Dijo Simón Bolívar que la unidad de la Patria Grande balcanizada no es simple quimera de los hombres, sino inexorable decreto del destino, y el sorpresivo impulso bolivariano que ha ganado con el nuevo gobierno de Paraguay lo corroboró esta semana.
A través de la gestión de líderes como el diputado Oscar Tuma, entre otros, la cámara de Diputados de Paraguay aprobó en la última votación que faltaba para legitimar y de una vez por todas, la presencia de Venezuela en el MERCOSUR.
Pero el gran protagonista fue, sin duda, quien exhibió un liderazgo y coraje inusitado para dar un paso que la misma izquierda paraguaya no pudo o no quiso dar.
Horacio Manuel Cartes Jara es descendiente de un vicepresidente del Paraguay, Juan Antonio Jara, periodista y comerciante educado en Paris, quien acompañó al general Bernardino Caballero en la Vicepresidencia de la República para el periodo 1882-1886. Este antepasado del actual candidato de Honor Colorado también ocupó la titularidad de varias secretarías de Estado (Relaciones Exteriores, Justicia, Culto e Instrucción Pública y Hacienda), y también fue fundador de uno de los partidos históricos y tradicionales del Paraguay.
Juan Antonio Jara se casó con Marcelina Martínez, y su hijo Tomás Antonio Jara Martínez se casó con Dalmacia Lafuente. De ese matrimonio nacio Elva Jara Lafuente, quien se casó con Ramón Telmo Cartes Lind, siendo ambos los padres de Horacio Manuel Cartes Jara. El hermano de Elva, Germán Jara Lafuente, se casó con Avelli, siendo hijo de ese matrimonio Arturo Jara Avelli. Horacio Cartes, hijo y nieto de empresarios con fortuna, nació en Asunción, el 5 de julio de 1956. Hizo estudios en los colegios Goethe, Internacional y Cristo Rey, de Asunción y se dedicó con éxito a diversos rubros empresariales, como industrias tabacaleras, gaseosas y cerveceras, entidades cambiarias y bancarias, agroindustrias y ganadería.
Desde su aparición en el escenario político, sus principales adversarios han sido los impolutos chicos buenos de las ONG, eternos aprovechadores de embajadas extranjeras que se eligen a sí mismos, y con tan débil respaldo popular, usurpan el cartel de “sociedad civil”.
El requisito para ser impoluto, piensan estos, es obtener financiamiento internacional para campañas antinacionales, y aliarse con gobiernos extranjeros.
Recientemente, no dudaron en respaldar con movilizaciones una campaña contra el Congreso de Paraguay, usando como pretexto un caso armado por la Fiscalía con respaldo de la embajada norteamericana.
En tanto se lanzaban con virulencia contra la democracia representativa, intentaban responsabilizar de los ataque contra el Parlamento al presidente Horacio Cartes. La realidad es que se respaldaban en fiscales mediáticos manipulados por la embajada norteamericana y su prensa adicta, conocida por vínculos de larga data con el National Endowment for Democracy.
Ni los fiscales expertos en armar casos para complacer al poder mediático, ni las ONG regadas con dólares de USAID, ni el mismo embajador norteamericano, contaban con que un presidente de Paraguay denunciara el contubernio como una injerencia e intromisión extranjera.
Para mayor contradicción, el anti-imperialista ahora era un presidente sobre el que habían intentado instalar sus leyendas negras de supuestos prejuicios ideológicos, su fantasmática identificación con la dictadura de Stroessner y la absurda fábula de vínculos con el Mosad.
La lógica desazón se apoderó de los medios como ABC color, que terminaron convertidos en los hazmerreír de la comunicación a nivel internacional. Otro tanto sucedió con la izquierda local, que vio cómo la supuesta derecha le escamoteaba protagonismo internacional, quizá para siempre, quedando en la historia.
Y así descubrió finalmente la auténtica vieja guardia de la ultraderecha estronista, atrincherada en los medios sobrevivientes de aquella época, que su amor por el nuevo presidente paraguayo no era correspondido.
Ya Moliere escribió alguna vez que aquellos que más fácilmente nos engañan, son aquellos a quienes amamos perdidamente.
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