No suelo expresar mis opiniones en “caliente” sobre hechos o cuestiones que tienen una importante repercusión publica, como ha sido el reciente debate electoral que han mantenido en la televisión los cinco contrincantes de los partidos políticos más relevantes para las próximas elecciones del 10N.
A excepción de lo novedoso que representaba en la contienda la presencia de un nuevo partido político liderado por Santiago Abascal, el resto ya eran bien conocidos por los sufridos espectadores que hemos tenido la paciencia de contemplar en el mismo escenario casi idénticos gestos, soniquetes y latiguillos (con la novedad del “ladrillo” de Albert Rivera), que utilizaron en el último debate de las elecciones del mes de Mayo.
En el “Segundo round” que publiqué el 24 de abril decía “ que el gran perdedor fue el hiperbólico Sánchez, que con un gesto tosco y mal encarado se encontró en muchas ocasiones acorralado por sus tres contrincantes que una y otra vez, le asaeteaban con las contradicciones y falsedades en las que incurrió en el breve período de su mandato gubernamental…”
En esta ocasión han sido cuatro y no tres los que han sacado a relucir el desdén, la insoportable soberbia y la desorientación que la propia incapacidad de Sánchez ha reflejado en sus posturas, en su huidiza mirada y su indisimulada tensión. Este debate también lo ha perdido pero esto no es lo relevante como se vió hace seis meses, lo verdaderamente importante es que el 10N no se le de la oportunidad ni siquiera de optar a formar un gobierno que sería letal para España, como desgraciadamente ocurrió hace seis meses.
A estas alturas del desgobierno que padecemos, nada sabemos de cómo se va afrontar la crisis económica y social que nos acecha de nuevo y que nos deja ya en la tasa de paro más elevada desde el año 2012 con 3.177.659 personas desocupadas; qué medidas se van a adoptar para hacer frente a lo que ya es una situación de quiebra insostenible del sistema de la Seguridad Social con más de 16.000 millones de euros de déficit; de la ola de violencia y amenaza permanente contra la Constitución y la unidad de España en Cataluña o de las desigualdades que se producen entre los ciudadanos en al acceso a servicios públicos como la sanidad, la educación o la justicia, consecuencia de los diferentes niveles de insatisfacción en el campo de la fiscalidad, la financiación y la gestión en las 17 Comunidades Autónomas.
Estas y otras muchas cuestiones no han sido lamentablemente el centro de las preocupaciones que deberían haber sido objeto de confrontación en un debate serio y riguroso entre los aspirantes a administrar nuestros intereses en el ámbito nacional o internacional. Por otra parte la apelación al diálogo por parte de quienes se miran con desconfianza, acritud o insolencia como hemos podido comprobar en este último round televisivo no augura desde luego, un futuro halagüeño para el día después de las elecciones del próximo domingo Por otra parte estos comicios deben desarrollarse bajo las máximas condiciones de seguridad y libertad en Cataluña y en el resto de España para no verse deslegitimada nuestra democracia por la actuación de los violentos independentistas azuzados por los traidores Torra y Puigdemont. La “operación judas” está dejando al descubierto los propósitos desestabilizadores de quienes presuntamente pretenden amenazar la unidad, la democracia y la paz de los españoles desde la propia Generalidad; la historia se repite desde de la proclamación de la República Catalana en 1931 por Francesc Maciá aunque solo durara tres días su intento de secesión…
El centro derecha no ha tenido la inteligencia de sumar sus votos en una plataforma electoral que hubiera garantizado una mayoría suficiente, pero aún está a tiempo de reaccionar para acudir masivamente a los colegios electorales y no desperdiciar la ocasión de impedir que los españoles nos veamos abocados a un indeseado y dramático enfrentamiento que provocaría la ineptitud y el rencor de Pedro Sánchez hacia la España que demuestra no conocer y ni siquiera entender conceptual e históricamente.
Quedan tres días para reflexionar un voto que debería suponer, por una parte, la recuperación de la mayoría absoluta en el Senado para el partido popular, fácil de conseguir si se concentraran los votos en su candidatura por el amplio espectro del centro derecha y por otra no refugiarse los votantes en la inútil abstención del cansancio, del hartazgo o de la desorientación que produce el fraccionamiento de las opciones para el Congreso de los Diputados de los tres partidos que hoy gobiernan con eficacia en Andalucía y en otras regiones de España.
Solo existe una certeza, que si el candidato Pedro Sánchez obtiene más escaños que Pablo Casado, sería el llamado por el Rey a intentar formar gobierno con el incierto y sombrío panorama que una vez más se abriría para España y en caso contrarío se abriría una puerta de esperanza para recuperar el sosiego, la estabilidad y la atención que requieren los graves asuntos que hoy nos preocupan a los españoles, sumando a posteriori a aquellos que desean avanzar en el progreso de la España del siglo XXI desde la concordia, la ley y el orden constitucional.
“Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca perder la esperanza infinita” decía Martin Luther King. Es evidente que hoy planea sobre la mayoría de los que somos llamados a las urnas una indisimulada decepción, frustración y tristeza por lo que hoy ocurre en nuestra nación, pero los que siempre hemos creído en la fortaleza y la dignidad de los españoles, tenemos la esperanza infinita de que el próximo domingo nuestro voto irá acompañado de un deseo para recomenzar un nuevo capítulo de nuestra brillante trayectoria en la historia de los pueblos. Será nuestro último intento.
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