Ciudad de València. Octubre. Dieciséis horas. Un miércoles. Día de otoño que huele a verano. El escritor Jordi Llobregat se muestra satisfecho con ‘No hay luz bajo la nieve’, su nueva novela, editada por Destino. Es algo que no puede ocultar. Tampoco lo pretende. Ha trabajado duro durante mucho tiempo para presentar este thriller, ambientado en una abadía, entre montañas inmisericordes, y protagonizado por una policía atípica que firma su debut en la literatura: la subinspectora Álex Serra, una mujer con problemas asmáticos y ansiedades, que utiliza Ventolín y está apartada del cuerpo policial por disparar, accidentalmente, sobre su compañero Manel. En su regreso al servicio activo, Serra no se enfrentará sola con el horror de unos crímenes. Le acompañará Jean Cassel, teniente de la policía francesa. Juntos recorrerán un camino salpicado de sorpresas, sobresaltos y mucha nieve. Al fondo, como un telón espeso y oscuro, la colonia industrial de la familia Dalmau y más de un personaje enigmático. ‘No hay luz bajo la nieve’ posee todos los elementos para ser lo que es: un estupendo thriller sobre el que pude charlar con Llobregat durante un buen rato. A Jordi, quizá, se le ve un poco cansado, pero feliz y tranquilo, saboreando cada sílaba, cada palabra, cada respuesta suya. Así lo registró la grabadora a partir del momento en que pulsé la tecla Rec. Con el piloto rojo encendido, comenzamos nuestra conversación.
Jordi, me encanta la portada de tu novela.
Me pasa lo mismo que a ti. Me parece muy apropiada para ‘No hay luz bajo la nieve’, el título de la novela. Titular es una tarea complicada para mí, me cuesta elegir. Pero no cabe duda de que, en este caso, diseño y título conjuntamente funcionan bien.
Eres director del festival València Negra y codirector de Torrent Histórica, un festival de novela histórica. También participas en el programa Xats, publicas artículos, tienes tu propio trabajo y una hija, ¿de dónde sacas tiempo para escribir una novela con más de quinientas páginas?
[Risas] Lo de la hija es importante, porque requiere mucha dedicación, mucho tiempo. Y también tengo pareja y viajo mucho… Sí, mi tiempo es muy limitado y me apaño como puedo. Todo es problema de organización y, aun así, estoy lejos de otros autores que conozco, que le sacan un enorme partido a su tiempo. Creo que soy bastante metódico y, a la vez, caótico y en ocasiones no consigo estirar las horas todo lo que necesito, porque procrastino mucho.
A la hora de escribir, ¿precisas de algunas condiciones especiales para hacerlo?
No necesariamente. Las cosas evolucionan. Yo planifico mucho y eso suelo hacerlo en bares o lugares parecidos, porque me llevan a procrastinar [risas]. En seguida me intereso por lo que sucede a mi alrededor, me distraigo y, aunque parezca mentira, eso me ayuda mucho. Ahora bien, a la hora de escribir sí que necesito una atmósfera más tranquila. Y uno de los mejores momentos para mí es cuando empieza la noche de verdad, cuando toda la gente se ha ido a dormir… Es un ambiente bonito, calmado, en el que me siento muy bien. Me gusta estar solo en medio de la ciudad. En este sentido soy un tipo muy urbano.
¿Disfrutas más documentándote o escribiendo?
Son momentos distintos. En ocasiones comienzo a documentarme con algo que no encaja con lo que necesito. Busco sin saber muy bien lo que quiero y encuentro cosas que no me van a servir para nada. Sin embargo, de repente, aparece una veta, te das cuenta de que es lo que quieres y la sensación es muy buena. Escribir es otra cosa, porque escribir es crear. Cuando fluye la escritura te sientes muy bien. Es un instante mágico, que me recuerda mi época de nadador. Cuando alcancé mi punto óptimo en la piscina, yo no nadaba, fluía, era como si rozase el agua. Fueron momentos impresionantes que, a veces, echo de menos porque los disfrutaba mucho.
¿Has sentido el famoso miedo al papel en blanco en esta segunda novela o eso no es más que un mito?
No, no es un mito. En realidad, no es que tenga miedo al papel en blanco, lo que ocurre es que nunca eres tan libre como cuando escribes tu primera novela. Es algo que les sucede a casi todos los escritores. Cuando te llegan las reacciones que has generado con tu libro, que suelen ser muy bonitas, al escribir la segunda resuenan en tu cabeza. Y a mí me pesa mucho cumplir las expectativas generadas, porque la novela no se completa hasta que es leída por otros. Si los lectores te dicen «quiero más», te sientes muy feliz.
¿Cómo te tropezaste con la historia que dio pie a escribir ‘No hay luz bajo la nieve’?
En este caso el punto de partida fue una imagen, que no aparece en la novela. Se trata de una fotografía de un grupo de seminaristas de comienzos del siglo XX. Me llamó la atención, porque los retratados presentaban expresiones de vanidad, violencia, orgullo sobremedido, a la vez que, de miedo, agresividad… Era una serie de cosas que yo no esperaba, que no encajaban con la idea que yo podía tener a priori sobre un grupo como aquel. Me impactó mucho y me la llevé conmigo. Ese verano viajé por los Pirineos y visité las colonias industriales, con lo que la idea fue tomando forma. Mi primera intención era narrar la historia del grupo de seminaristas, sin embargo, fui tirando del hilo y salió esta novela.
Más que género negro, un término que cada vez resulta más fronterizo, pienso que ‘No hay luz bajo la nieve’ es un thriller, como también lo era tu anterior novela, ‘El secreto de Vesalio’, ¿por qué te has mantenido dentro de este mismo registro?
Efectivamente, es un thriller. A priori, cuando escribo una historia no decido a qué género va a pertenecer, pero lo cierto es que me siento cómodo en el thriller, porque me permite hablar de ciertas cosas que me apetece contar. De todos modos, esta novela es una mezcla, porque tiene aspectos propios del género histórico. Como lector todo eso no me importa, porque lo que busco son las buenas historias. Los lectores saltan de una cosa a otra, devoran toda clase de libros. Mucha gente ha leído ‘El nombre de la rosa’, que marcó este género, con el mismo interés que lee a Almudena Grandes o a Michael Ende. A mí me gustan todos los registros. Me interesa la literatura fantástica o la de terror, que pertenecen a géneros con sus propias normas de escritura y generan productos muy interesantes.
Tú puedes hablar del thriller o del género negro desde la triple vertiente de organizador de festivales, lector y escritor, ¿con cuál de ellas te quedas?
Con la de lector [risas], aunque cada vez con mayor frecuencia no encuentro lecturas que me seduzcan lo suficiente, porque he perdido la inocencia y eso es una lástima. Yo me crie con una biblioteca en casa y creo que ese es un factor muy importante. Mi vertiente de programador cultural también es muy interesante, porque me apetece descubrir autores y darlos a conocer. Y como escritor me sucede algo parecido, ya que también me gusta encontrar cosas nuevas y contarlas. En realidad, me encuentro cómodo en todo, cada cosa tiene su propio atractivo.
¿Cómo surge el personaje de Álex Serra? ¿Se basa en alguna persona en particular?
Mis personajes siempre están basados en personas. Álex tiene rasgos físicos de una amiga y mentales de otra. Yo quería salirme del acostumbrado arquetipo de protagonista alcohólico y le he hecho vivir un conflicto de salud. Ella sufre ataques de ansiedad, que he documentado a través de mí mismo. Fue curioso describir uno de esos episodios y sufrirlo al mismo tiempo. Una cosa importante sobre Álex, y esto es algo que no suelo comentar, es que, en la novela, yo no la describo, pero hay lectores que creen que sí lo he hecho y me la cuentan con todo lujo de detalles. Y eso me gusta mucho, porque significa que cada uno de ellos ha construido su propia Álex Serra.
Esos ataques de ansiedad de Álex son poco recomendables para su profesión policial, ¿no crees?
Claro, una lectora me dijo que no le parecía verosímil, pero en realidad sí que lo es. Totalmente. De hecho, esta enfermedad está asociada a numerosas bajas por estrés y, en la mayoría de los casos, esos problemas de salud proceden de situaciones vividas en el pasado. Esta sintomatología no se aborda en muchas novelas, pero es real.
Has narrado en tercera persona, con una incursión en primera bajo la forma de diario, ¿no tuviste la tentación de narrarlo todo en primera?
Sí, pero no lo hice porque, como dices, ya me expreso en primera persona en el Diario de Raquel y necesitaba ese contraste tercera-primera. El Diario de Raquel es como una lanza al corazón del lector, que se instala en su alma. Las historias policiacas narradas en primera persona son complicadas, porque el mundo interior de los personajes se convierte en una caldera en continua ebullición y eso es algo difícil de mantener a lo largo de toda la narración.
«Cuando nieva, todo queda en silencio», leemos en una de las escenas del libro donde se juntan Álex Serra y Jean Cassel. Ese silencio, esa paz y esa calma que teje la nieve, ¿te ha servido como contrapunto para los instantes de tensión que hay en la narración y, también, para darles un respiro al lector y al propio autor?
Es verdad que guarda una cierta relación. A mí me apasionó mucho saber que el silencio de un paisaje nevado se genera porque los cristales de la nieve atrapan las partículas en las que rebota el sonido y, cuando la pisamos, rompemos ese silencio. A priori, Álex, que busca su paz, odia ir a la montaña, pero descubrirá que una parte de ella le devuelve su verdadera personalidad y eso le proporciona tranquilidad y sosiego.
Antes has citado las colonias de trabajadores que están situadas en zonas próximas al Pirineo, ¿en qué consistieron estas colonias?
Son un fenómeno poco conocido, pero no menos apasionante. Una colonia era un complejo que contenía una fábrica, las viviendas de los obreros, un banco, tiendas, la iglesia, un teatro, la escuela, y la casa del amo, construida en un lugar destacado para ser vista desde todos los ángulos de la colonia y marcar territorio. Se pusieron en marcha a finales del siglo XIX y duraron muchos años. Parece algo idílico, pero en realidad encierra un régimen basado en el capitalismo paternalista, cuyas relaciones internas fueron muy feudales. Eran comunidades muy cerradas y fuera de su recinto la gente se moría de hambre. Tenían muy bien atrapados a los trabajadores, que eran esclavos de por vida. Allí nacían, se casaban, tenían hijos y morían. Los movimientos obreros de comienzos del siglo XX apenas si tuvieron repercusión dentro de estos lugares.
‘La Divina Comedia’ de Dante Alighieri guarda relación con la novela, ¿qué cualidad posee esta obra para constituirse en referencia de muchos thrillers?
La primera razón, sin duda, es que ‘La Divina Comedia’ habla abundantemente de la muerte y que el recorrido que efectúa a través del infierno, los pecados, el purgatorio, etcétera es muy sugerente para un escritor. En cualquier historia donde el pecado ocupe un lugar importante, puede ser usada como referencia. Uno de los mejores thrillers de la historia del cine, ‘Seven’, se construyó basado también en ella.
Guardas momentos para la música en ‘No hay luz bajo la nieve’. Sin ir más lejos suena el fragmento de una partitura de Tchaikovsky mientras asistimos a una práctica forense, ¿qué significa la música para ti?
La música para mí es algo importantísimo. En realidad, es la banda sonora de mi vida, que no está compuesta solo por música, sino también por voces, tonos y ruidos. Si miramos atrás, yo siempre viví cerca de un ascensor y en un lugar sobrevolado por muchos aviones. Esos sonidos me persiguen, los tengo asumidos y, por supuesto, la música también forma parte de ellos. Hay temas musicales que me devuelven añoranza y otros que me hacen pensar lo ridículo que era en determinados momentos. Creo que eso nos pasa todos. Yo he introducido en el texto piezas que me sugieren cosas. En concreto, el fragmento de Tchaikovsky tiene relación con una de las pistas de la novela.
¿Conocías el desenlace desde el momento en que comenzaste a escribir o lo fuiste descubriendo poco a poco?
Sabía el desenlace, aunque solo lo había esbozado. Yo construyo una estructura compleja, que el lector no percibe, y necesito planificar. Si no lo hiciera, resultaría imposible escribir una novela como ésta. Durante la escritura dispongo de varias opciones y, hasta que se ajusta todo a la idea que yo pretendo llevar a cabo, me cuesta bastante. Según avanzo, surgen cosas que voy incluyendo en el texto. Por ejemplo, mientras preparaba ‘El secreto de Vesalio’, el personaje apareció cuando ya tenía escrito el treinta por ciento de la novela. Y su aparición fue importante, tanto que incluso se llevó el título del libro. En esta segunda entrega, concebí varios finales y me decanté por uno de ellos. Una vez, Pierre Lemaitre me explicó que su máxima aspiración es generar un giro en la cabeza del lector con la última palabra de sus novelas. Eso es algo difícil de conseguir, pero también me gustaría lograrlo a mí.
La novela es autoconclusiva. El desenlace es claro y evidente, pero también deja alguna puerta abierta para una posible continuación, ¿volveremos a encontrarnos con Álex Serra más adelante?
Eso lo decidirán los lectores. Lo tengo clarísimo. Si el libro gusta lo suficiente para que un lector lo recomiende a otro, que es lo más importante, puede que sí, porque eso significará que el personaje ha calado en el público y la gente desea conocer cosas nuevas sobre ella. De momento, el feedback que recibo me dice que los lectores quieren una segunda entrega. Desde luego, en mi cabeza se han quedado cosas por contar de Álex Serra y, si vuelvo sobre ella, tengo claro que las novelas también serán autoconclusivas.
Concluimos ya. Hemos hablado de la nieve, de las colonias, de Álex Serra, de estructuras, de música, pero no de ti, ¿dónde queda Jordi Llobregat en la novela?
Bueno, Jordi Llobregat en la novela está en todo, en cosas muy personales volcadas en el texto, pero siempre con la intención de ser honrado y de que el lector las haga suyas. Se puede caer en el error de contar aspectos demasiado íntimos, que no interesan a nadie, y que yo he tratado de evitar. En ‘No hay luz bajo la nieve’ podemos encontrar un homenaje a mi padre, que falleció mientras la escribía, y también detalles míos, porque todo lo que vivimos es susceptible de convertirse en material de escritura.
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