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Memoria, entendimiento y voluntad

Francisco Rodríguez
Francisco Rodríguez
miércoles, 23 de agosto de 2006, 01:45 h (CET)
Los viejos catecismos de Ripalda y Astete, del siglo XVII, decían siguiendo a Aristóteles, que las potencias del alma eran tres: memoria, entendimiento y voluntad,. A pesar de tan venerable antigüedad estos conceptos han sido eliminados del lenguaje de los especialistas. Pero yo sigo pensado en estos términos aunque ahora la memoria esté desprestigiada como potencia del alma y sustituida por el amasijo de células del cerebro que los estudiosos tratar de cartografiar para ver en que lóbulo, circunvolución o amígdala las personas guardamos el recuerdo de lo que aprendemos, de lo que sabemos, de nuestra vida. El entendimiento ha sido sustituido por la inteligencia y se busca afanosamente crear una inteligencia artificial que funcione más rápido, más alto, más lejos que nuestras limitadas entendederas. La voluntad anda desaparecida, confundida entre pulsiones, sentimientos y emociones, materia prima de la psicología o la psiquiatría pero no de la educación.

Hoy cuando hablamos de memoria a lo que nos referimos muy a menudo es a la capacidad del hardware de nuestro ordenador. Pero ahora está en boga lo de memoria histórica que no sabemos muy bien de lo que se trata. La historia es una ardua disciplina que trata de fijar hechos pasados y, en base a ellos, construir explicaciones coherentes de lo acontecido. La percepción que tenemos del pasado, y pasado es incluso nuestro huidizo presente, consiste en datos fragmentarios que nos llegan y que acogemos en nuestra memoria. Si frente a los datos del pasado remoto o del pasado reciente no tenemos un filtro o un potente “antivirus” que elimine la mentira o el interés espurio del proveedor podemos resultar engañados También podemos engañarnos a nosotros mismos si no sometemos todo a un exigente criterio de verdad, aunque esta verdad nos sea incómoda. Las interpretaciones históricas siempre son subjetivas pero pueden tratar de imponérsenos como objetivas, como indiscutibles. Hay muchos pseudo-historiadores que en lugar de establecer una hipótesis de trabajo que pueda ser confirmada o no, fijan la finalidad de lo que van a hacer y seleccionan arteramente los datos que favorecen a su postura y silencian o desfiguran los que no encajan con su visión previa e interesada. Memoria sí, pero ejercitándola con un criterio insobornable de verdad. Si no lo hacemos serán otro los que atiborren nuestro cerebro con sus mentiras interesadas.

El criterio que necesitamos lo podemos conseguir ejercitando el entendimiento, nuestro propio entendimiento. Es duro y fatigoso pensar y tratar de entender por eso la gran tentación de aceptar lo que otros piensan, si esos otros son aquellos con los que simpatizamos. Está claro que no podemos entenderlo todo ni saberlo todo: somos limitados, necesitamos que otros nos ayuden. Pero no todos los que se presentan como maestros lo son. Muchos se presentan exhibiendo una autoridad científica y lo que pretenden es convencernos de lo que a ellos interesa, pero ¿cuáles son sus intereses? ¿a quién sirven? ¿a la verdad o al poder, a su ambición, a sus ideologías, a sí mismos…?

Claro que para hacer esto necesitamos voluntad y voluntad firme y ejercitada. Los sentimientos, las emociones, las pulsiones, forman parte de nosotros sin duda, pero la voluntad es otra cosa: es la facultad de decidir y ordenar la propia conducta en libertad. Es una potencia, una fuerza, que nos realizara como personas y en cuyo ejercicio encontraremos la satisfacción de ser nosotros mismos. Si no nos dejamos llevar por la inconstancia de las emociones pasajeras, si no rehusamos el esfuerzo de pensar, si tomamos nuestras propias decisiones sin dejarnos influir por la moda, la publicidad, lo políticamente correcto o lo que diga nuestro partido, podríamos terminar diciendo como el famoso poema de Kipling: serás un hombre, hijo mío.

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