El pasado sábado se puso fin a un nuevo campeonato de liga, con una última jornada plena de emociones, goles y alternativas. El éxtasis por la salvación en Vigo; la euforia por la Champions en San Sebastián; el regreso del “Eurobetis”; la lucha por el noveno puesto; la frustración en Valencia; y el drama en Coruña, Mallorca y Zaragoza.
Y todo ello, como en la fecha anterior, con un denominador común: el atractivo, la viveza de los diferentes carruseles, el embrujo de las ondas; el gran alimento mediático y difusor del fútbol durante tantos y tantos años, ahora desvirtuado por completo merced al desvarío al que estamos llegando con los derechos de televisión.
Quien os habla creció, como seguidor incondicional de la radio deportiva durante los fines de semana, con el gran fenómeno periodístico –para bien y para mal, dependiendo de los gustos, así se le debe considerar- de nuestro país, el maestro José María García. Eran, a finales de los ochenta, los tiempos de Antena 3 Radio, y no había domingo que faltara en casa la música del gol en los diferentes estadios: Las Gaunas, Carlos Tartiere, La Condomina, Benito Villamarín, Sánchez-Pizjuán, Atocha, Luis Casanova –actual Mestalla-… además de los clásicos Camp Nou, Bernabéu, Calderón y el ya añorado San Mamés.
Todo eso, por desgracia, se ha perdido absolutamente por mor de la locura desatada por el dinero, a través del soporte con el que la radio llegaría a formar un tándem imparable poco después: la televisión. Las desorbitadas cantidades monetarias ofrecidas por los diferentes operadores a mediados de los noventa, y el despilfarro económico llevado a cabo por los clubes provocaron que estos últimos, incapaces de cuadrar sus cuentas a través de los métodos tradicionales, fueran progresivamente vendiendo su alma al diablo hasta darle el poder absoluto a una “caja tonta” que, quién lo diría, ha pasado a ser la que verdaderamente ha tomado el control de la competición, en todos los sentidos. Uno de ellos, quizás el menos importante pero también muy significativo, el de las tardes mágicas con el transistor.
Volver a aquellos maravillosos años ahora mismo es imposible, sobre todo mientras que el actual poseedor de los derechos –no lo nombro para no hacerle propaganda, aunque todos sabemos de sobra de qué empresa se trata- únicamente tenga un canal de televisión para su explotación. Y además, reconozco que poner nueve partidos el domingo y uno –el emitido en abierto- o dos a lo sumo el sábado hoy sería, para todos, una barbaridad. Pero encontrar un equilibrio no es nada difícil, al menos yo lo veo así. Ya se logró al principio de la pasada década, ubicando los diferentes encuentros entre el sábado y el domingo a partes equitativas –¡viernes y lunes no, por favor!-, y en una franja de unas cuatro horas por cada día.
Pretender que el aficionado se pase el fin de semana pegado al televisor “tragándose” todos los partidos es imposible; no hay cuerpo que aguante eso. Por ello, con el regreso a la fórmula recientemente comentada, acabaríamos ganando todos: clubes, aficionados –no se verían mareados por los horarios-, operadores… y las radios, con sus respectivos carruseles.
Éstos, los “ojos” de gran cantidad de generaciones de aficionados, también lo serían ahora, en plena crisis, de quienes carecen del dinero suficiente como para permitirse ver el fútbol “codificado” y para pagarse una buena conexión a Internet. Y también permitiría, a quien religiosamente paga año tras año un abono, seguir la evolución del resto de la jornada desde su asiento en el estadio de su equipo favorito. Porque la magia de la radio deportiva, “canela fina” para los buenos y veteranos seguidores del balompié, merece ser desplegada mucho, pero muchísimo más allá de la obligatoriedad competitiva que dictan las dos últimas jornadas del campeonato liguero.
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