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Hoy la pluma el papel y yo dormiremos en camas separadas, sé que estoy perdiendo el tiempo, como se llega a perder el alba y los recuerdos desagradables, aunque tarden en marcharse. El tiempo, ese bien apreciado e irrepetible.
Hay momentos en mi vida que pasaron como un tren de alta velocidad, como el ave Madrid- Valencia, apenas recuerdo detalles de la facultad, el colegio o las clases de gimnasio... sin embargo hay momentos que viví que no puedo deshacerme de ellos, algunos me llenan de alegría y otros de rabia, impotencia y tristeza. ¿Por qué recuerdo a mi madrina cuando hace treinta años que no la veo? ¿Porqué no recuerdo lo que me pasó la última semana de trabajo?, será que tengo memoria a largo plazo, o cuestiones de cariño que tienes con un familiar y no con un compañero de labores.
Sea como sea, estas sólo son reflexiones sinceras sobre el recuerdo, particulares versiones, experiencias.
Realmente, la función de la filosofía se desarrolla, como un saber crítico de segundo grado, que analiza los contenidos de las diversas ciencias. Es un saber que se interesa por toda la realidad y el presente. Ya en vida de su creador Gustavo Bueno, su materialismo demostró una potencia explicativa extraordinaria, superior a la de otras corrientes o sistemas filosóficos.
Hay cosas cómicas que hay que tomar muy en serio. Son gansadas que retratan nuestro mundo. Representan el ombliguismo que nos rodea. El término es magistral: define aquello que cree está en el centro del cuerpo (del universo), sin reparar que su función se volvió inútil hace ya tiempo.
Hace unos días recibí de la editorial Anagrama el libro de Roberto Saviano titulado Los valientes están solos. Libro apasionante que he comenzado a devorar por la forma directa de contar una historia de coraje e integridad que terminó con los restos del juez Falcone volando por los aires a consecuencia del atentado perpetrado por la Cosa Nostra, al mando de ese tipo con cara de paleto bobo, Salvatore Totò Riina.
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