Quien siembra vientos recoge tempestades. Y en eso está Rajoy, en plena recogida. Su política de tierra quemada contra Zapatero, en la que todo valía con tal de acelerar la llegada del Partido Popular al poder, ha acabado por volvérsele en contra. No me refiero solo a las promesas incumplidas en materia laboral y económica. Ni a que esté desmantelando a marchas forzadas la sanidad y la educación públicas, así como el Estado del Bienestar. Me refiero sobre todo a lo que parece una ruptura con las asociaciones de víctimas del terrorismo, a las que en el pasado no dudó en utilizar, y que ahora se sienten traicionadas. Hasta Ortega Lara, que en 2003 formó parte de la lista municipal del PP en la ciudad de Burgos, dijo ayer que culpa a Zapatero por “negociar” y a Rajoy “por seguir su hoja de ruta”.
Y es que el de ayer no fue un buen día ni para el Gobierno, ni para el Partido Popular. Sus representantes en la manifestación de Madrid fueron abucheados y durante la lectura del manifiesto se escucharon gritos de “Rajoy traidor”. Toda una novedad. Y algo que tarde o temprano tenía que ocurrir. No es tan extraño que termine quemándose quien juega en exceso con fuego.
Porque el PP de Rajoy en la oposición se aprovechó hasta el extremo del dolor de las víctimas para desgastar a Zapatero. Consiguió presentar al expresidente como un ser desalmado e insensible, capaz de favorecer a los asesinos de ETA en detrimento de las víctimas. Los populares aseguraron que cuando retornaran al poder ocurriría todo lo contrario, haciendo creer a las personas damnificadas por el terrorismo que serían ellas las que marcarían la pauta a la hora de gestionar el fin de la pesadilla. El colmo fue que en sede parlamentaria Rajoy cometió la felonía de acusar a Zapatero de haber “traicionado la memoria de los muertos”.
Todo aquel desafuero se vuelve ahora contra el presidente del Gobierno y del Partido Popular. Porque es el Gobierno el que tiene que gobernar, con escrupuloso respeto a la legalidad y a las sentencias judiciales, que lógicamente tiene que acatar. Algo que no quieren admitir algunas asociaciones de víctimas, porque quienes ahora les hablan de la existencia de un imperativo legal insoslayable son las mismas personas que les prometieron que con el PP en el Gobierno las cosas serían de otra manera.
Rajoy y los suyos prometieron a sabiendas de que no decían la verdad. Y cuando lo hicieron atesoraban una importante experiencia en la materia. El hoy presidente, que formó parte de todos los gobiernos de Aznar, era consciente de que el PP negoció con ETA, organización a la que reconoció como “Movimiento Vasco de Liberación”. Acercó los presos a las cárceles más próximas al País Vasco y además, después de que los terroristas rompieran la tregua en noviembre de 1999, Aznar, Álvarez Cascos, Trillo y Rajoy, en sucesivas intervenciones públicas, dejaron abierta la puerta a una posible segunda negociación. Trillo pidió a ETA que reflexionase porque “no hay otra manera de resolver los conflictos políticos, que el diálogo”. Y el ahora presidente del Gobierno dijo que “mientras maten, no se va a negociar nada con ellos”.
También conviene recordar que Aznar puso en libertad a 210 presos de la banda terrorista. Y que no lo hizo por capricho, sino porque así lo determinaba el ordenamiento legal vigente. Entonces las reducciones de condena se aplicaban sobre un máximo de 30 años de privación de libertad, aunque las condenas fueran de muchos más años. Y ahora vuelve a ocurrir lo mismo, al establecer la Gran Sala del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos algo que todo el mundo sabía, que las modificaciones del código penal de 1995 no se pueden aplicar con carácter retroactivo. Es decir, a los condenados a partir de esa fecha se les aplicarán los beneficios penitenciarios sobre el total de sus condenas, pero no así a quienes fueron sentenciados con anterioridad.
En 2006 el Tribunal Supremo hizo una interpretación sui géneris del código penal de 1995 que ahora una instancia de rango superior dice que no se ajusta a derecho. Y la Audiencia Nacional y el Gobierno actúan en consecuencia, como corresponde. Como hacía Zapatero. O como antes hicieron Aznar, Felipe González, Calvo Sotelo o Adolfo Suárez.
El problema es que Rajoy ya no puede actuar como debe sin ofender a las víctimas, que se sienten engañadas. Se les prometió lo que no se les podía prometer y el resultado es que ahora el presidente es percibido como un traidor por buena parte de las víctimas, a las que en su día manipuló. Por ello decía al comienzo de este artículo que quien siembra vientos…
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