Además de preparar a los profesionales que la sociedad necesita, la universidad tiene la misión de formar personas desde la responsabilidad y desde una base ética.
Que la universidad tiene una misión específica nadie lo discute, salvo en regímenes ideológicos totalitarios o fanáticos. En 1930, pronunció Ortega y Gasset su lección sobre “Sobre la reforma universitaria”, que publicaría bajo el título “Misión de la Universidad”. Hoy podemos hablar de una nueva misión de la universidad. Esta tiene una misión social que cumplir, la de formar a los profesionales que la ciudadanía necesita.
El profesor es el profesional por antonomasia, el profesional de los profesionales. Su responsabilidad es máxima. Esta es la razón del reconocimiento público de la dignidad de su función a través del respeto y la consideración de sus conciudadanos. Somos unos enviados, del latín missio. “Siempre deberíamos pisar un aula como quien se introduce en un lugar sagrado”, afirmaba el profesor Diego Gracia Guillén.
Ha habido varios modelos, desde su nacimiento en el siglo XII. El más tradicional era el que concibe la universidad como un “adoctrinamiento”. El maestro enseña, adoctrina y el discípulo aprende. Es una relación vertical, asimétrica y unidireccional. Hoy abjuramos de este modelo.
Otro modelo es el liberal que postula mantener la neutralidad en cuestiones de valor. El primer modelo intentaba imponer valores, el segundo pretende ser neutral, como pretendieron los positivistas. La cátedra, dicen, debe servir para transmitir “hechos” científicos, no “valores”.
Pero los valores son un elemento fundamental de la vida humana. Intentar prescindir del mundo del valor es ya una valoración, y no la más inteligente. Nadie puede ser neutral en cuestiones de valor. “La tesis de que la ciencia es neutra, es falsa” afirmó. Nada está libre de valores. No valorar los valores es ya una valoración. Ortega en 1923 publicó ¿Qué son los valores? La mente humana tiene resortes que le permiten no sólo percibir sino imaginar, soñar, recordar, razonar…y estimar. Estimar, valorar o apreciar es una función psíquica propia de los seres humanos. De los datos de percepción decimos que son “hechos”. La estimación nos permite descubrir en las cosas unas cualidades que llamamos “valores”. Son procesos distintos: podemos percibir lo mismo y valorar diversamente.
El valor de los procedimientos técnicos tiene carácter “instrumental”. Por eso es preciso distinguir entre los valores que son “fines” y los que son “medios”. Yo como para estar sano o como por placer. A los primeros suele llamárseles “valores intrínsecos” y a los segundos “valores instrumentales”. El intrínseco es el que tiene valor en sí mismo o por sí mismo, no por referencia a otros. El filósofo británico George E. Moore, encontró un modo para identificar los valores intrínsecos. Se trata de pensar en un mundo en el que una determinada cualidad faltase, y ver si nos parecía que habíamos perdido algo importante. Un mundo en el que desaparecieran la belleza, o la justicia, o la bondad, o la amistad, o el amor, o la salud, o la vida… Si esas cosas nos parecen imprescindibles en un mundo de seres humanos bien ordenado, es que son valores en sí, valores intrínsecos.
La ética consiste en la realización de esos valores porque dan sentido a nuestra vida y definen nuestras obligaciones morales. Los valores instrumentales tienen que estar al servicio de los intrínsecos. De ahí que la técnica no puede ser absolutamente neutra, porque lleva siempre un valor añadido. Hago esto porque lo necesito, porque me gusta, o porque quiero, para sentirme mejor. Por eso, la afirmación en 1970 de Milton Friedman, en un artículo sobre ética empresarial, de que la única obligación moral del empresario es ganar mucho dinero y que cualquier otro objetivo le impedirá capitalizar la empresa y hacer frente a sus competidores… sea una monstruosidad, a pesar de que informe al pensamiento único, que tantos empresarios y políticos siguen con fervor.
Según este Premio Nóbel de Economía, la “responsabilidad social” de las empresas es una grave “irresponsabilidad”.
Esto significa que la máxima institución docente, la Universidad, no puede contentarse con una formación técnica sino que tiene que incluir entre sus objetivos la formación en los valores intrínsecos. A esto suele llamársele formación humana o humanística que jamás podrá prescindir de los valores. Esta es la nueva misión de la Universidad.
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