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El enigma del convento

Crítica del libro de Jorge Eduardo Benavides
Gabriel Ruiz Ortega
viernes, 21 de noviembre de 2014, 08:25 h (CET)
Terminé de leer la última novela de peruano Jorge Eduardo Benavides hace un par de meses. Estuve a nada de comentarla en el instante, pero la experiencia me ha enseñado, al menos en lo que a mí respecta, que reseñar un libro inmediatamente es lo peor que se puede hacer. Esta experiencia la he tomado como un principio con el que intento cuidar mi verdad emocional.

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Desde la publicación de su primera novela, Los años inútiles, no había vuelto a sentir una euforia literaria como la que el autor me ofrece en El enigma del convento (Alfaguara, 2014). En ese hiato, cinco títulos suyos me dejaron en una especie de indefinición, tampoco es que pida que todos los libros de un autor sean buenos o por lo menos interesantes, cosa que sería un despropósito, sino que no dejaba de percibir en Benavides un exagerado tributo literario a Vargas Llosa que mataba su nervio narrativo, ese nervio narrativo que a fin de cuentas es lo que sostiene el andamiaje de la estructura y que guía el sentido de la técnica en toda obra de fición. Lógico, no hay nada de pernicioso en la influencia de Vargas Llosa, hasta soy de la idea de que no debe existir escritor peruano ajeno a su legado narrativo. En realidad, todos los que estamos inscritos en la tradición de la narrativa peruana, somos soberanos hijos del autor de Conversación en La Catedral. Pero como dije líneas atrás: lo de Benavides fue exagerado, demoró en darse cuenta que el mejor tributo literario era el parricidio.

Las cosas empezaron a cambiar con su novela Un asunto sentimental, un buen alejamiento de la influencia, una apuesta por un registro propio y quizá una de las mejores novelas de corte metaliterario (sin serlo del todo) que haya leído en los últimos años. De paso, imagino que esta novela habrá sido una cachetada para los aventureros del registro metaliterario que aún andan confundidos con lo que precisamente es el registro metaliterario.

En El enigma del convento, Benavides se desata. Y eso es lo que siempre voy a esperar de un escritor con oficio y talento, que se desate. Oficio y talento es lo que siempre he visto en Benavides, incluso en sus títulos que no me han convencido. La presente novela se nos presenta complicada. Podría creerse que es una novela histórica, que lo es, pero lo es en funcionamiento de coraza, de inteligente pretexto que nos permite adentrarnos en la pulsión de sus personajes que transitan la angustia del quiebre, del rompimiento, que sustentan el contexto mayor: el de las guerras de independencia. En este sentido, se saluda la fina inteligencia de Benavides, puesto que nos hace partícipe de una época partiendo de la angustia individual. Hay pues un sentimiento de alejamiento que canaliza el temor y los afanes conspirativos de aquellos que no lo quieren perder todo y que ante ese futuro próximo son capaces de todo, de empeñar conciencias y la poca integridad que les queda. No por nada, el autor es un experimentado maestro de talleres literarios. Funde registros, como el de la novela amorosa, el de la novela de misterio, el de la novela de aventuras. El paso entre estos registros no es menos que magistral.

Si te enfrentas a una novela de este autor, no esperes una novela lineal, fácil. Pasa de esta. No te hagas problemas. Lo que siempre voy a destacar de él es su aliento ambicioso que he visto hasta en sus títulos más irregulares, aliento ambicioso que a veces le ha jugado una que otra mala pasada, pero que a fin de cuentas se trata de una marca, una apuesta por una opción que muchas plumas rehúyen en pos del simplismo. O sea, hablamos de honestidad creativa.

Estamos ante uno de los pocos escritores latinoamericanos, entre tanto paquete sobrevalorado, al que sí deberíamos llamar un “muy buen escritor”. Por donde se le mire, El enigma del convento es una novela que se hace merecedora de todos los reconocimientos y saludos que viene recibiendo, y lo mejor: no es la mejor novela de su autor. Ergo: lo mejor está por venir.

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