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Odio arrasador entre vecinos

Juan Manuel Chica, Jaén
Lectores
lunes, 14 de julio de 2014, 10:28 h (CET)
Omar es —o podría serlo— un palestino cualquiera que se dedica a la agricultura como medio de subsistencia en un entorno no precisamente favorable. Trabaja duro para, al final de cada jornada, poder sentarse con su familia y comer. No pide mucho. Sólo que le dejen cultivar su tierra, pero eso, en una región donde el odio reina desde décadas, es demasiado pedir. Levanta la cabeza y mira el muro que sus vecinos, los israelíes, le han levantado —dicen que para protegerse de Hamás y también del pobre Omar que lo único que quiere es que lo dejen en paz y, si no es mucho pedir, vivir como se pueda. Omar mira al cielo temiendo que algún iluminado de su lado lance un cohete a la otra parte; sabe que detrás de él vendrán cientos del otro lado y esos sí que hacen estragos .

Los de Hamás —que dicen defender a Omar— se muestran temerarios porque no tienen nada que perder y los israelíes responden sacudiendo la tierra bajos sus pies. Omar mira el fuego cruzado consciente que en este conflicto lo único repartido en grandes cantidades y por igual entre los dos vecinos es el odio. El dolor, la sangre y las vidas, lo ponen en esta historia gente como Omar que reza por que entre sus vecinos no haya nigún yihadista ni líder de Hamás —únicos objetivos, en teoría, de los ataques israelíes—, pero aun no habiéndolos corren igual peligro. Al amanecer, Omar se levanta y se dispone a cultivar su pequeño terruño sabiendo que igual que la sal quema los campos el odio arrasa con la sensatez y la convivencia pacífica.

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Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.

Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

 
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