España, este país diferente, como el famoso eslogan de los años 60, es peculiar en muchas cosas; pero, aunque asombre a muchos, es un país que está dentro de los 20 países con mayor índice de lectura, ocupando el puesto 19, que es igual que decir que está en el penúltimo lugar.de una lista de países privilegiados por su afición a la lectura, principal vehículo transmisor de la cultura.
El hecho de que España se encuentre entre los países que más leen es honroso para los españoles, pues según la UNESCO (organismo que ha creado dicho índice de hábitos lectores) cada uno de los españoles lee/leemos un promedio de 5,8 horas semanales. Naturalmente las estadísticas ya se saben que siempre hacen la media, lo que no se corresponde a la verdad en cuanto a cada ciudadano se refiere. Se venden libros, pero no siempre se leen, y hay quienes compran muchos libros y leen mucho y hay quien sólo compra algunos y lee menos, sin olvidar a los muchos ciudadanos que no leen absolutamente ninguno.
Todo esto viene a colación por la triste realidad por la que está pasando la industria editorial española que arrastra desde 2008 unas pérdidas acumuladas de un 40%, porcentaje que la sitúa a nivel de 1994 en cuanto a cifras de ventas se refiere.
En 2013, a pesar de los pronósticos optimistas cuando la Feria del Libro de dicho año, descendió la venta de libros en un 11,7% , respecto a 2012, lo que supone 290 millones de euros de pérdidas en un solo año. Muy lejos están esas cifras de las de 2008, cuando el sector editorial español se consolidó como uno de los más potentes del mundo, alcanzando un volumen de ventas de 3.185 millones de euros. En la actualidad las ventas son un tercio menos que entonces, bajada que ha propiciado la crisis económica, pero también los cambios producidos en los hábitos lectores de los españoles, con la introducción de las nuevas tecnologías, especialmente el libro electrónico (y las miles de descargas ilegales y gratuitas que propicia la actual situación legislativa).
Los libros electrónicos suben entre las publicaciones científicas, técnicas y universitarias, aunque caen sus ventas en papel (en un 23,4%), además de bajar las ventas en papel de obras de ficción en un 17,2%, menos las novelas románticas y libros de humor, a los que se unen los libros de texto que descienden en un 9,6%. Todas estas caídas en ventas sólo las amortiguan las exportaciones que supusieron 627 millones de euro en 2013. Las sumas en ventas alcanzadas, interior y exteriormente, en dicho año han sido de 2.708 millones, que están lejos de las de 2008 -3.185 millones de euros-, y demuestran que la caída es imparable y que sumadas dichas cifras a las pérdidas de 2014, se podría llegar a alcanzar un 50% de pérdidas desde el ya citado año de 2008, lo cual pone a la industria editorial española al borde de la bancarrota, si no se toman medidas urgentes por parte de todos los sectores implicados, además de la Administración, para fomentar la lectura y la compra de libros, además de luchar contra la lacra de la piratería que supone unas pérdidas incalculables para un sector ya en franco declive, con el peligro que supone para la cultura de la que el libro es su mejor y más importante representante.
No hay que olvidar que el sector editorial supone un 2,1% del Producto Interior Bruto (P.I.B.) y de este porcentaje el libro representa el 0,7%.
Todos estos datos se reflejan en la obra recientemente presentada en Madrid, Análisis del Mercado Editorial en España en 2013, de Xavier Mallafré.
La Federación de Gremios de Editores Españoles (FGEE), señala como principales causantes de esta hecatombe económica y, por ende cultural, a la caída en general del consumo por la crisis económica, la falta de políticas encaminadas a que la sociedad se conciencie de la necesidad de la protección de la creación intelectual -aún existe la utopía de la gratuidad de la cultura tan extendida entre los jóvenes y ciertos sectores ideológicos-, a lo que se suma la oferta digital que va en aumento, sin olvidar la alta fiscalidad del libro digital al que se le aplica un 21%, frente al 4% del libro en papel, medida que busca favorecer al libro en papel, pero sin tener en cuenta que, en relación al libro electrónico, sólo un 32% de lectores paga la descarga del mismo, según últimas cifras (lo que hace realidad, en parte, el deseo utópico de "barra libre" para la cultura, pues quien realiza la descarga ni paga el formato electrónico ni compra la obra en papel, idea y hábito muy generalizado entre los lectores jóvenes que lo consideran un derecho), con el grave perjuicio que sufren así autores, editores, distribuidores y libreros, y a lo que hay que añadir el daño que causan las páginas webs que ofrecen obras de forma ilegal y gratuitamente. Además, la reducción de fondos para bibliotecas públicas y la supresión de ayudas a las familias para la compra de libros de texto, hacen que los daños sufridos por los agentes del sector del libro sean cada vez mayores y dicha industria se vea inmensa en una caída en picado, continua e imparable, de consecuencias terribles para todos los agentes económicos de dicho sector y para la cultura, en general.
Es preocupante, pues, esta situación para todos y, especialmente, para quienes estamos dentro del mundo editorial y literario, porque si esta situación continua, estaremos abocados a la cultura patrocinada y subvencionada por la Administración -ya que no será rentable para la iniciativa privada, y, por eso mismo, será controlada por el Gobierno de turno que establecerá sus filtros, o censura-, para que se publiquen sólo obras y autores de su propia cuerda ideológica, con el consiguiente daño al mundo cultural que se verá así maniatado por las exigencias de todo tipo de quien sería en cada momento el amo del cotarro y el que impondría sus normas, es decir, el pensamiento único sea el que fuere.
Muchos profesionales del libro: autores, agentes, editoriales, distribuidores y libreros, tendrán que dedicarse a otros cometidos, porque los defensores de la "cultura gratis" olvidan que tanto unos como otros, tienen que vivir de lo que ganan por su trabajo, creatividad, esfuerzo y riesgo económico y no pueden dedicarse a la creación cultural "por amor al arte" -como así demandan muchos utópicos e irresponsables que defienden la gratuidad de la cultura, aunque ellos no admitirían trabajar gratis ni un minuto en sus respectivas profesiones u oficios-, con lo que muchos talentos creativos, muchos excelentes profesionales en sus diferentes parcelas, tendrían que echar el cierre porque la sociedad a ellos no les da nada gratis, ni les paga sus facturas, y el amor al arte es importantísimo y la llamada de la vocación también, pero comer todos los días y pagar las facturas lo es también y más necesario para la supervivencia, aunque esta cuestión sea prosaica.
Quienes defienden las descargas ilegales y las practican, y quienes las promueven, fomentan, consienten y propician no dejan de ser meros delincuentes que quieren disfrutar del trabajo, de la creatividad y del esfuerzo de todos los profesionales del mundo del libro y de la cultura en general, con una idea absurda y confusa de los "derechos ciudadanos de acceso libre a la cultura", olvidando y pisoteando los legítimos derechos de los profesionales de los sectores afectados que no ven compensados sus esfuerzos y burlados sus legítimos derechos que deben ser protegidos en todo momento, precisamente por los adalides de los supuestos "derechos" de los consumidores de los productos culturales, en un latrocinio continuo del que sólo unos cuantos cantamañanas se benefician en perjuicio de quienes crean, publican, distribuyen, exhiben o comercian con las obras culturales, sean libros, discos, películas o cualquiera otra oferta cultural.
El sector editorial es una prueba más de que la cultura como tal producto de la imaginación, creatividad, ingenio, investigación y estudio del ser humano está en peligro, porque al haber menos oferta en un futuro potencial -por ser inviable su creación para los diversos agentes económicos-, habrá una mayor concentración, control y censura por parte de quienes sean sus únicos canales de producción, lo que llevará consigo un empobrecimiento cultural, mayor control del pensamiento, una marcada ideologización de los productos culturales y, por todo eso, una ausencia total de criterio en los ciudadanos que se verán cada vez más manipulados, peor informados y siempre tangencialmente, por lo que serán controlados a través de la propia cultura - es decir,de lo que quede de ella-, porque al ir desapareciendo en su múltiple variedad de ofertas y contenidos libres, se irá moldeando y controlando por el poder, que es el que da las subvenciones y dicta las normas, los contenidos y concede las prebendas, premios y licencias.
Salvemos entre todos a la cultura: las distintas Administraciones competentes en este tema, dictando leyes que defiendan los derechos de la propiedad intelectual y castiguen a los infractores; entidades públicas y privadas con cometidos y competencias culturales para una labor conjunta de fomento y difusión de contenidos culturales, los diversos agentes que intervienen en su creación y difusión, ofreciendo productos más asequibles, y los propios ciudadanos comprando legalmente libros y cualquier otro producto cultural, respetando los derechos legítimos de todos los que hacen posible que esas obras lleguen a nuestras manos, y aceptando que la cultura es de todos, pero no gratuita -porque tiene un valor inmenso que se traduce inevitablemente en un justo precio a pagar-, y evitando que sólo siga siendo gratis para los sinvergüenzas sin escrúpulos que violan derechos legítimos ajenos, en aras de defender supuestos "derechos" inexistentes, cuando se apoderan, sin compensación adecuada a sus propietarios, de los productos culturales ajenos y convierten así dicha actividad creadora en inviable, consiguiendo así que los diversos agentes en cada sector cultural vayan echando el cierre - 809 empresas editoriales privadas y agremiadas, lo que supone el -0,9%, ya lo han hecho en 2013-; y pueda ser así la cultura, exangüe y paupérrima, pasto de las ideologías que defienden que lo mejor de la cultura es que sea gratis, que es lo mismo que decir que no sea rentable para quienes la hacen y crean y vayan desapareciendo sus múltiples ofertantes y pueda ser, en suma, controlable en sus variedad de expresiones.
Si la cultura fuera gratis, como claman los visionarios, ¿quiénes pagarían la publicación de libros, la edición de videos o las grabaciones musicales, una vez desaparecidas las empresas que arriesgan económicamente para realizar tal labor a cambio de unas lícitas ganancias? Naturalmente, sería el Estado y entidades públicas los mecenas que tendría que sufragar dichos gastos -lo que pagaríamos todos los ciudadanos con impuestos, negando esa gratuidad proclamada a bombo y platillo-, y, por lo tanto, quedaría a merced de los poderes instituidos que intentarían acallar así a quienes fueran sus enemigos ideológicos, perdiéndose por ello las voces plurales, libres, acordes o discordantes, pero siempre en pleno uso de la libertad de expresión que es irrenunciable, ecos necesarios e insustituibles que crean el siempre rico y fértil mundo cultural y sus criaturas de ficción, pensamiento o creación.
Cuando la cultura de un país está en peligro todos los ciudadanos lo estamos, porque lo único que hace libre al ser humano es el conocimiento, pero nunca dirigido, controlado, censurado y manipulado por la ideología dominante, ésa que busca siempre el bien de las ideas, pero nunca el de los seres humanos que las sustentan o, únicamente, las soportan, y de las que terminan siendo, antes o después, unos y otros, siervos y, por lo tanto, inevitables víctimas.
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