El problema de Catalunya se lo debemos, principalmente, a aquellos que, como la familia Pujol y la retahíla de políticos nacionalistas que les han seguido, en ocasiones, superándoles en sus desquiciadas peticiones de más autonomía, más poder de decisión, más facultades de auto gobierno y por fin, como resultado natural de tantas concesiones que, el Estado, para evitar problemas con esta región, les ha ido otorgando, entre ellas un Estatuto de Autonomía que, por mucho que lo quieran negar los que contribuyeron a su aprobación, roza la inconstitucionalidad si es que no la invaden claramente. Con Catalunya los diversos gobiernos centrales han ido adoptando una actitud de dejaciones, de evitar el enfrentamiento directo y de claudicar una y otra vez, temerosos de que el nacionalismo acabara por obligarles a acudir a las medidas de castigo establecido en nuestra Constitución. El característico miedo a tomar decisiones difíciles.
Catalunya es la autonomía que más ha recibido del Estado, sin comparación con el resto de autonomías españolas. También ha sido la más pedigüeña, la que más se ha quejado y mendigado, la que más ha venido lavando el cerebro a sus ciudadanos con la sempiterna queja de que han sido la Cenicienta de España, porque ha sido la que más ha contribuido al PIB y la que menos compensaciones ha recibido. No es cierto, pero les conviene usar este truco para hacer que los catalanes se sientan perjudicados. Lo que no dice el señor Más y el señor Mas Colell es que si no fuera por el Estado no podrían pagar los salarios de los funcionarios, no podrían atender al vencimiento de los intereses y el principal de los famosos bonos patrióticos que, tan alegremente, emitieron a un interés insostenible y más aún en tiempo de crisis. Ahora piden que se les aumente en proporción mayor que al resto de autonomías, la financiación que reciben del Estado, cuando ya están recibiendo la parte más grande del pastel a cargo de la partida destinada al Fondo de Liquidez Autonómica (del que ya se han gastado más de 20.000 en los dos años anteriores) y los que llevan la mayor parte del total del Fondo Financiación autonómica del Estado.
Dicho esto, hemos tenido ocasión de conocer un interesante informe sobre un estudio del Gobierno Británico, en el que se contempla lo que significaría para Escocia conseguir su autonomía. El resultado es apabullante. Escocia perdería más de un 80% de sus ventas al Reino Unido como consecuencia de su separación. El informe del Tesoro habla con claridad de que “el efecto frontera” perjudicará la economía de la zona y limitará los movimientos de personas y capital que ahora se pueden mover sin restricciones. El hecho de que, en Europa, estemos en un espacio de libre comercio, aunque parezca que carece de lógica, sin embargo, según se desprende del estudio mencionado, el resultado del llamado “efecto frontera” da lugar a que las relaciones económicas entre dos países sean muy inferiores a las que deberían ser. Así pues, por raro que pueda resultar: los efectos de un “Si” mayoritario en Escocia, llevaría a que, la economía del conjunto del Reino Unido, sufriera un gran impacto. Posiblemente, el mayor trauma lo sufriría el comercio entre ambas regiones que quedaría reducido en más de un 80% del intercambio entre Escocia y el resto del país.
Llevando lo recogido en el estudio, anteriormente comentado, a nuestro caso particular de la relación entre la autonomía catalana y sus amenazas de escisión de España, ya hemos comentado en otros escritos nuestras suspicacias y dudas acerca de la posibilidad de que, una separación de España fuera insostenible para un nuevo país que debería enfrentarse a su futuro con una deuda pública de 50.000 millones de euros; sin posibilidades de financiación externa, ya que su deuda está calificada por las agencias de rating como BBB ( bono basura) algo que ya pudo comprobar el señor Mas, cuando fue a intentar que los EE.UU le compraran bonos emitidos por la Generalitat y tuvo que regresar con el rabo entre piernas, ante el rotundo no que recibió.
Se habla de que, el intercambio comercial entre la región catalana y el resto del país, puede llegar a ser de un 60% (yo diría más, pero ya vale la cifra). Sin duda, si aplicamos las conclusiones del estudio del RU respecto a una posible separación política de Escocia; nos encontraríamos que, al aumento de la deuda catalana que se produciría al tener que encajar la parte de la deuda del Estado que le correspondería
( por el endeudamiento de éste para atender las necesidades financieras catalanas), un incremento que podría llegar a suponer hasta el 100% del PIB catalán ( 264.000 millones de euros); que podría a alcanzar hasta el total del PIB de la comunidad; añadámosle los 50.000 millones del endeudamiento de la comunidad y, para redondear el panorama, contemplemos el llamado efecto frontera ( algo que, sin duda, se iba a producir inmediatamente, debido a las antipatías mutuas que, el proceso independentista, está provocando entre catalanes y el resto de españoles) y podremos llegar a la conclusión de que, desde el punto de vista de sostener una nación catalana independiente, con 600.000 parados que subsidiar, es una aventura catastrófica, irrealizable y absolutamente imposible de financiar si, además, contemplamos la imposibilidad de entrar en Europa sin la unanimidad de los países comunitarios para poder hacerlo algo que, evidentemente, no sólo por la hipotética negativa de España, sino por el hecho mismo de que le legislación comunitaria no contempla esta posibilidad y la poca simpatía que muchas importantes naciones de la CE sienten por esta clase de reivindicaciones nacionalistas.
Se pone un ejemplo, en el estudio mencionado, de las relaciones entre dos países norteamericanos: Canada –ËE.UU, entre los que existen unas relaciones de vecindad excelentes, tienen una cultura muy parecida y una larga historia de convivencia pacífica, descontando el importante dato de que ambas ciudadanías hablan el mismo idioma. Comparten un área de libre comercio y se puede decir que son las dos economías más diversificadas del mundo; pues bien, argumenta el estudio: no debiera haber muchas diferencias en las ventas de una empresa de Toronto a una empresa de New York (el estado más cercano de EEUU) o de Monreal. Pues las hay, tanto como un 44%. Si usted habla con los catalanes siguen convencidos que las relaciones de las empresas catalanas con otras del resto de España no sufrirán cambio alguno, sin embargo, es una suposición muy arriesgada ya que, en este caso, ya no es simplemente lo que pudiera ser el efecto psicológico de “frontera” sino que aquí ya no existiría el libre comercio y tampoco podrían entrar en la zona de libre comercio europea, sin hablar del tipo de moneda que se debería usar. Fronteras, aranceles, tasas, distintos cambios de divisas etc. no son precisamente la clase de situación ideal que han pintado los políticos catalanes a todos aquellos que han antepuesto su sentimiento nacionalista al tradicional “seny” que se le atribuye al pueblo catalán.
Lo malo es que no estamos hablando de un negocio con pacto de retro. El juego no tiene vuelta atrás y, una vez consumada la ruptura, deberían apechugar, entre otras lindezas con un brutal aumento de impuestos sin el cual, el gobierno catalán, no podría resistir ni dos meses. Claro que tenemos la esperanza de que, el Gobierno, aunque tarde y forzado por las circunstancias, acabe por acabar de una vez con semejante tontería. O así es como valoro yo las posibilidades de un Estado catalán. ¡Nulas!.
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