culé, y por su conocida osadía a la hora de tomar decisiones que a más de uno le quitaría el sueño. Pero precisamente por todo esto, también arriba a Munich con la suma exigencia del que ha llegado a ser el mejor del mundo.
Pep sabe de sobras que hay gente que le estará “esperando”. Y no me refiero ahora a los que, en España, se dedicaron a hacerle la vida imposible en beneficio del entonces “dios” madridista Mourinho; no especialmente, al menos. Hablo de aquellos germanos que, a buen seguro, no habrán aceptado de buen grado el reemplazo del “veleta” Heynckes –“acabaré la temporada con 68 años: ahora me retiro, ahora lo niego; ahora me vuelvo a retirar, ahora lo niego otra vez…”-.
Algo comprensible, porque el ex entrenador del Athletic, Tenerife o Real Madrid entre otras escuadras puede presumir de haber terminado con la condición de “losers” –“perdedores”- a nivel europeo tanto del gigante bávaro como de su gran héroe del sábado, Arjen Robben. De bien nacidos es ser agradecidos, y por ello es lógico que en Munich se recuerde con cariño a Jupp, el que le ha devuelto la hegemonía que no tenían desde los años setenta a pesar de que su último título europeo databa “sólo” de 2001; y con una autoridad de la que nunca han disfrutado.
Pero si de algo puede presumir Guardiola, más aún que de excelencias, es de carácter. Eso y su inteligencia latente me hacen confiar, para desgracia de los equipos españoles, en su capacidad para solventar el desafío mayúsculo que tiene entre manos y cumplir, uno por uno, todos los objetivos que harán permanecer al Bayern en la cúspide del fútbol europeo y universal, sin disminuir un ápice la calidad y la contundencia de su juego. El primero de ellos, si antes se gana la copa al Stuttgart, completar el hexacampeonato en un año natural que el propio Guardiola obtuvo con “su” Barça en 2009. Y después, hacer de los muniqueses los primeros en revalidar título europeo desde que la Copa de Europa se llama Liga de Campeones. Como seguidor de los equipos españoles, ojalá lo segundo no lo consiga.
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