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No leer, de Alejandro Zambra

No me considero fan de Alejandro Zambra, pero sí reconozco que el lugar que ocupa en el imaginario de la narrativa latinoamericana
Gabriel Ruiz Ortega
martes, 28 de octubre de 2014, 08:38 h (CET)
Hace algunos días un joven lector me preguntó si releía libros de ficción. No sé a cuenta de qué me vino su pregunta, pero no me hice problemas al respecto, puesto que desde hace mucho tiempo lo que hago es releer las novelas y cuentarios que han contribuido en mi experiencia lectora, aquellos que se me hacen perdurables por una o varias razones, todas ellas emocionales.

De la misma manera también leo y releo no pocos títulos sobre la experiencia de la lectura, sobre el proceso de escritura, como La novela de una novela de Thomas Mann. Me interesa mucho el punto de vista, la opinión, la prosa en la que se canaliza esa opinión. Soy pues enemigo de lo descriptivo, busco ante todo la iluminación de lo que me puedan decir de un libro, así concuerde o no con lo que se me dice.

No me considero fan de Alejandro Zambra, pero sí reconozco que el lugar que ocupa en el imaginario de la narrativa latinoamericana actual es más que justo. Zambra es un escritor serio. Está a años luz de ser un paquete, de esos que a cada cambio de estación las grandes editoriales nos quieren vender. Y aunque todavía no lo leo en su faceta de poeta, apostaría a que es uno bueno, o en su defecto interesante. Es por ello que este nuevo acercamiento a su título No leer (Ediciones Universidad Diego Portales, 2010), en donde reúne sus reseñas, ensayos, crónicas y artículos literarios publicados en diferentes medios escritos chilenos y latinoamericanos, me ha deparado una experiencia gratificante. Pese a los años transcurridos, esta publicación sigue fresca y radiante, sin señales de canas y arrugas, que nos pone en el tapete la visión que su autor tiene de la literatura y de cómo él se presenta ante ella.

Soy un convencido de que la mejor relación que los escritores podemos tener con la literatura es comprometiéndonos con los libros que más nos gustan. Resulta más fácil criticar y encontrar falencias en los textos poéticos, ensayísticos y narrativos. En realidad, cualquiera puede encontrar falencias, caídas, chapucerías. Lo difícil es resaltar virtudes, hallar caminos ocultos e influencias. Zambra, en la primera sección del libro, no es para nada ajeno a esta intención. Hasta pienso que los textos fueron escritos en casi total estado de gracia, otorgándoles una mirada distinta a libros ya instaurados en el imaginario del lector, tal y como puede apreciarse en “Lecturas obligatorias”, “Borrador”, “Que vuelva Cortázar”, “La literatura de los hijos”, “Al servicio de los fantasmas”, “La larga noche de ‘Lumpérica’”, “La memoria de Borges”, “Kafka, el uruguayo”, “La sobremesa de ultratumba”, “El tiempo de Natalia Ginzburg” y “Contra los poetas I y II”.

Confieso que Zambra me ha convencido en aspectos en los que me consideraba reacio, al extremo que le daré una nueva oportunidad a Lumpérica de Diamela Eltit (y pensar que ya tenía suficiente con las Diamelitas del sur). Y claro, también he reafirmado mi apego por ciertas poéticas de la evasión, como la de Mario Levrero. En más de un tramo Zambra suena íntimo, pero cuidándose siempre de no caer en el lugar común y la cursilería, por ello lo notamos sumamente cerebral, cauteloso…

En la segunda y tercera sección encontramos textos más extensos, a lo mejor publicados en revistas, como “La poesía de Roberto Bolaño”, “Algunos rostros de Nicanor Parra” y “Ribeyro en su telaraña”. Los seguidores de Ribeyro ahora están en la obligación moral de conocer lo que piensa este muy buen escritor chileno sobre el renombrado cuentista, a saber, hay más de una interpretación que no se ha desarrollado como se debe entre los ribeyrólogos peruanos. Y en la tercera, “Árboles cerrados” y “De novela, ni hablar” nos manifiestan la poética del autor, nutrida de una tradición que poco o nada le debe a la que, en teoría, pertenece.

Líneas arriba consigné que no había leído a Zambra en su calidad de poeta. Cuando terminé la lectura de No leer, tuve la certeza de que sí me había acercado a su poesía; es posible detectarla en el ritmo cadencioso de los silencios, en el código escondido entrelíneas, como también en la cualidad de transmitir mucho en pocas palabras, sin necesidad de tanto regodeo, dueño de una envidiable claridad reñida de la simpleza.

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